El Mosqui siendo entrevistado |
Desde luego, ¡quién nos lo iba a contar...!; cuando siempre se ha dicho, en plan chota claro, que “de Cieza, ni las olivas”. Pues ahora miren.
No tendremos ya ni una sola fábrica de conserva de melocotón, con tantos millones de kilos que se producen en nuestros campos, y han de llevarse a otros lugares y proporcionar mano de obra a otras gentes y salir al mercado con otro marchamo; cosa que hace años, nuestros melocotones, con el nombre de Cieza en los botes o en los tarros de vidrio, viajaban al mundo entero como producto de primera calidad.
No tendremos ni una sola almazara, y la aceituna de nuestros olivares, excepcional por las cualidades laguenosas de los suelos, ha de llevarse a otros pueblos y su aceite comercializarse con otro origen; a pesar de que, según se tiene conocimiento, antaño llegó a haber en Cieza hasta doce almazaras (la última, que dejó de funcionar por los años setenta, fue la de “Los Mateos”, en lo que ahora es la planta cero del Museo de Siyâsa, donde quedan arrinconados algunos de sus elementos, y queda, sin una humilde placa que lo aclare al público, la “sala de las trojes” original: un magnífico sótano con bóveda de ladrillo macizo, cuyos números pintados aún en la pared con almagra indicaban la troje asignado a cada olivarero).
No tendremos ya un sector industrial emblemático y puntero por el que sea reconocido nuestro pueblo allende las regiones o las fronteras, como cuando fue en tiempos el auge del esparto, cuya industria de transformación en Cieza llegó a ser la más importante del mundo; reductos de la cual son todavía alguna que otra fábrica modernizada, o algún que otro almacén cerrado y destartalado con la maquinaria cubriéndose de orín (y lo que es peor: máquinas procedentes de “Manufacturas Mecánicas de Esparto”, que eran una modernidad hace cien años en el tejido con esta fibra, se hallan varadas en mitad de un solar a merced de la meteorología o los amigos de lo ajeno); o balsas de cocer esparto abandonadas o destruyéndose; y sólo en un reducido Museo del Esparto, enclavado físicamente dentro de un club social, se conservan, se contemplan, se tocan y ¡hasta se pueden oler!, algunos elementos de aquella industria ciezana que marcó un modo de vida de nuestra gente: la vida del esparto.
No tendremos, ¡qué lástima!, tantas cosas que podríamos tener en este privilegiado pueblo... Pero sin embargo, fíjense ustedes, no podemos llorar sino por un solo ojo, pues aunque la fama que viene no nos saque de pobres, tenemos el consuelo de que ahora nos conozcan en otros países y continentes por haber creado en Cieza el concurso más emocionante; algo tan simple como comerse una riquísima oliva mollar chafá y tirar el hueso. ¡Ya está! Pero, ojo, esto no es un asunto baladí, ni una sandez, producto de desocupados que les priva pimplar cerveza fría; no señor; esto es la materialización del refrán más ciezano de todos los tiempos: “OLIVICA COMÍA, GÜESECICO TIRAO”; es, ni más ni menos, estimados lectores, que la sabiduría popular llevada a la praxis; lo vulgar elevado a lo lúdico; lo cotidiano tornado en festivo; y lo indecoroso (escupir en público puede ser una falta de educación según los manuales de urbanidad) consagrado a la nobleza de la competición.
No tendremos quizá celebridades populares que lleven lejos el nombre de Cieza (salvando al ex pelotero Camacho); no tendremos gestas históricas trascendentes o personajes de reconocimiento universal; no tendremos obras ni productos por los que seamos extensamente conocidos en lejanas tierras; pero en cambio podemos enseñar con orgullo a todo el mundo mundial, a través incluso del internet, que tras comerse uno una olivica de Cieza, hay que arrojar el “güesecico” al suelo, y cuanto más lejos, mejor.
©Joaquín Gómez Carrillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario