INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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22/2/20

Cieza, espeleólogos y cuevas

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Espeleólogos del GECA, de la OJE de Cieza, de diversas generaciones y épocas (fotografía de Pascual Gómez)
Qué les iba a decir, el otro día presentó la OJE, en el local de Cajamurcia, su programa de actividades para este año 2020, en relación con el 60º aniversario del GECA, «Grupo de Espeleología Cieza Atalaya», del que me honro el haber pertenecido cuando era un poquico más joven. ¡Sesenta años de espeleología ciezana!, y no solo en nuestro término municipal y municipios de alrededores, sino en múltiples y alejados lugares de España, como en Cantabria, León o los Pirineos. Se podría decir que, de los diversos «embajadores» ciezanos que llevan alto el nombre de nuestra ciudad, el GECA es uno de ellos.

Al acto acudimos unos cuantos de los de entonces. Estaban los históricos, los que componían el grupo a finales de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado: Juan S. Llamas, Joaquín Parra, Juan L. Sandoval, Pascual Yuste, José Contreras, Diego G. Vázquez, Paco Cano, y, con ellos, un servidor de ustedes. Echamos de menos ciertas ausencias: unas por motivos casuales y otras porque algunos espeleólogos de aquellos ya se han ido a visitar las grutas más bellas del otro lado de la vida. Al final del acto nos hicimos una foto emocionada con los miembros actuales del GECA y su jefe, Pedro Ríos.

Recuerdo que un día que estábamos, los nombrados y yo, reunidos en el actual local de la OJE (en la Calle del Hoyo), Andrés Hurtado, el actual presidente de la Federación Murciana de Espeleología, dijo «¡me siento emocionado de estar frente a vosotros!». Yo también me emociono de estar junto ellos, pues cuando entré al grupo, allá por Navidad de 1971 (al mismo tiempo que Pascual Salmerón, Natalio Rubio y Pascual L. López), ellos y otros más, como Pepe Hurtado, Manolo López, Salvador Susarte o Eduardo L. Pascual, o como los ya fallecidos Isidro Cano, Manolo Dato o Antonio Salmerón, pioneros todos en la espeleología ciezana, habían descubierto una joya del subsuelo en nuestra Región: la Cueva del Puerto, en el término municipal de Calasparra. Esta fue el buque insignia de nuestras grutas, y sus descubridores, los mentados, la habían bautizado con el nombre de «Cueva GECA»; del mismo modo que fueron nombrando todas sus salas y galerías: «Sala del Cauce», «Sala de la Cabra», «Sala del Piano», «Sala de Miguel Marín», «Sala de la Oreja», «Sala de la Colina», «Sala de las Excéntricas», «Sala de las Raíces», «El Laberinto», «Los Pozos», «Galería del Caos»... Quiero hacer constar estos nombres originales, que figuraban en nuestros planos, dossiers y publicaciones, porque tras abrir la gruta al turismo («contaminándola» con visibles focos, cables, cajas de registro, mangueras, hormigón y hierro, ¡demasiado hierro a la vista!, y abrir pasillos y rebajar suelos a barrenazo limpio, la empresa explotadora o quien fuese le cambió todos los nombres. La Cueva del Puerto tenía entonces una diminuta entrada natural en forma de tubo, por donde había que arrastrarse con los pertrechos. Pero era nuestra caverna y accedíamos a ella con respeto y admiración. Íbamos en días de fiesta y fines de semana para proseguir su estudio topográfico y su exploración, para meternos por los mil recovecos de sus pozos y galerías, y para sentir emociones como si estuviéramos en la más grande de las catedrales. Cuando fui jefe del GECA, en 1973-74, abordé el proyecto de buscar otra entrada a la cueva por la «Sala de las Raíces», tan próxima a la superficie que, a través de las hendijas, pendían del techo manojos de raíces de los pinos. Luego de trabajar en ello un tiempo desde dentro hacia fuera, la juntura de la piedra se estrechaba de tal manera que hacía imposible el paso.

Sin embargo, tiempo después, por esa misma zona de las raíces, abrieron de forma brutal la primera entrada para el público. Luego, en años más recientes, con la ambición de meter gente a la cueva y explotarla cual un recurso turístico, han construido un túnel semejante a una «bajada al metro», que aboca directamente al corazón de la cueva, a su parte más sensible, más bella y, ahora, más vulnerada. ¡Qué disparate!

Pero en Cieza tenemos otro enorme complejo de cuevas y simas en las cercanías del Cañón de Almadenes, que el propio GECA de la OJE ya descubría, exploraba y estudiaba por los años sesenta y setenta. El paraje Los Losares es de pura roca caliza y, por tanto, lugar de cuevas. Hasta allí nos desplazábamos muchos domingos en el autobús del Salto de Almadenes, con nuestras cuerdas de nylon (incluso de esparto) y nuestras escalas de acero y aluminio. (Algunos empezamos a hacer espeleología con un casco de los albañiles y un carburo de los mineros, con una goma de butano para la conducción del acetileno hasta la boquilla del frontal del casco.)

Varios miembros del GECA de entonces asistíamos al Campamento Nacional de Espeleología, que la OJE de León hacía en Ramales de la Victoria (provincia de Santander). Allí estuve en los años 1972 y 1973; ¡aquello era el paraíso de los espeleólogos!; Cantabria es como un gigantesco queseo de gruyere, toda horadada de grutas naturales debido a la composición caliza de sus montañas. (En aquel tiempo tuve la suerte de poder visitar la cueva original de Altamira ¡por dos veces!)

Más lo importante es que el grupo de espeleología ciezano se ha hecho sexagenario, como muchos de nosotros, y su trayectoria no ha sido en vano, pues como reza el lema de la OJE, ¡Vale quien sirve!
©Joaquín Gómez Carrillo

18/12/19

La Sima del Mortero

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Interior de la gran torca del Mortero. Por la izquierda de la fotografía se observa el descenso de espeleólogos desde la cornisa donde se sitúa el campamento base. Luego, todo es bajar hasta el embudo del «Soplador».
Continuando un poco con mis memorias de montañero (en un artículo anterior les hablé de la fallida aventura que vivimos en la Navidad de 1972, en Tárbena, Alicante, por causa de la lluvia, que se abrieron los cielos durante tres días y tres noches), quiero narrarles hoy otro hecho que viví en el verano del año 1973: la exploración de la «Sima del Mortero», en Cantabria (entonces se decía «provincia de Santander», pues no existían las comunidades autónomas; España se dividía en «regiones», sin efectos políticos, y la provincia de Albacete pertenecía a la «Región de Murcia»). Miren lo que les digo, yo no sé el frío que pasaría Robert F. Scott cuando la palmó de regreso de su aventura en la conquista del Polo Sur (y encima, el bandido de Amundsen se le había adelantado), pero yo no recuerdo haber pasado más frío en mi vida que los dos días que estuvimos en el interior de La Mortero (mi amigo Pascual Lucas López, que también participaba en el operativo, no me dejará mentir).

Les diré, ya el acceso al lugar es impresionante. La carretera sube desde el pueblecico de Arredondo por el Valle del Asón (el río Asón, luego de recibir las aguas del Gándara en Ramales de la Victoria, y las del Carranza en Gibaja, desemboca en la Ría de Treto, en medio de una gran marisma, parque natural, entre Laredo y Santoña, ¡un paraíso ecológico!). El valle, conforme ascendemos se va cerrando, hasta que se columbra la gran «cola de caballo» de la catarata del «Nacimiento del Asón», lo cual es de una belleza singular. La carreterica entonces curvea como una serpiente para poder escapar del valle por su extremo superior, mientras que contemplamos un paisaje fantástico en derredor nuestro.

Una vez arriba, podemos coger la bifurcación para Astrana o continuar subiendo hasta el «Portillo de la Sía», de 1.200 metros de altitud, que comunica con la provincia de Burgos (por allí, alguna vez, ha pasado la Vuelta Ciclista). Mas para ir a la Sima del Mortero, hay que tomar dirección Astrana y seguir los indicadores. Luego, dejar el vehículo y atravesar a pie el inmenso «lenar» de rocas calizas de punta, hasta llegar a la gran torca o dolina (un hundimiento gigante en el terreno). Entonces aparece la boca de la sima, de unas dimensiones colosales, por uno de cuyos lados se puede bajar andando entre helechos gigantes hasta una especie de oquedad o abrigo dentro de dicha dolina. Allí es donde se suele plantar el campamento base y acopiar los pertrechos, pues la entrada a la sima no es fácil y se necesita bastante material de espeleología.

Cuando yo participé en aquella operación de 1973, llevábamos también algún material del ejército, y nos acompañaba un capitán (Paulino, recuerdo que se llamaba) y un comandante, de Zaragoza ambos, invitados por la OJE de León, que era la que montaba y dirigía todos los años el Campamento Nacional de Espeleología en Ramales de la Victoria (situado en un bello lugar a orillas del Gándara), y la que había preparado el operativo para descender La Mortero ese año. ¡Un hito espeleológico del momento!, pues la sima, aunque no llega a los cuatrocientos metros de desnivel, tiene tela su exploración. (Luego, en 1979, la bajarían con cuerdas espeleólogos granadinos con la colaboración del Espeleo Club de Cartagena, entre los que se encontraba el que ahora es una eminencia en la ciencia de las cavernas y un especialista en el «espeleo-buceo»: José Luis Llamusí, que tuve el gusto de conocerlo personalmente hace dos años, en el 50º aniversario del descubrimiento de la Cueva del Puerto, en Calasparra). Bien, pues en 1973 solo habían descendido La Mortero, hasta el final, con torno y cable de acero; pero cuando nosotros estuvimos, ya utilizábamos la combinación de cuerdas de perlón y escalas de acero.

El abrigo de arriba forma una cornisa amplia; y desde ella se aboca a la primera vertical (50 o 60 metros, como la Torre de la Plaza de España, para que se hagan una idea). Abajo, donde aún llega la luz, se ven las paredes y los bloques de los derrumbes tapizados de musgo verde, rezumando agua por la condensación del aire húmedo que sale de la cavidad. Más abajo, las dimensiones del pozo se van estrechando y vamos entrando en una especie de túnel descendente, hasta llegar al «Soplador». ¡Esa es la verdadera puerta de la gran sima! Es una agujero estrecho, apenas una rendija, por donde el aire sopla con una fuerza considerable (había que atravesarlo con linterna, pues las lámparas de carburo se apagaban).

A partir de ahí ya empiezan a aparecer las «marmitas» o pozos llenos de un agua cristalina. Y en seguida notamos que el agua corre por la galería y se transforma en un río. Toda la cueva está recorrida por ese río subterráneo, que se hunde luego en el sumidero del fondo. El agua está muy fría, a cuatro grados. El ambiente es frío, y con una humedad que se corta. El río, se va haciendo cada vez más caudaloso y forma lagos; algunos hay que atravesarlos con bote neumático, hasta llegar al gran pozo final, de unos -160 metros de caída vertical, y en forma de campana o de tinaja, es decir, descendiendo por la cuerda, no se pueden ver las paredes: todo es oscuridad y lluvia de agua gélida de la cascada. Con una dificultad añadida: en los últimos 20 o 30 metros, antes de llegar al fondo, la catarata, helada, le cae a uno directamente encima, sin escapatoria.

Cuando yo participé, en el año 73, montamos todo el operativo para que descendiera en el equipo de punta un tal Javier Blanco («Purgarcito», le decíamos), que era entonces el presidente de la Federación Nacional de Espeleología (no existía la Federación Murciana de Espeleología y nosotros, los del GECA de la OJE de Cieza, éramos espeleólogos federados nacionales), el cual no era muy alto y llevaba barbas y melena casi hasta la cintura (¡mitad hippy, mitad troglodita!). Estuvimos dos días dentro de la sima, donde el frío era como un gusano que se nos metía en los huesos y no nos dejaba descansar ni dormir (recuerdo que los del Campamento habían entrado un saco de azucarillos, y los cogíamos a puñados; el azúcar proporciona una calorías fugaces en el cuerpo). Y para más inri, un compañero de Figueras (Javier Herrero Oscáriz, «Yaco») se cayó a un pozo de agua y se caló entero, el pobrecico. Hubo que ayudarle a salir de la sima a toda prisa para que se cambiara de ropa y se calentara en una lumbre que habían hecho los del equipo de superficie, donde se encontraban los militares, ¡tan ricamente!

Pero antes de la inoportuna caída al pozo, como este compañero y yo teníamos cuerpos de «maletillas», con el fin de poder conciliar un poco el sueño (habíamos instalado el campamento medio a -250 m. de profundidad, junto río subterráneo), y como llevábamos ambos unos sacos de dormir livianos (o sea, bastante precarios), le propuse meter un saco dentro del otro e introducirnos juntos en ellos (algún calor nos podríamos dar el uno al otro); pero nada, era mayor la incomodidad y el doble tiritar, por lo que al poco deshicimos el invento y cada mochuelo, a su olivo.
©Joaquín Gómez Carrillo

28/12/17

Ausencias y presencias

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Espeleólogos del GECA participantes en el descubrimiento y estudio de la Cueva del Puerto hace 50 años
Por la mañanica temprano se notaba que el “grajo volaba bajo”, con un vientecillo helado que se metía en los huesos; no obstante había amanecido un cielo diáfano sin una mota de nube, lo que prometía la indulgencia de un sol caricioso y casi solsticial de invierno. De modo que cuando fuimos llegando a la Cueva del Puerto, se agradecía el repecho de la fachada con cristaleras del centro de interpretación, donde nos fuimos encontrando los viejos espeleólogos de hace cincuenta años, los descubridores de la cueva y otros que por aquel tiempo habíamos ingresado al grupo de espeleología de la OJE y tuvimos la suerte y el honor de continuar explorando y estudiando las galerías de esta maravillosa caverna, que lo fue.

Hoy en día los ayuntamientos suelen sacar partido de todo lo que tienen en sus municipios; así que explotan sus recursos turísticos, casi siempre en base a oportunidades políticas. El de Calasparra hace lo propio, y, de unos años a esta parte, ha puesto los ojos en la mentada Cueva del Puerto. El objetivo no es otro que darla a conocer cada vez más y meter visitantes a dicha caverna, buque insignia de todas las grutas de la Región de Murcia. Así que para publicitarse mejor, pensaron tiempo atrás que convenía organizar el “cumple” de la cueva. Pero, ¡ay!, ésta, aun en el subsuelo del término municipal de Calasparra, siempre ha sido más ciezana que calasparreña, pues sus descubridores, allá en el año 1967, fueron unos chicos del Grupo de Espeleología Cieza Atalaya (GECA), de la OJE. Y quienes la estudiaron y la dieron a conocer en publicaciones nacionales y congresos, no fueron otros que los miembros de dicho colectivo ciezano. Es por ello que los mentados actos de celebración pasan por ser básicamente un homenaje a los antiguos miembros del GECA, grupo espeleológico, por otra parte, que ha sabido ir renovándose, generación tras generación, adaptándose en todo momento a las técnicas de la moderna espeleología, y, tras más de diez lustros de existencia, mantiene su actividad en el seno de la OJE ciezana, siendo su actual jefe de grupo Pedro Ríos.

Estaba prevista la asistencia de los alcaldes de Calasparra y Cieza, pero estos delegaron; para eso están los concejales. Así que se les dejó a los dos políticos que realizaran sus discursos (agradezco sinceramente al ciezano que barriera para casa; eso está muy bien Antonio), y también se les asignó a ellos el que hiciesen la entrega de unos regalicos de reconocimiento a los antiguos miembros del GECA (¡detallazo por parte de este grupo y de la Federación Regional de Espeleología, en la persona de su presidente Andrés Hurtado!), papel que queda que ni pintado a los políticos, máxime cuando están presentes los medios, dando un aire institucional a los actos. También, y con la sala abarrotada de ciezanos: ¡una fiesta del GECA!, se visualizaron proyecciones de fotos antiguas y de las entrevistas que nos hizo la televisión local de Calasparra, hace ahora tres meses, con motivo de los previos al acto oficial de ahora.

Luego, antes de acudir a la comida de hermandad, pasamos a visitar la cueva, un poco en tropel, pues además de los espeleólogos homenajeados y de los componentes en pleno del GECA actual, habían sido invitados familiares de estos y otras personas relacionadas con la caverna, como el científico Jose Luis Llamusí, que está llevando a cabo importantes estudios sobre la formación de la gruta. En cuanto a la opinión personal sobre cómo han acondicionado la cueva para dar entrada al turismo, me remito a lo expresado en mi artículo: “Cincuenta años no son nada”, de 23 de setiembre pasado. (¿Ustedes saben cómo entra un elefante en una cacharrería…? Imagínense que una cueva de origen hipogénico como esta ha tardado diez millones de años en formarse: una preciosidad geológica, un templo de la naturaleza, un tesoro del subsuelo; algo que deberíamos respetar profundamente, sin romper a pico y barreno para abrir camino a turistas, sin meter hierros por un tubo en sus salas y galerías y sin poner a la vista focos, cajas de registro, cableado eléctrico y elementos ajenos a la morfología natural de la cueva).

Pero refiriéndome a los actos llevados a cabo, donde todo fue un cúmulo de emociones y encuentros gratos para los espeleólogos que fuimos hace ya unas cuantas décadas, y que tuvimos el honor del pertenecer al GECA, quiero manifestar que hubo ausencias irremediables en la mente de todos, como la de Manolo Dato o la de Francisco Santos. Y hubo ausencias accidentales de antiguos compañeros, que por motivos personales no pudieron asistir; cito solo dos: la de Natalio Rubio y la de Eduardo López Pascual, a quienes echamos en falta los que compartimos con ellos la pasión por la espeleología (este último hizo llegar al acto una semblanza de la historia de la espeleología dentro de la OJE de Cieza, la formación del GECA y el descubrimiento y estudio de la Cueva del Puerto, que fue leída con atención. Sin embargo, también hubo presencias a celebrar de otros compañeros con los que hacía mucho tiempo que no compartíamos el gozo de la camaradería, de los recuerdos y de la amistad indeleble, como la del conocido escultor Salvador Susarte y la de Félix Cesáreo Gómez de León, espeleólogo antes que escalador por esas montañas de Dios.
©Joaquín Gómez Carrillo

(Publicado en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"

25/9/17

Cincuenta años no son nada

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Grupo de espeleólogos del GECA, de varias generaciones, de visita turística en la Cueva del Puerto
Cincuenta años después, ella nos estaba esperando. Días antes ya andaba yo deseoso por encontrarnos y verla de nuevo, consciente sin embargo de que nada iba a ser igual a lo que fue; hasta que llegó el momento y supe a ciencia cierta que todo se resolvería en un choque emocional. A ella la hallé bastante cambiada, como no podía ser de otra manera tras las últimas actuaciones para sacarle mayor provecho; es más, la sentí ultrajada, si me permiten el término, en su naturaleza más recóndita, en su parte más húmeda, multicolor, bella y reservada, a donde nosotros, recién acabada nuestra adolescencia y estrenada la primera juventud, entrábamos con deleite. Ella entonces era más natural, y, en un principio, virgen. Su penetración, no obstante, era dificultosa, por la angostura del orificio natural y la estrechez de la entrada hasta su cavidad interior, acogedora y tibia, que nos hacía sentir felices.

Esa mañana habíamos quedado como en los viejos tiempos: a tomar café en los Valencianos, para desde allí partir en los coches al lugar de los recuerdos. Primero apareció Paco Cano, saludándome con un abrazo. Y aunque ahora íbamos ligeros de equipaje (quizá como es propio en la persona con el paso de la edad, cuando tiene que saber desprenderse sin pena de lo accesorio de las cosas y quedarse solo con lo esencial de la vida), sí que albergábamos intacto el caudal de las ilusiones, cual en los tiempos de nuestra pletórica juventud. Ahora ya no cargábamos con las cuerdas, las escalas, los mosquetones, los cascos, los equipos de iluminación, los sacos de dormir, los bidones de agua o las piedras de carburo; sin embargo éramos portadores de un fantástico deseo: viajar en el tiempo al lugar de las emociones.

Desde la Sierra del Puerto, donde aún aparecen despojos carbonizados del último incendio forestal, se columbra un espléndido paisaje. En las últimas décadas, los regadíos nuevos se han ido comiendo la aridez de los secanales de entonces, y, a la luz del sol, esa mañana se veían verdeguear los bancales de las arboledas. Arriba, en mitad de la ladera agreste, a donde conducen las empinadas rampas del camino, se eleva hoy en día un luminoso edificio (los políticos han dado en llamar a estas construcciones, un tanto bastardas, «centros de interpretación», pues está claro que priman los intereses turísticos y la explotación económica de los recursos naturales, aún a costa de «desnaturalizarlos» para siempre).

En este acristalado centro nos sentíamos quizá turistas accidentales, mientras celebrábamos el encuentro con alegría y efusividad. Allí estaban los espeleólogos que hace cinco décadas ascendían aquellas mismas laderas, monte través, con el ímpetu que otorga ser jóvenes y sentirse descubridores de paraísos subterráneos; entonces no había senda ni camino y teníamos que hacerlos al andar. Ahora nos hacíamos fotografías de viejos camaradas y compartíamos recuerdos queridos sobre aquella pasión que nos unió, y que tuvimos la suerte de vivir en la franja de la edad en que se labran para siempre las emociones sanas en el espíritu. Luego, ante una cámara de televisión, nos invitaron a contar experiencias de cuando la espeleología era una actividad tan nueva, que estaba a punto de desvelar el mito de las cavernas.

En la salita de audiovisuales del mentado edificio no estábamos todos los que fuimos, pero Andrés Hurtado, presidente de la Federación de Espeleología de Murcia, celebró con emocionadas palabras el tener allí reunidos a varios de los miembros históricos del grupo GECA de hace diez lustros, junto a chicos y chicas que hoy en día forman parte de él, con la dirección de Pedro Ríos. Cuando me dispuse a hacer unas fotos a los presentes, vi a través de la cámara, entre otros, a Pascual Yuste, a Pepe Hurtado, a J. Luis Sandoval, a Joaquín Parra…, todos antiguos compañeros. Después le cedieron la palabra a Eduardo L. Pascual y este, con la calidad de los buenos oradores, remató su coherente exposición con un «¡Viva la OJE!»; y entonces me di perfectamente cuenta de que el tiempo había pasado, aunque nosotros, los de entonces, en esencia quizá fuésemos aún los mismos. Y fui también consciente de que, cincuenta años después, ella, la fantástica y admirada «Cueva del Puerto», que descubriese el GECA de la OJE de Cieza en 1967, nos estaba esperando.

Sin embargo, cuando vi el nuevo acceso, directo, férreo y brutal, a su parte más sensible y mejor guarda, a donde nosotros, respetuosos siempre con su belleza, entrábamos llenos de admiración, pensé ‘¿qué te han hecho en tus entrañas de diez millones de años?, ¿cómo han podido echar tanto hierro en tu sensible corazón?, ¿qué intereses han primado para desvelar tus secretos más ocultos y nobles…?’

Luego, a través de pasadizos artificiales y rebajes a barreno por salas y galerías con el nombre cambiado, hicimos un pequeño recorrido interior, plagado de elementos ajenos a la naturaleza de la caverna que saltaban a la vista de forma deprimente. Y cuando llegamos a la Sala de las Excéntricas, el «sancta santorum» (maltratado) de la gruta, vi a Juan S. Llamas, codescubridor que fuera de la cueva, retratarse en una actitud casi mística.
©Joaquín Gómez Carrillo

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"