INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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22/12/19

Las lágrimas de Greta y las vacas sagradas

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El otoño se ha ido, y sabemos cómo ha sido (melocotonar en Cieza, Murcia)
Miren, el asunto del cambio climático no es sencillo. Nuestro planeta está «vivo» y se mueve (lo dijo Galileo, por lo bajini, cuando ya se había librado de la quema). Se mueve de forma constante la atmósfera, se mueven sin parar los océanos, se mueven los continentes y se mueve el magma fundido del interior. Todo forma parte de un fabuloso sistema, el cual, ¡oh maravilla!, parece ser el idóneo para que exista la vida; de hecho, está plagado de vida.

La Tierra es joven: solo tiene unos cuatro mil y pico millones de años. El Sol tampoco está muy cascao; según dicen los sabios aún tiene cuerda para rato, y pasarán unos 5.000 millones de años antes de que se le gaste el «combustible» y empiece a enrojecer (el combustible de las estrellas es el hidrógeno, el cual mediante una poderosa reacción nuclear de fusión se va convirtiendo en helio, que es como si fuera «la ceniza», el rescoldo mortecino).

¿Cuántas veces creerán ustedes que nuestra querida Tierra ha cambiado sus distintos climas en los últimos millones de años? Yo no lo sé. Pero este planeta no viaja por el Universo con unos «termostatos» fijos, unas constantes determinadas (y nosotros, los pobrecicos humanos, somos un producto del momento, unos piojillos). Miren, aquí ha pasado de todo: glaciaciones y periodos interglaciares los ha habido por un tubo. Desastres de efecto invernadero, ni les cuento; uno de los más sonados ocurrió hace 66 millones de años —ayer como quien dice—, cuando cayó un pedazo de meteorito bestial en el Yucatán, (México) y se cargó a los dinosaurios y al sursuncorda viviente de todo el orbe terráqueo. Pero eso, al planeta, ¡como si lo peinaran!: aquí está, como la Puerta de Alcalá. ¿Por qué comento esto? Pues porque van por ahí los listillos diciendo que nuestro planeta está en peligro. De eso nada; los que estamos en peligro somos nosotros, con nuestras civilizaciones y nuestras culturas. ¡El ser humano y sus culturas de «progreso» son los que están en peligro! ¿Hay que tomar ya medidas serias y efectivas para evitar nuestra autodestrucción? Sí, por supuesto. ¿Es sencillo? No. ¿Saben por qué no es sencillo? Por la política, por la puñetera política. Les pongo un ejemplo:

Entre los gases carbonados que producen efecto invernadero en la atmósfera, uno de ellos es el metano. ¿Qué cosas estamos haciendo que influyan en la liberación excesiva de metano? Muchas: la combustión del petróleo en sus diferentes formas, la combustión del carbón mineral, los incendios forestales o las vacas, por ejemplo. ¿Las vacas producen metano? Eso dicen los sabios, que una ventosidad de una vaca lleva tal cantidad de metano que puede marchitar las flores. Imaginen por un momento un millón de vacas ventoseando: ¡el acabose! ¿Medidas contra eso? Comer menos chuletón de vaca para que haya menos granjas de bobino; reducir la cabaña de vacuno; hacernos vegetarianos. ¿Dónde? Aquí, en España mismo, que somos los más quijotes. ¿De cuántas vacas nos podemos deshacer en nuestro país, diez mil, cien mil? Pos venga, ¡cien mil ventosidades de metano menos! Pero…, y digo yo, ¿alguien va a ir y decir al gobierno de la India que reduzca los ¡ciento sesenta y seis millones de vacas sagradas! que pululan por las calles de sus ciudades tirándose pedos? No creo; eso es un asunto muy delicado. De modo que mientras nosotros tomamos unas verduricas para evitar el chuletón y el pedo de la vaca, ¡ciento sesenta y seis millones de pedos de metano! se elevan desde la India hasta envolver el planeta. Y no es broma, ¡eh!

Esto es cosa seria. Veinticinco mil personas han venido a Madrid (en aviones, que es el medio más contaminante para la atmósfera) con el fin de debatir sobre cambio climático. Pero la estrella ha sido, sin lugar a dudas, la muchachica sueca. Yo creo que desde que Orson Welles dramatizara en la CBS, en 1938, la Guerra de los Mundos, de H.G. Wells, no se ha había logrado una exposición más convincente y cargada de sentimientos sobre una tragedia a nivel mundial: el cambio climático. Oiga, como producto de marketing, ¡inmejorable! Ya hacía falta que les echaran en cara a los líderes mundiales algunas cosicas; y además el desparpajo que tiene la chita, que no se corta un pelo. Hombre, yo hubiera pulido un poco más eso de que le han «robado» su niñez. No, eso no está bien traído, nena. Me encanta que les dieras caña al Putin, al Trump y al chino Xi Jimping, cuyos países no se privan de contaminar a lo bestia y nos llevan a la ruina medioambiental del Planeta, pero hacer pucheros porque «te han robado tu niñez», en cierto modo, es una ofensa a los millones de niños explotados o prostituídos que malviven en el tercer mundo, los cuales, con o sin cambio climático, ni han tenido niñez, ni la tienen, ni la esperan.

Sin embargo, al César lo que es del César; reconozco que la chica ha puesto incómodos a algunos políticos; sin embargo, mera anécdota y a otra cosa, mariposa. ¡Ni dios quiere apearse del «progreso contaminante!». Y si se toma alguna medida, aquí en la España quijotesca, será para darle en la cepa de la oreja al autónomo de la C-15 de gasoil, que tiene que currar y afrontar pagamentas; pero no para prohibir a las compañías aéreas los vuelos «low cost», que han hecho que vuele en avión hasta el gato y hay diariamente cientos de miles de aviones en el aire ensuciando la atmósfera del Planeta, por poner un ejemplo.
©Joaquín Gómez Carrillo

14/4/19

Verde río, verdes cañas

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Huertas junto al Paseo Ribereño, con el Pico de la Atalaya al fondo
La primavera ha vestido de luz y verdor el paisaje en Cieza. La poca lluvia, muy bien caída, y siempre bien venida, ha vuelto agradecido el monte de los atochares, de los romeros y de los pinos. La tierra es amor que da siempre más de lo que recibe. Y el río, que nos abraza y nos lleva, ofrece a los paseantes sus aguas limpias, sus arboledas y sus tiernos cañaverales. ¡Qué hermosura al disfrute de la gente…!

Lo mejor de Cieza es el río. El río Segura, antes bravo y torrencial, que lo mismo se veían en él las piedras de su lecho, que este se metía por la huerta en voraz riada como un aprendiz de Nilo. Lo mejor de todo es el río (mi abuelo Joaquín bajaba por la sendica del cañaveral y llenaba su cántara en la orilla). “Agua corriente no daña diente”. El agua del río era limpia y pura, y la gente la tomaba para beber, ya fuera del propio río, ya de las acequias –de las de “abajo”, pues en las de “arriba” estaban los “entraores”, para abrevar los animales, o para el lavote y el fregote de las mujeres. Era la vida de entonces. En el buen tiempo, en las hora de la siesta (La Brujilla, Perdiguera, el Ginete, la Torre…), las mocicas bajaban a hacer la colada y se metían a la “cieca” con las enaguas (en-aguas), y las prendas blancas flotaban entonces en sus cuerpos como flores de nenúfar.

Aquí una vez le pagaron un dineral a un “tío listo” para que nos dijera qué era lo mejor de Cieza. Pues nosotros nos habíamos quedado atrancados en aquello de “Tres cosas hay en mi pueblo que no las hay en España: El Santo Cristo del Consuelo, el Castillo y la Atalaya”. El hombre era de Bilbao y dijo que sin lugar a dudas era el río lo mejor de Cieza; pero añadió que los ciezanos no lo sabemos apreciar ni explotar. Mi abuela Teresa, cuando el río bajaba “chocolatero” por las avenidas, iba a lavar la ropa al Borbotón. ¡Qué delicia…, el Borbotón! Y qué misterio, oye; cómo nace esa agua cristalina levantando las chinicas del fondo… Sin embargo, cuando los de la Confederación apuran la capa freática del sinclinal con los “pozos de sequía”, el Borbotón se agota y cesa de manar la pureza de su agua. Luego, ¡gracias a dios!, se recupera y vuelve a surgir.

Miren, no puedo con la gente que daña y ensucia el paisaje de nuestro río. Hay gente que por donde pasa “va apestando la tierra”. Tiran bolsas de plástico, botes de bebidas, paquetes de tabaco, envases tetrabrik, colillas y otras inmundicias. Hay gentes que son capaces de transportar hasta la orilla del río, y arrojarlos allí, enseres viejos, basuras domésticas, cachirulos de plástico y objetos contaminantes. ¿Qué pasará por sus cabezas de pollo? ¿Qué idea tendrán en sus minúsculos cerebros de gallina? ¿Acaso pensarán que otros tienen la obligación de recoger su basura?, ¿qué sus enseres se desharán con el viento y serán devorados y destruidos por la naturaleza? ¿O es que le parecerá normal que la hermosura de nuestro río se torne en sucio vertedero? No sé. Es un misterio para la psicología.

 Antes había un sentido ecológico más humanizado. No existía el ecologismo de despacho, pero sí un conocimiento práctico de la utilidad de las cosas, del beneficio de saber cuidar la naturaleza y aprovecharse de ella. También es verdad que antes no teníamos la maldición del plástico y de los envases. Antes se vendía todo a granel y envuelto en papel de estraza; y te sentabas a almorzar en la orilla del río y acaso dejabas tan solo una corteza de naranja pelada en espiral de una sola pieza. Mi padre, cavando su tierra, cerca de la Casa de la Campana, me mandaba llenar el botijón en la acequia de la Andelma, poblada entonces de barbos, que los huertanos atrapaban con sus manos al abrir un “escorreor”. Y en el río, cuando íbamos a bañarnos, podíamos abuzarnos a beber con las manos entre las aneas, apartando, eso sí, los escarabajillos de agua.

El “tío listo”, vino, vio y venció; cobró una pasta y se fue tan pimpante. Sin embargo, cuando este fulano fue mandado traer al pueblo a que nos diese sopas con honda, ya sabíamos que lo mejor de Cieza era el río (“para ese viaje no necesitábamos alforjas”). Pero también es verdad que puso su dedo en nuestra yaga: no sabemos valorar el río. En general no valoramos bien lo que tenemos, que es mucho. Aquí llega la gente de fuera y se queda maravillada (yo hice un poquillo de anfitrión el otro día con una pareja que había venido de Elche, y me decían: ¡qué hermosura de río!) Sí señor, fue un acierto la construcción del paseo ribereño, pero hace falta que le dediquen un poquito de cuidado. No sé: sanear árboles enfermos, replantar aquellos que se secaron, limpiar las malezas, regar las plantas en los meses de sequía, colocar algún banco más; incluso poner algún aseo para quién lo necesite…, etc. Y vigilar el tema de las basuras.

Somos bastantes los incondicionales, mujeres y hombres, que vamos al río todos los días. Algunos, preocupados, o indignados, me dicen: “Tú que escribes…” Y yo respondo que ya lo he manifestado en tantos artículos, pero no hay nada que hacer. Es nuestro sino, el sino de los ciezanos: que se construyan las cosas para luego dejarlas y ver cómo se deterioran. Y mira que es la mejor zona de uso y disfrute de Cieza: el paseo ribereño. Pero ahí está.
©Joaquín Gómez Carrillo

6/12/18

Bolsas

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Estamos arruinando el medio ambiente para el futuro
Alguien ha divulgado por las redes sociales un mensaje algo retorcido acerca del pago de las bolsas de plástico en las tiendas y en los súper. La idea propagada, un tanto simplona, y que mucha gente repite hasta la saciedad, es la siguiente: “Las bolsas de plástico contaminan, pero si las pagamos ya no contaminan”. ¿Ustedes han escuchado algo más tonto y con menos sentido? Pero miren, la frasecica lleva implícita una crítica mordaz. Y les diré por qué.

¿Cuál es el objeto de poner precio a las bolsas de plástico en los comercios? Muy sencillo: disuadir del uso abusivo de éstas. Al lumbreras correspondiente del Gobierno se le encendió una lucecica y dijo “¡ya está!, poniendo precio a las jodías bolsas de plástico, la gente va a huir de ellas como el diablo del agua bendita.” Pues no, mir’usté, porque si todo el poder disuasorio radica en los dos miserables centimicos, pues el efecto es insignificante (además, eso de cobrar las bolsas ya estaba inventado por algunas empresas comerciales y se venía haciendo desde tiempo atrás). Porque, ¿ustedes creen que ese precio disuade? Yo creo que no. Pienso que es más eficaz la simple pregunta de la cajera/o, cuando te dice “¿quieres bolsa?” En ese momento piensas ‘¡Ahí va, que me s’ha olvidao que ahora hay que traerse algo pa echar la compra!’ (O sea, la idea no es que el cliente se rasque el bolsillo y pague la bolsa, no, sino rescatar la costumbre de ir a comprar llevando una vasija). Y no es por los centimuchos, que hay gente que ni siquiera se agacha a cogerlos cuando los ven en el suelo, es porque al fin alguien ha pensado poner freno a esta barbaridad. Pues lo importante es concienciarnos de ir a comprar con una capacica o una bolsica o lo que sea, porque estamos poniendo nuestro pueblo, nuestro país y nuestro planeta, como unos zorros, con tanto plástico, ¡por dios!

También he observado que hay gente tan pazguata, que de pronto parece haber descubierto que “las bolsas de plástico contaminan.” Pues sí señor/a, contaminan y mucho; pero no solo las bolsas, sino bastantes cosas más que tiramos por doquier: los chicles, los envases de plástico en sus mil formas, las latas de bebidas, las colillas, las cajetillas de los cigarros, que por más que lleven mensajes disuasorios para dejar de fumar, ni dios hace caso; las pilas, que eso es veneno puro para la tierra; los vidrios de las botellas rotas y otros muchos objetos que dejamos descuidadamente por todas partes, sin conciencia de que no se autodestruyen, sino que van a permanecer ahí todavía cuando nos hayamos muerto, que la cosa tiene miga, que estamos arruinando el medio ambiente del futuro.

Así que volviendo un poco a la frase que corre por las redes sociales, en su simpleza, viene a poner en tela de juicio aquel viejo eslogan que decía: “Quien contamina, paga”. Aquel era, o es, un malísimo eslogan, porque se le puede dar la vuelta (“Quien paga, contamina”) y “autorizar” la contaminación a aquel que se permita pagarla. Porque cuántos empresarios no han echado cuentas al respecto y se han dicho a sí mismos: ‘¿Qué me sale más barato, una depuradora o el pago de una sanción, tras una serie de de recursos que se alargan en el tiempo…?’ De modo que por esa regla de tres, yo le podría decir a la cajera del súper: “Sí, quiero bolsas: diez bolsas” (total por veinte céntimos de nada…) Y pago, y contamino. Esa es la terrible denuncia del mensaje de las redes que les decía al principio.

Además, ustedes se habrán dado cuenta de que lo de menos es la bolsa de plástico, que de forma barata te pueden suministrar en la caja, sino que ya traes cuatro o cinco bolsas de la frutería, que ahí te las dan sin restricción ninguna: una para una garbica de cebollas, otra para dos pepinos, otra para media docena de tomates, otra para cuatro plátanos, otra para un pimiento…, amén de los productos que ya vienen estuchados en plástico: lechugas, espinacas, aguacates, etc.; las que traes de la charcutería, de la carnicería, de la pescadería. Todo eso parece que escapa a la ley, y sólo cuenta la bolsica que te suministra la cajera/o.

La verdad es que no he leído la disposición legal, pero así a grosso modo, creo que la pelota está también en el tejado del comerciante. Los tenderos tienen que ponerse las pilas y ofrecer alternativas. Por ejemplo, meter todas las frutas en una sola bolsa, y hacer lo mismo con todas las verduras. Oye, y luego la gente en su casa que las distribuyan en el frigo como le dé la gana. O por ejemplo, echar mano del papel (¿se acuerdan del papel de estraza?) Antes se vendía muchas cosas a granel y se entregaban al cliente envueltas en papel de estraza. Sin problemas.

Y lo mismo que se quiere poner freno a las bolsas de plástico, igual hay que hacer con tantos otros envases, también de plástico. ¿Por qué no se vuelve al vidrio? ¿Se acuerdan de cuando te cobraban el casco y había que devolverlo para recuperar las pesetillas? Pues aquella era una forma inteligente de evitar que las botellas fueran a parar a los ejidos y basureros; aquello sí que era disuasorio. Sin embargo, si nos vamos a centrar solo en la bolsa de plástico y pretendemos erradicarla por el efecto disuasorio de su coste, entonces había que ponerle de euro para arriba, digo yo.
©Joaquín Gómez Carrillo

30/7/16

¿Y ahora, qué...?

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Los árboles son el ornamento natural más valioso de una ciudad
Si quieren que les diga la verdad, se me cae el alma al suelo cuando veo cómo se van secando uno tras otro los arbolicos y arbustos que plantaron en las obras de la orilla del río a causa de la dejadez y el abandono. Creo, a mi corto entender, que quizá no había un plan previsto de forma adecuada ni con los medios oportunos para mantener y sacar adelante dicha repoblación vegetal. ¡Una lástima!, porque las cosas, no solo hay que proyectarlas y llevarlas a cabo de la mejor manera posible, sino prever su mantenimiento posterior; si no es así, mejor no hacerlas. Con el dinero público hay que ser muy cuidadoso, pienso yo. Pues con lo que han costado estas obras, vengan las perras de donde vengan, pues al fin y al cabo se trata de dinero público que no se ha destinado para bajar la ratio de alumnos en las aulas de los colegios ni para aumentar el numero de especialistas en las consultas externas de los hospitales ni para dar más becas de comedor a niños necesitados, es una pena que no se consigan de forma continuada en el tiempo los fines previstos: embellecer y acondicionar para ocio, disfrute y esparcimiento, uno de los mejores lugares que tenemos los ciezanos: la orilla de nuestro querido río.

Miren, los muros levantados, las barandillas colocadas, las rampas, los peñones, los puentes de madera, los pavimentos, las escaleras, los miradores de tablas, los caminitos que bordean los cañares..., ahí están. Mal que bien, dependiendo de la calidad de los materiales empleados y del trabajo bien hecho (se supone) en su construcción, pues de alguna manera permanecen y los cuidados necesarios son mínimos, ya que se trata de elementos inertes a los que sólo les afectan el paso del tiempo, los agentes meteorológicos y la acción incívica de los “vándalos”. Vale. Pero los vegetales son seres vivos y precisan otra atención y dedicación; sobre todo cuando están plantados de forma reciente, en los primeros años, hasta que el árbol se afiance y progrese en su raigambre y sea capaz de “buscarse la vida” bajo tierra. En tanto, hay que regarlos a menudo y limpiar de sus troncos las malezas, o de lo contrario se secan, como desgraciadamente estamos viendo; y entonces pensamos que no ha sido bien empleado el dineral que ha costado comprarlos en los viveros, transportarlos hasta aquí, preparar los hoyos en el terreno, ponerlos y dar como acabadas unas obras y unas actuaciones sobre la zona natural más bonita y más sensible que tenemos: nuestra querida orilla del río.

Una cosa les digo: Si en algún despacho ministerial, en Madrid o donde quiera que sea, alguien pretende arrogarse la satisfacción por unas obras, cuya finalidad no dudo que pretendía ser buena y favorable para nuestro pueblo, es que ignora el estado actual de las mismas, es que no se ha recorrido las orillas de nuestro río, desde más arriba de la Presa hasta el Puente del Argaz, y ha visto los resultados tan solo a unos meses vista de haberlas supuestamente acabado.

Pero la pregunta del millón es “¿Y ahora, qué?” Ahora que por causa de la desidia se han perdido muchas plantas y los parterres, hermosamente poblados de árboles y arbustos en el proyecto, se han convertido en un erial, ¿qué solución tiene eso? Si la empresa que se ha llevado, o se ha de llevar, la pasta finaliza su “mantenimiento” a finales de este año, ¿qué va a pasar? ¿Va a replantar todos los árboles y arbustos secos una semana antes y ¡adiós muy buenas!, para que los veamos secarse de nuevo? ¡Hombre!, yo creo que alguna Administración Pública podría o debería tomar cartas en el asunto. Las cosas no se pueden hacer así. Cualquier plantación vegetal, en esta región y con este clima hostil de sequía y tórrido sol, necesita un seguimiento y unos cuidados continuados. Lo contrario es casi una “ofensa” a los cientos de personas que pasean o hacen deporte a diario por las orillas del río, las cuales han de contemplar con tristeza los resultados de dejar las cosas perder.

Yo solo me centro en las plantas, pues el arbolado y los jardines de los espacios públicos dicen mucho de la cultura de un pueblo. Y en Cieza, es algo que debemos cuidar un poquico más. Ya que en el propio casco urbano faltan bastantes árboles en las calles; unos porque se secaron, otros porque los secaron adrede, o por negligencia (yo he visto vaciar el agua sucia con productos químicos de los cubos de las fregonas en el tronco de estos, o he visto cortar arbolicos porque “estorbaban” para hacer una obra y luego ya no ponerlos y p’alante). Por eso alguien debería tomar buena nota de ello y, si es posible, hacer que nos sintamos mejores como ciudadanos de este pueblo procurando el cuidado de nuestros árboles públicos, en las calles, en los parques y jardines y en la zona que más visitamos a diario: la orilla de nuestro río.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 30/07/2016 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"

19/6/16

Terroristas del mechero

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Umbría de la Sierra de la Palera, tras ser arrasada por el fuego hace unos años
Desde mi ventana veo pasar los helicópteros. Siempre –pienso– esos pilotos ahí jugándose el tipo. Pues descender en vertical y pararse en el aire como un cernícalo sobre una balsa, estanque o pantano, elevarse después con la pesada carga de agua, volar y aproximarse al foco del incendio en laderas y barrancos abruptos de una montaña, vaciar allí con pericia profesional la catarata de agua y, con la bolsa colgando, escapar de las turbulencias de aire caliente y humo que normalmente se forman en la zona aérea del siniestro, no es tarea fácil ni exenta de grandes riesgos. Pero ahí están esas personas, intentando evitar la catástrofe medioambiental, trabajando para detener en lo posible la voracidad de un fuego devastador y poniendo en peligro su vida porque un desaprensivo, un desequilibrado, un delincuente, ha decidido darle gusto al mechero.

Me pongo triste cuando veo arder los montes, qué quieren que les diga. Pienso en las zonas boscosas, calcinadas en un santiamén, que tardarán muchos años en recuperarse. Pinos con ochenta, noventa o cien años, resistiendo siempre las inclemencias de la meteorología (los tórridos veranos, el azote del viento o la impiedad de las tormentas), árboles beneficiosos para purificar el aire que respiramos, que en otro tiempo proporcionaban leña para cocinar o para espantar el frío en los hogares de los pobres; pinadas donde anidan los engañapastores y las ardillas, y donde a cuya sombra sestea el ciervo rumiando u hocica el jabalí... Pienso en la vegetación del monte bajo, donde proliferan viejos romeros, lentiscos, enebros, chaparras, sabinas o acebuches, algunos de estos semejando añosos “bonsais”, cuyas raíces se abren camino en una estrecha hendidura entre las peñas o colonizan una exigua capa de tierra sobre un losado; matorral beneficioso y necesario para que no cunda la temida desertización, sufridas plantas agrestes que se agarran con uñas y dientes al terreno y que llegan a vivir más de un siglo tan solo chupando la poca humedad que condensan las piedras por la noche.

Me pongo de mal humor, lo siento, pensando que todo ese patrimonio natural, en pocas horas, puede desaparecer y quedar reducido a cenizas y negros fantasmas de carbón. (No sé si ustedes han caminado por una zona forestal recién quemada. Dante quizá lo hizo para imaginar su Infierno). Y todo porque unos terroristas del mechero deciden causar el mal amparándose en la impunidad que les puede dar la soledad de los montes. ¡Qué fácil es lanzar la llama y esconder el brazo! Dicen que a veces puede ser por una venganza, por un fracaso personal, porque no les han renovado un contrato de trabajo, porque han considerado injusto un despido, por una frustración o por vaya usted a saber la causa. Pero estos fulanos tienen que ser conscientes que el daño que hacen es social (no disparan contra el blanco de su ira, si lo hay; no tienen redaños, sino contra toda la sociedad y contra ellos mismos como personas). Es más, deben de pensar, si es que su cerebro de pollo da para eso, que tras la llama cobarde de su mechero puede haber víctimas mortales, que caerán sobre su estúpida conciencia.

Desde mi ventana vislumbro el ir y venir de los helicópteros, llevando trabajadores, brigadistas forestales, bomberos, hasta el horrible lugar del fuego, a enfrentarse con el difícil enemigo de las llamas, casi imposible de dominar cuando se dan las condiciones “30, 30, 30” (más de 30 grados de temperatura, menos del 30% de humedad relativa y un viento de más de 30 km/h). Trabajadores que más de una vez se han visto rodeados por el fuego y que más de uno ha pagado con su vida. ¿Qué pasará por la cabeza de un incendiario cuando se cae un helicóptero? ¿Qué pensará un fulano de estos cuando ve la costosa movilización de medios técnicos y humanos para intentar paliar el desastre que él ha causado? ¿Se creerá importante, héroe, villano, verdugo…?

No paso por alto que hay incendios fortuitos, ya por causas naturales (rayos de tormentas o el efecto lupa del culo de una botella de vidrio), ya por torpe negligencia de los descuidados, los maleducados y los tontos. Pero la gran mayoría de fuegos son por desgracia intencionados, como estos que están carbonizando en diversos puntos el bosque de ribera de las orillas de nuestro río. El autor o los autores se desplazan de un punto a otro para cometer su fechoría; tan pronto atacan en La Parra, en el Argaz o en el Menjú. Ojalá no escape ninguno a la acción de la justicia y purguen su culpa en una prisión, ya que resarcir a la sociedad el coste económico ocasionado, no podrían, ni les sería posible remediar el delito ecológico producido, ni mucho menos devolver consuelo a las familias de las víctimas mortales cuando estas se producen por su culpa.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 18/06/2016 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
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LOS DIEZ ARTÍCULOS MÁS LEÍDOS EN LOS ÚLTIMOS TREINTA DÍAS

Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"