INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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30/8/06

Cuerpo y alma



Ahora lo he comprendido. Fíjense ustedes, han tenido que pasar más de cuarenta años y estropeárseme el puñetero ordenador cuando más falta me hacía (es la ley de Murphi), para que me diese perfecta cuenta de lo que es el cuerpo y lo que es el alma. Y digo que ha tenido que pasar ese tiempo porque no hará menos que aún venían los “padres misioneros” a predicar al pueblo, a la iglesia mayor, y, desde lo alto del púlpito, echaban unos sermones encendidos que convencían hasta las piedras. Entonces, siendo yo apenas un crío, cuando las cosas se quedan grabadas para siempre en la memoria, oí la terrible explicación que uno de aquellos curas dio un día sobre las diferencias entre el cuerpo y el alma en los seres humanos.
Los misioneros aquellos, qué duda cabe, sabían manejar bien su herramienta: poseían el verbo cálido, las palabras escogidas, las frases claves, los ejemplos comprensibles para el vulgo; sabían modular a la perfección el tono de su voz, poner dramatismo, comunicar veracidad, captar la atención y, llegado el momento, pasar al histrionismo o la teatralidad. Sus homilías, como no podía ser de otra manera, estaban sustentadas por pasajes bíblicos, y, dependiendo del tema se centraban de forma repetida sobre una frase, un nombre o un contenido, preferentemente evangélicos. Es decir, si tocaba hablar de la Justicia divina y del rigor del castigo eterno a los pecadores, redundaban sobre aquellos versículos del evangelista Lucas en que se narra el pasaje de “Lázaro el mendigo y el rico opulento”, que, muertos ambos, el primero va al “seno de Abraham” y el segundo al “hades” (a los infiernos, según la Iglesia Católica antes), y, con unos alaridos que ponían los vellos de punta al más pintado, los predicadores dramatizaban la desesperanza del hombre que había sido ricachón en la vida terrena, pues ya no valía el arrepentimiento ni la vuelta atrás, y un abismo insalvable lo separaba eternamente de los justos. Si querían abundar sobre los pecados de la carne, tan gustosamente cometidos hoy en día por el personal, entonces ponían de ejemplo a la Santa María Goretti, cuyo nombre, cual una salmodia repetitiva, invocaban a grito pelado al final de cada advertencia o “metemiedo” de no ceder jamás ante este tercer enemigo del alma. Y si el tema a tratar era el error de acaparar riquezas en este mundo, echaban mano sobre todo de la célebre frase: “…antes pasará un camello por el ojo de una aguja que un rico entrará al Reino de los Cielos…”, o algo así (cito de memoria).
Pero luego, algunos años, los padres predicadores, durante su estancia en el pueblo se alojaban en las casonas de los señoritos y comían de su pródiga mesa (¿no se alojó Jesús en casa de Zaqueo, el recaudador de impuestos?, ¡pues eso!); y a la hora de la cena, doña Fulanita o doña Menganita, protestaban por lo bajini: “¡hay que ver, Padre Zutano, cómo nos ha puesto usted a los ricos en el sermón de esta tarde!” Y ellos, mientras disfrutaban del buen yantar, se justificaban de forma beatífica: “¡Hay que salvarles el alma a los pobres!” (Pues el cuerpo, por aquellos años, ya lo tenían éstos bien jodido del malcomer y del mucho trabajar).
Las famosas prédicas de aquellos hombres de Dios, las radiaban entonces a través de una emisora de onda media que había en Cieza, en la cual tenía mucho que ver la Iglesia; y de uno de aquellos sermones radiados en el cual el orador incidía sobre la dualidad del hombre (del hombre como especie creada a imagen y semejanza de Dios), me acordé el otro día mirando a mi ordenador, constantemente colgado y sin dar señales de vida a mis torpes “órdenes”. El predicador entonces, no olvidaré nunca, manejando la situación y abstrayendo a la feligresía; creando paulatinamente el ambiente propicio para su pública declaración de fe, llegó al súmmum del patetismo relatando la muerte de su propia madre: “¡Mi madre –decía– acababa de expirar, su cuerpo aún estaba caliente, sus órganos estaban intactos (iba relatando los pormenores de su naturaleza corporal), pero había exhalado su espíritu, había entregado el alma a Dios!” (El misionero declamó muchas más frases, traídas al pelo sobre lo carnal y lo es piritual, cosa que arrancó lágrimas de fe como el puño entre los creyentes, pues nadie mete gato por liebre con el cadáver de su madre).
De modo que, miren por dónde, contemplando yo, como les decía, el “fiambre” de mi ordenador, inerte al ratón y al teclado, más colgado que un sambenito y más tieso que la mojama, me acordé de aquel cura y caí en la cuenta en ese momento de que a este cacharrazo mío lo que le fallaba no era otra cosa que el alma (así me lo confirmó después el técnico).
Sí, ya sé que Software no viene de “psique”, pero aun así…

26/8/06

Las noches del Capitol


El Cine Capitol a punto de ser restaurado
Al ver la portada del número anterior de este periódico, ¿qué dirán ustedes que me vino a la cabeza? Pues aquella otra en que nuestro amigo Juan José Avellán, tan ingenioso para las bromas, y con cuyo sentido del humor es capaz de sacarle punta a un cacahuete, lanzó la estupenda inocentada de que iban a reconstruir el Castillo de la Atalaya para convertirlo en un hotel o un parador (que tampoco es una cosa imposible, digo yo; con dos ascensores burbuja subiendo y bajando por la pared rocosa del farallón, y con un teleférico desde el Balcón del Muro hasta el collado de la ermitica; ¡menudo atractivo para el turismo, oiga; vendría gente de todos sitios!). Pero enseguida me dije: no puede ser, estamos en agosto, vísperas de la feria, y bromas, las justas; a ver si ahora va a ser verdad que reforman y abren el Capitol… Porque anda que no ha pasado tiempo desde que el Ayuntamiento compró el Cine, para nada.

Ya por el año 2000 parecía que la cosa iba de veras, que la Administración del Estado estaba dispuesta a apoquinar un puñado de millones (de las aún pesetas) y por fin se iban a llevar adelante las obras de reacondicionamiento del Cine Capitol; pero, ¡oh casualidad!, en el quítate tú que me ponga yo de la vuelta de la tortilla, en el todo lo tuyo no vale y lo mío sí y en el tiempo perdido de encargar y presentar un nuevo proyecto en los Madriles, se torció el carro y ahí está, ¡como la Puerta de Alcalá!

Por eso, si ahora la Administración Regional (aunque sea con oportunismo electoralista, ¡qué más da!) se echa para adelante y subvenciona las reformas necesarias para abrirlo de nuevo al público, ¡loado sea el Señor! Porque la verdad es que parece mentira que un cine de esas dimensiones, orgullo que fue en sus tiempos de los ciezanos, se mantenga cerrado, sin uso público y deteriorándose.

El Capitol, en el recuerdo de varias generaciones de este pueblo, ha sido algo más que un cine. Entonces, cuando no estaba extendido en la juventud el vicio del alcohol, cuando no se habían importado todavía los bares musicales o los pubs, cuando aún se tenía conciencia de que beber por beber en la nocturnidad del Jardín del Puente de Hierro o en la sordidez de los terraplenes de la Ermita era cosa indecente, cuando no había locales de juegos recreativos (salvo los futbolines del Solar de Doña Adela) ni discotecas (¿se acuerdan cuando pusieron “La Sapporo”?, ¡qué novedad!), el ocio bien entendido, el pasarlo bien, el aprovechar el tiempo libre, significaba ir al cine y ver una buena película. Evidentemente aún no se había inventado tampoco el “vídeo” doméstico, ni mucho menos el “deuvedé”, y como mucho había algunas docenas de televisores en blanco y negro en el pueblo, en los cuales sólo se podía ver un canal –la primera cadena, cuya señal de VHF procedente de Aitana se interfería todos los veranos con la televisión argelina–, y además funcionaba nada más que a unas horas determinadas del día: por las mañanas, carta de ajuste; y a las doce de la noche, el himno y a acostarse.

Entonces había tres cines en el pueblo, proyectando películas todas las noches, pero el Capitol era un lujo de teatro. Decían que era de los más grandes de España. Cuando los domingos salía la gente de cada función (normalmente echaban tres funciones: a las cuatro, a las seis y a las diez, con llenazo hasta la bandera), la calle Doña Adela se convertía en un río humano que inundaba la Plaza de España. Pero más que por su aforo, aunque también, el Capitol era un local importante por su acondicionamiento interior, su decoración, su calidad de imagen y sonido y su exquisitez; sus cantinas o cafeterías, su inmenso patio de butacas y su gran sala de espera; ¡hasta guardarropía, por si alguien necesitaba dejar la gabardina o el abrigo largo, tenía el Capitol!

Ahora se ha perdido aquella cultura cinematográfica, y, posiblemente cuando lo reformen, si es que esta vez va en serio, ya nada será igual; como nosotros, los de entonces, que aunque no lo creamos tampoco somos los mismos. Pero así es la vida, unos tiempos traen otros… “y lo mismo que nosotros, otros lo disfrutarán”. Mas lo importante es que se aprovechen los recursos culturales y de ocio para el pueblo y que no tenga la gente que viajar a Murcia ex profeso para ver una película, mientras ese magnífico inmueble, propiedad de todos los ciezanos, está ahí muerto de risa.

¡Qué bien que algún día podamos volver a decir: vamos al Cine Capitol!
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19/8/06

Ya está aquí otra vez la Feria


Dicen que cuantos más años va cumpliendo uno, más rápido pasa el tiempo; ¡y qué verdad que es! No es lo mismo tener el futuro vital por delante que el pasado de lo vivido por detrás. El pasado parece que empuja, que comprime la vida y hace que ésta pase más rápida.
Pero bueno, el asunto es que la rueda natural del año para los ciezanos está marcada por tres hitos o fechas importantes: la Navidad, la Semana Santa y la Feria. Y, claro está, cuantas más primaveras se van cumpliendo, mejor se comprende esa frase tan repetida de nuestros mayores: “ya está aquí otra vez la Feria, o la Navidad, o la Semana Santa”. ¡Y venga correr los años!
Pero de las tres fiestas señaladas, cada cual con su ambiente propio y su marcado carácter estacional (invierno primavera y verano), la Feria es la que más ha cambiado con el transcurrir del tiempo. Sí que tiene un trasfondo religioso (en honor de San Bartolomé) que se rige más por la tradición y la solemnidad, aunque tampoco está exento de cambios e innovaciones, como por ejemplo la moderna costumbre del Pregón en presencia de la efigie del Santo Patrón. Pero es en la parte lúdico-festiva donde, si uno echa la vista atrás, encuentra las grandes diferencias de cómo era antes la Feria y cómo se organiza ahora.
Sin remontarnos mucho, el “recinto ferial”, y desde que se trasladó de la Esquina del Convento, siempre ha estado en la Plaza de España. Sin embargo son los “carruseles” los que han cambiado varias veces de sitio: primero estaban en el Solar de Doña Adela, luego en la Avenida de Italia, después en la Avenida de Abarán, más tarde en los solarones que hay junto a la Avenida de Federico García Lorca y en los últimos años en otro solarón junto al Camino de Murcia, saliendo del pueblo por la plaza de toros; también los instalaron, al menos un año que yo recuerde, en el viejo campo de fútbol, entonces de “la Avenida del Caudillo”. Aunque a decir verdad, los carruseles no variaban mucho en cuanto a su composición: la noria, el tren de la bruja, los coches de chocar, el tiovivo, las barcas, los rulos y pare usted de contar; de vez en cuando alguna novedad, como cuando traían los autómatas, o los cristobicas, o los espejos mágicos, el laberinto…; y en años más recientes: la casa del miedo, el dragón, el pulpo y alguna cosilla más, pero nada del otro jueves.
Lo que sí ha cambiado como de la noche al día es propia feria en sí, la que se coloca alrededor de la Plaza de España. Antes no había tascas como ahora, que lo ocupan todo con su pestazo a fritanga y la gente se disputa las mesas como si no hubiese comido nunca. Antes, la feria era eminentemente “juguetera” y orientada al público infantil; las casetas de madera, repletas de juguetes, rodeaban la plaza, y, a la feria entonces se iba a ojear, a elegir según los posibles de cada cual, y a “feriarse”. A los zagales pequeños: escopetas de aquellas que disparaban un corcho atado con un bramante, revólveres que explotaban mixtos de crujido, carritos de madera con caballos de cartón, triciclos, balones, pitos, etc.; mientras que para las zagalicas, muñecas de cartón piedra, juegos de cocina, pelotas de trapo atadas con una goma, bastidores de bordar y muchas más cosas. Para los chitos grandes había navajas, carteras, mecheros, colgantes, correas, etc. Y hasta para los adultos existía también una oferta de objetos apetecibles. Mas todo, año tras año, iba cambiando y adaptándose a los nuevos inventos y a las modas.
Otro tema que ha variado mucho de hace un tiempo acá es el de los cantantes. Antes no actuaban de gratis (para el público) en la Plaza de España, allí a lo sumo tocaba la Banda Municipal en la “Tortada”. Los cantantes empezaron a traerlos al Gran Vía, y luego al Gato Azul, hasta que con motivo de una actuación del canario José Vélez (se tergiversaron mal las cosas), el público montó en cólera y destruyó completamente la sala de fiestas; allí no quedó piedra sobre piedra; la gente, que abarrotaba el local hasta la bandera, se cebó de tal forma que de las sillas de madera de tijera, sólo quedaron astillas como mondadientes.
Luego, con la democracia, vino la remodelación del Parque y la construcción del Auditorio Gabriel Celaya, el festival de teatro, las actuaciones populares para todos los gustos en plena Plaza de España, los pollos asados, el buen yantar y todo lo que ustedes ya saben.

12/8/06

¿No es oportuno ahora el “ NO a la guerra”?



Qué cosas tien’ usté, Don José. Ahora ya, que vengan bombas.
¿Cómo es posible que un ejército como el de Israel, terriblemente armado hasta los dientes, esté pulverizando a placer ciudades, carreteras, puentes, aeropuertos, sistemas de comunicación, etc., de ese pequeño país que es el Líbano y nadie diga basta? ¿Cómo es posible que un ejército tan poderoso como el de Israel, con todo su potencial de muerte y destrucción, esté machacando sin problemas a una población civil cada vez más acorralada y más desamparada sin que nadie diga “No” a esa guerra?
Pues sí, lo está haciendo; y a fecha de hoy ni las Naciones Unidas, ni la Unión Europea, ni los estados que podrían pararle los pies, tienen mucho interés en hacerlo. Es cierto que el gobierno libanés ha sido permisivo y complaciente durante años con una organización “religioso-militar” o “religioso-terrorista” como Hezbolá, la cual ha crecido peligrosamente en el sur del país, se ha armado en contra de Israel (todos los países islámicos de la zona están en contra de Israel, cuya religión monoteísta es la más antigua del mundo) y ha tomado cuerpo social, con su milicia disciplinada y todo, como si fuera un estado dentro de otro estado.
Es cierto que los judíos (Israel significa “pueblo de Dios”, cuya tradición belicosa queda patente en el Antiguo Testamento) se encuentran en hostilidad permanente con sus vecinos desde la “moderna” creación del Estado de Israel en 1948 (al día siguiente de su creación Egipto le declaró la guerra), y es cierto que los judíos tienen derecho a defenderse del terrorismo fundamentalista musulmán, cuyos ataques (acuérdense de los trenes del 11-M en Madrid) son de una crueldad sin límites. Pero eso no les da derecho a masacrar inocentes de forma impune; ¿o es que ya no se acuerdan lo que hicieron con ellos los nazis en el gueto de Varsovia?
Ahora bien, me asombra la indiferencia con que están afrontando este estallido bélico los colectivos pacifistas, los círculos culturales, los artistas –en especial los cinematográficos–, y otros agentes sociales tan “belicosamente” antibelicistas en la última guerra contra Iraq. Es cierto que tampoco hicieron mucha campaña en contra cuando la Guerra del Golfo, promovida por Bush el Viejo y apoyada activamente por el gobierno español; ni se molestaron en exceso cuando la OTAN (siendo Solana su secretario general) ordenó tirarle bombas a los serbios hasta en el carné de identidad, con la participación activa del gobierno español; ni se manifestaron mucho en contra tampoco cuando el aplastamiento de Afganistán, promovido por Bush el Joven y el acuerdo del gobierno español; ni, por supuesto, ni Dios se acuerda de las guerras olvidadas de África (que se maten esos negros, pensarán). Pero en cambio, con la última guerra de Iraq, promovida, cómo no, por Bush el Joven, con la aquiescencia una vez más del gobierno español, sí que hubo una movilización en toda regla. Este país nuestro vibraba entonces de concentraciones populares. No hubo pueblo o rincón donde no surgieran airadas pancartas con el pacífico lema del “No a la guerra”; se repartían pegatinas, se leían manifiestos, se recitaban poesías, se voceaban insultos, se enarbolaban banderas aconstitucionales y se fletaban autobuses para engrosar manifestaciones en las capitales. Todo para hacer reflexionar a los atacantes y acallar los fusiles homicidas; o eso parecía.
No obstante, creíamos que había surgido en la población una nueva sensibilidad contra el atropello de las armas; una esperanza de solidaridad para con las personas de aquellos países víctimas de las bombas y los tanques; o eso parecía. Creíamos que había nacido una nueva cultura que detestaba resolver los conflictos a tiros; o eso parecía.
Aunque les voy a hacer una confidencia: en una de aquellas concentraciones que se hacían aquí en la Esquina del Convento, pregunté inocentemente a uno de los convocantes: “¿Crees tú que estos actos (100 ó 200 asistentes habríamos allí) pueden hacer reflexionar al Bush ese y a sus generales?” –“No, me respondió, pero jodemos a este gobierno” (al de Aznar).

5/8/06

Migración, versus ósmosis



Esta semana pasada no, la otra, mi amigo Bartolomé Marcos hizo en su artículo un acertado parangón de la invasión de los bárbaros del norte (por cuya causa, entre otras, cayó el Imperio Romano) con la “invasión de los bárbaros del sur”, en referencia a la actual migración que no cesa desde los países pobres con gobernantes ricos de África hacia la engreída Europa.
No sólo estoy de acuerdo con tal punto de vista sobre este problema, acuciante para quienes creíamos haber inventado la sociedad del bienestar o estábamos en vías ello, sino que filosofando a la pata la llana intento ir un poco más lejos en la compresión y análisis del asunto. Así que comparo estos desplazamientos de población por causas socioeconómicas con el fenómeno de la ósmosis. ¿Qué es eso?, dirán algunos de ustedes. Pues es algo que se da en física y química, y básicamente consiste en que si colocamos dos disoluciones, una más concentrada y otra menos concentrada, separadas por una membrana, se producirá un flujo natural del líquido que intentará pasar a través de dicha membrana desde la más diluida a la más concentrada, hasta que se igualen ambas y se logre el equilibrio. (La ósmosis, por otra parte, es algo que está presente en la fisiología de los seres vivos e interviene en muchos procesos industriales; por ejemplo, en las plantas desaladoras, “pro-metidas” por el Gobierno gobernante como sucedáneo de la interconexión de cuencas fluviales para llevar el agua desde donde sobre a donde falte).
Bien, continuando con el símil de la ósmosis, y teniendo en cuenta que, al igual que en las disoluciones químicas, los flujos poblacionales pugnan por pasar de una sociedad más “diluida” socioeconómicamente hablando hacia otra más “concentrada” o rica, podemos teorizar que “la presión migratoria ejercida sobre un punto fronterizo (valla de Melilla, Estrecho de Gibraltar, Mar de Canarias, etc.) es directamente proporcional a la cantidad de miseria per cápita en un lado de la frontera y al efecto paraíso de perros atados con longaniza en el otro lado.”
Y abundando un poco más en esta “teoría de andar por casa” sobre la “ósmosis” natural de las masas migrantes en busca del derecho al progreso de los individuos, se puede llegar incluso a pensar en una solución definitiva de lo que, según parece hoy por hoy, solución no tiene. Consistiría en dejar permeables nuestras fronteras, es decir, que pase todo el mundo; sin miedo, pues no va a venir aquí África entera como los alarmistas temen y seamos tantos sobre esta sufrida piel de toro que tengamos que dormir de pie; no; sólo van a entrar inmigrantes hasta que nos igualemos con sus países de origen en la pobreza o en la humildad, que es donde únicamente son posibles las igualdades de las personas, además de en la muerte, claro.
En ese punto socioeconómico, lo mismo que pasaba con el equilibrio osmótico de las disoluciones, cesarán de llegar personas muertas de hambre, muertas de injusticia o muertas por conseguir un sueño (no sé a ustedes, pero a uno se cae el alma al suelo viéndolas por la televisión con el futuro perdido de antemano y casi desnudas, “como los hijos de la mar”). Entonces ya no habrá que levantar costosas y vergonzosas vallas para defender nuestra despensa (cómo será de vergonzosa la valla esa de Melilla, que hasta los norteamericanos le han echado el ojo y quieren importarla para ponerla en la frontera con México); no habrá que vigilar las costas ni recoger cayucos a la deriva en alta mar; no habrá que rescatar pateras con fiambres; no habrá que dedicar diariamente un montón de guardiaciviles al desembarco de seres humanos exhaustos, procedentes del tercer mundo con destino al cuarto. En ese punto de equilibrio de la “ósmosis migratoria” España dejará de ser ya objetivo preferente de “apátridas voluntarios”, los cuales prefieren las migajas en tierra extraña a la resignación perenne y a la enfermedad de la pobreza en su tierra.
Pero antes ha de transcurrir aquí un proceso largo de “inversión social”; una especie de retroceso en la máquina del tiempo; una precarización de todos los sistemas sociales; un tocar a menos, ¡a mucho menos!, en el reparto de la tarta de la prosperidad nacional, que creíamos propia por ser fruto de nuestro trabajo y de nuestro esfuerzo por crear un “Estado social y democrático”. Y cuando España y Marruecos (por poner un caso de dos países con tantas cosas en común) se parezcan como dos gotas de agua (aunque con una diferencia fundamental, ojo: allí el Mojamé ese, que además es el “jefe religioso” y los generales se le tiran al suelo de rodillas, posee riquezas para parar un tren y no hay nadie que le tosa), habrá cesado la preocupación de los políticos por contener las avalanchas del hambre.
Y ya, cuando “Melilla Acoge”, “Murcia Acoge” o “Las Chimpampas Acoge” no puedan acoger más, no habrá por qué preocuparse; pues para entonces todos oleremos igual, que al fin y al cabo no es más que una característica tribal de pertenencia y de aceptación.
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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"