INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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14/6/20

Viajeros por el Universo

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Paseo Ribereño y pandemia Covi-19 (fotografía de Fernando Galindo)
Dijo Tolomeo, aquel sabio egipcio que vivió en Alejandría en el siglo II después de Cristo, que la Tierra estaba quieta y todo el orbe, conocido entonces, giraba alrededor de ella (más o menos era lo que creía Platón y Aristóteles antes de que Cristo anduviera por el mundo). El llamado «sistema geocéntrico» o «sistema ptolemaico» le encantaba a Iglesia y por eso, como vigilante que ha sido del conocimiento universal durante muchos siglos, lo mantendría a ultranza como el «orden oficial del universo» hasta casi el siglo XVIII. Y anque en el siglo XVI, a un cura polaco, Nicolás Copérnico, se le ocurrió decir que era la Tierra y los planetas los que giraban alrededor del Sol y no al revés, la Iglesia no se lo tomó mal, y más o menos dijo que se lo aceptaba, no como un sistema real, sino como un «modelo» astronómico y matemático (en este modelo se basaría el religioso jesuita alemán para los cálculos del calendario gregoriano, el que tenemos nosotros y el más perfecto de todos).

Bueno, el pobre Copérnico murió sin que le hicieran mucho caso, pero su «sistema heliocéntrico» o «sistema copernicano» sería astronómicamente el verdadero con el tiempo. También apareció después Galileo, en el siglo XVII, diciendo que Copérnico tenía razón y que la Tierra era un planetica mediano que daba vueltas al Sol. Y a Galileo sí que le pusieron en Roma las peras a cuarto, ¡vamos que lo querían quemar vivo! («¡a la hoguera con él, por blasfemo!»); así que el pobre tuvo que retractarse ante el tribunal de la santa inquisición y decir «Diego» donde había dicho «digo» (eso hoy en día lo hacen los políticos a las tres menos dos y no pasa nada). Pero de Galileo hacia acá ha llovido mucho, y se conocen cada vez más cosas de este universo ¡ilimitado! que nos rodea, sobre todo sabemos que no somos más que unas pulguitas insignificantes en un bonito planeta que gira alrededor de una estrella cualquiera en una preciosa galaxia con forma espiral.

¿Por qué les digo estas cosas? Porque nosotros, como pulguitas inquietas que andan siempre peleándose unas con otras y tomando partido y haciendo guerras y matándose y contaminando los mares y la atmósfera, nacemos, vivimos y morimos, en esta gran nave espacial que es el planeta Tierra, que no para de girar y desplazarse a velocidades espantosas; por ejemplo, su vuelta completa en 24 horas, la hace a una velocidad de más de 1.600 km/h, que ya es correr (en la aviación comercial, únicamente el Concorde, ¿se acuerdan?, volaba a una velocidad por encima de los 2.000 km/h, vamos que almorzabas en París, te subías al Concorde y cuando llegabas a Nueva York tenías que almorzar otra vez). Pero eso no es nada, porque esta nave-planeta y casa nuestra, como saben, y muy bien dijo el cura Copérnico, que escribiera un libro llamado «De revolutionibus orbium coelestium», o sea, ¡todo patas arriba!, pero estando muy malico pa morirse, pudo llegar a verlo impreso, y todo corregido y enmendado al gusto religioso del la Iglesia, ¡pobre! Pues como afirmó el polaco, esta nave da vueltecicas al Sol («eppur si muove» que dijera el jodío de Galileo por lo bajini cuando ya se vio libre de la quema: «¡sin embargo, se mueve!». ¿Y a qué velocidad se mueve? Pues si tarda 365 días en recorrer su órbita, y sabemos que esta tiene más de 900 millones de kilómetros (¡se va en ca dios a dar la vuelta!), echen un cálculo; pues corre que se las pela, a más de 107.000 km/h (no hay artilugio humano que pueda igualar eso).

Dicho todo esto, se imaginan lo que hemos viajado cada uno desde que nacemos. Porque además, el Sol también viaja por el espacio interestelar de la galaxia, que ya saben ustedes que es la Vía Láctea. (Nosotros, como estamos en un brazo de la hélice, o sea en las «afueras», en un «barrio galáctico», cuando miramos al cielo por la noche y vemos el Camino de Santiago cuajado de trillones de estrellas, ese es el cuerpo central de nuestra galaxia, que la vemos de canto.) Es más, las galaxias no están quietas y también viajan por el espacio intergaláctico. ¡Todo se mueve!, y nosotros montados en esta nave, en este planeta maravilloso, que Tolomeo y la Iglesia creyeron de forma errónea que era el centro de todo, el ombligo del universo, y que todo giraba a su alrededor.

Mi padre, cercano a los 97 años, ¿cuánto habrá viajado por el universo? Porque no es solo la suma de los millones de kilómetros recorridos cada año de su vida, sino que al mismo tiempo se ha ido desplazando con el sistema solar y, a su vez, con la Vía Láctea. Nadie, desde que nace, vuelve jamás al mismo punto de partida. Nuestra vida es un viaje. Escribió Jorge Manrique: «Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos…» (pero él se refería a otra cosa: «Este mundo es el camino para el otro que es morada sin pesar, mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar…»).

En realidad no tenemos ni idea de la distancia recorrida desde que venimos al mundo; y todos juntos siempre, blancos y negros, payos y gitanos, liberales y conservadores; todos en la misma «nave» haciendo kilómetros por la vastedad infinita del universo, alejándonos siempre de aquel punto primigenio de la gran explosión, el Big Bang, según explican muy bien Asimov y Hawking.

Miro a mi padre y veo a un ser lúcido, pleno de experiencias, aunque un tanto cansado de viajar, más que por el mundo, por las estrellas. Es nuestro destino viajero de la vida.
©Joaquín Gómez Carrillo

10/5/20

Recordando el año del cometa

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Composición de imágenes de la Luna sobre la torre de la iglesia en Cieza (fotografía cedida por Carlos Lucas)
Estos días atrás se han cumplido 34 años del paso del cometa Halley. Fue en el año 1986, y volverá a pasar en el 2061 (para entonces, muchos de nosotros ya estaremos calvos). Los astrónomos dicen que este cometa es de los llamados de «ciclo corto», pues 75 años no son nada, y una persona puede verlo dos veces en su vida (los cometas de «ciclo largo» son capaces de tardar miles de años en volver, pero siempre lo hacen, como las golondrinas en primavera). El Halley, en esos 75 añicos realiza su viaje programado desde el «día de la creación». Recorre una órbita muy alargada: viene hacia el Sol y lo rodea relativamente cerquita, pasando por entre los planetas Mercurio y Venus, luego se aleja triunfante, con su gran «melena» gaseosa y arrastrando su cola de millones de kilómetros de larga; se va hasta casi los confines del Sistema Solar, donde hace mucho frío y todo es muy oscuro, sin embargo se da la vuelta y regresa de nuevo. El cometa tiene marcada su ruta como todos los astros y está sujeto a unas leyes que rigen para todo el Universo.

Desde la antigüedad, la aparición de cometas en el cielo siempre ha estado asociada a catástrofes o pandemias. Los sacerdotes del imperio Azteca (hoy México) habían detectado al parecer la presencia de un extraño cometa poco antes de la llegada de Hernán Cortés, para ellos una desgracia, pues lo primero que hizo el extremeño fue prohibir de forma tajante los sacrificios humanos, y como no le hicieron ni puñetero caso («¡amos anda! —pensaron ellos—, a ver si va a venir aquí este español a darnos sopas con honda, con lo a gusto que estamos nosotros ofreciendo los corazones humanos, calentitos, al dios “serpiente emplumada”…»), Cortés, ni corto ni perezoso, los puso en fila y los mandó ahorcar; y, claro, ahí empezó a desbaratarse el trato que había hecho con Moctezuma, de forma que, tras otros graves rifirrafes, los españoles tuvieron que largarse por piernas en la llamada «Noche Triste» (triste sobre todo porque no pudieron cargar con la ingente cantidad de oro que había acumulado para de salir de pobres).

Por el contrario, otras veces, la presencia de cometas ha podido asociarse con algún acontecimiento gozoso. Un ejemplo de ello lo tenemos en la famosa «estrella» que guió a aquellos «magos de Oriente» que se citan en la Biblia hacia el «Portal de Belén» (los magos, no «reyes», se fueron derechicos al palacio de Herodes el Grande y le dijeron a este que tenían la convicción de que había nacido un Rey y venían a adorarle, porque habían visto «su estrella»; entonces el muy taimado monarca les contestó: «Ah, pues decidme dónde lo halláis, que yo también quiero adorarle», cosa que era mentira podrida). Al respeto de la legendaria «estrella de Belén», hay quienes han querido relacionar la con el cometa Halley, puesto que la existencia de éste, cuya aparición hacía cada 75 años (como un reló), era conocida desde un par de siglos antes de que Cristo anduviese por el mundo. Sin embargo no está del todo confirmado, ya que según los cálculos, el Halley pasaría en el año 11 antes de Cristo. Y teniendo en cuenta que nuestro calendario Gregoriano (el más perfecto del mundo), se hizo arrancando con un error de unos 6 años de atraso, es decir, que nuestro año cero no corresponde al nacimiento de Jesús, sino que el muchachico ya andaría por la carpintería de su padre jugando con la viruta, enredando y tocándolo todo. Entonces, una de dos: o los magos llegaron con 5 años de antelación o no sería Halley; pudo ser cualquier cometa de ciclo largo, que apareció, se largó y «si te vi ya no me acuerdo».

Otro cometa que pasó muy cerca de la Tierra en 1996 (diez años después del Halley) fue el Hyakutake. Ese era espectacular. Nadie lo esperaba, porque es un cometa de ciclo largo y tarda en volver la friolera de 15.000 años; y como lo descubrió un japonés aficionado a la astronomía, pues le puso su nombre, ¿qué les parece?; a cualquiera le gustaría ponerle su nombre a un cometa famoso, para pasar a los anales de la astrofísica. Sin embargo, el Hyakutake estuvo casi una semana ahí en el cielo sin traernos ningún anuncio, ni bueno ni malo, que se sepa (yo estaba estudiando Ciencias Empresariales en la Universidad de Murcia y cuando volvía de noche por la carretera podía verlo ahí, ¡precioso!, con su cola de polvo cósmico reluciente).

Ahora, para esta desgracia pandémica que nos afecta, por lo pronto no tenemos ninguna señal celeste, ningún augurio que nos anuncie o confirme esta enorme calamidad global. (Los muy viejos recuerdan un extraño meteoro del cielo en el año 1938: una aurora boreal, que la gente, atemorizada, puesto que es algo rarísimo en nuestra latitud, asoció con la tragedia de la Guerra y la violencia de los bandos contendientes. Al oscurecer se puso el cielo rojo y algunos decían: «¡estará ardiendo Madrid!», y otros: «¡estarán probando un arma de los alemanes!». Pero muchas personas humildes lo entendieron como algo sobre natural, algo proveniente del poder divino que venía a decir ¡basta! por tanta sangre derramada.) Mas en este 2020, año del Covid-19, todavía no hemos recibido la visita de algún cometa o hemos percibido señal celeste alguna que nos indique desde el cosmos lo insignificantes que somos: meros piojillos, víctimas de un microorganismo que no llega ni a ser célula.

¿Y por qué les hablaba de todo esto…? Ah, porque mi hija Victoria Elena nació en el año del cometa, justo cuando pasaba el Halley en primavera.
©Joaquín Gómez Carrillo

24/1/08

Y Neptuno


Qué raro se me hace; siempre habíamos dicho “y Plutón”; sin embargo ahora tendremos que acostumbrarnos a decir “y Neptuno”, puesto que los planetas “oficiales” del Sistema Solar ya no son nueve, ¡no señor!, sino ocho: Mercurio, Venus, La Tierra (nuestra querida y maltratada Tierra con sus mares azules, sus selvas verdes y su atmósfera, ¡casualmente perfecta para el desarrollo de la vida!), Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Pues Plutón ha quedado fuera del conjunto planetario por excéntrico, por lejano, por dudoso, por extraño y por quién sabe cuántas cosas más. Hasta piensan que puede ser un “agregado”…; vamos que se pudo haber “pegado” al sistema heliocéntrico que el cura polaco Copérnico descubriese en el siglo XVI, dando por fin con la tecla de cómo se mueve todo el tinglado este que vemos ahí arriba, y Galileo lo defendiera más tarde hasta el límite de la condena de la Iglesia, desmontando definitivamente las explicaciones aristotélicas.

Así que de todas esas listas de nuestros esfuerzos memorísticos, como por ejemplo la lista de los reyes godos; las partes de la oración gramatical; los hijos de Jacob, que eran doce y las chitas, ¿se acuerdan?, los nombraban en la calle jugando a la comba; los pecados capitales, en la actualidad envidiados por el de la envidia; los cabos de la península Ibérica (Machichaco en Vizcaya, Peñas en Asturias, Finisterre en La Coruña, etc…); los ríos de España (que van a dar en la mar,/ que es el morir./ Allí por políticas vanas/ se pierden del Ebro sus aguas/ sin consentir./ Allí los ríos más grandes,/ allí los otros medianos/ y el Segura:/ allegados, son iguales/ los que niegan sus caudales/ y el que riega los bancales/ de esta Murcia); las artes liberales, que eran siete: gramática, retórica, filosofía, aritmética, música, geometría y astronomía, cuyo estudio en las universidades hacía libre al hombre del renacimiento; las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza); o los 104 elementos de la tabla periódica (química somos y en química nos convertiremos). Pues de todas esas listas, como les decía, la de los planetas de nuestro Sistema Solar ha quedado reducida en uno, y a la hora de enumerarlos hay que cambiar el “chip” mental para no equivocarse; aunque eso no es muy difícil, creo yo; más fácil es, desde luego, que el nuevo padrenuestro en misa, que desde que lo cambiaron me hago siempre un lío y digo todavía “nuestros deudores” en lugar de “los que nos ofenden” (pues las ofensas, vale que hay que perdonarlas, pero las deudas…, ¿quiénes perdonan hoy en día las deudas?, ¡ni un céntimo, vamos!, y menos si se trata de los bancos).

Además, Plutón, el “ex planeta” del Sistema Solar, con nombre de dios de los infiernos, está en el quinto pino (donde ordenan llevar, por cierto, los petroleros averiados para que se hundan y suelten “sólo unos hilillos” de fuel); Plutón está nada menos que a cerca de 6.000 millones de kilómetros del Sol, ¡casi nada! Fíjense que el astro rey dista de la Tierra 150 milloncejos de kilómetros, ¡un tiro de piedra, comparado con lo lejos que está el Plutón ese! Además, en tiempo real, ya saben: a poco más de ocho minutillos está Sol de aquí (a lo mejor se tarda más en ir a Abarán), ¡sólo que viajando a la velocidad de la luz! (la del sol, que más calienta).

Por otra parte, Plutón se desplaza a paso de carreta y así no se puede ir a ningún lado; este astro, que extrañamente tiene aspecto terrestre, aunque bastante más chiquitico que nuestra bola del mundo, circula por su elipse, determinada en la primera ley de Kepler, a sólo 5 kilómetros por segundo (la Tierra, para que se hagan ustedes una idea, modestamente alcanza los 106.500 kilómetros por hora, llaneando); de modo que el pájaro este, que los astrónomos han “expulsado” de la lista de planetas, tarda nada menos que 248 años de los nuestros en dar la vuelta al Sol (¡vaya primaveras, de 62 años!), y eso, como comprenderán, es demasiado para nosotros, que se nos va el tiempo volando, que no ha pasado aún Navidad cuando ya está aquí Semana Santa, y en seguida Feria otra vez. Si es que no puede ser.
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LOS DIEZ ARTÍCULOS MÁS LEÍDOS EN LOS ÚLTIMOS TREINTA DÍAS

Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"