INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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13/8/11

La madre de los costales

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Agua y cielo en la neblina
Pues esto se trataba de una viuda, de nombre Aulesia, algo ya pasada de edad, que era propietaria de una extensa labor de tierras labrantías. Su marido, un agricultor viejo, había muerto hacía algunos años y ella, sin descendencia alguna, se había quedado al frente del cultivo de la hacienda y del gobierno de su casa. Pero según contaban, era una persona muy exigente con los mozos y demás trabajadores a su servicio; de manera que rara vez concedía a éstos el beneficio del descanso, o satisfacía con justicia el pago de sus salarios.

Como caso anecdótico, se decía que tenía contratado un pastorcillo, llamado Papín, al que le daba prácticamente la comida por la servida, y el cual debía cuidar de un enorme rebaño de ovejas y cabras por montes y bancales. Y refería la gente que cuando volvía el pobre chiquillo, que no pasaría de los diez u once añicos, exhausto por la faena de apacentar el ganado, ésta le decía con falsa amabilidad:

–Anda, Papín, descansa. Pero mientras descansas, machaca las granzas. –Y lo mandaba con la maza de picar esparto a la era, donde había un montón de granzas procedentes de la trilla, que no son sino trozos de espigas sin quebrantar por los trillos. De forma que aquella frase que resumía perfectamente la clase de persona que era Aulesia, fue conocida en la vecindad y la gente la repetía con sorna:

“¡Tú descansa, pero mientras descansas, machaca las granzas!”

Pero el hecho principal trata de lo siguiente: esta señora contrató con un joven mulero la labranza de sus barbechos por el humilde precio de un costal de trigo, que se haría efectivo en el momento de trillar la mies en la era. El pago era escaso a todas luces, pero los tiempos de crisis no permitían desdeñar trabajos y dicha viuda se aprovechaba de ello. El muchacho, al que decían Sirino, no tendría más allá de catorce o quince años, el cual, por necesidades familiares se veía abocado a la dura profesión de arar la tierra con un par de mulas.

El joven mulero, que en la época de labranza debía dormir en un jergón de perfollas de panizo sobre un tarimón de la cuadra, tenía que madrugar con el primer canto del gallo para echar pienso a las bestias; luego, oscuro todavía y con el Lucero del Alba brillando en el cielo, ponía a los animales las colleras y el ubio, se dirigía al bancal y, enganchando el arado, comenzaba a trazar surcos antes de que saliera el sol, pues tal era entonces la costumbre en los trabajos de los campos: éstos se realizaban siempre de sol a sol, es decir, desde su salida hasta su postura.

Sirino, con esa energía incansable que se tiene en la adolescencia, echaba su peonada con ahínco, surco va y surco viene, todo el día con apenas un mendrugo de pan. Mas cuando llegaba la postura del sol y éste se disponía a desenganchar el apero y retornar a la casa, aparecía el ama de la finca y le decía:

–¿A dónde vas Sirino? Se ha puesto el Sol, pero ahora viene la Luna, que es la madre del Sol. –Haciendo que la pobre criatura continuara, surco va y surco viene, labrando hasta bien entrada la noche.

El muchacho tuvo que aceptar esta imposición de aquella mujer, pues era mucha la pobreza que corría por su casa y la necesidad de mantener a raya el cerco del hambre; de manera que fueron repetidas las veces que tuvo que arar los bancales a la luz de la Luna, que según le aseguraba la dueña con mala fe, era la madre del Sol.

Pero quién sabe si en aquellas noches en que Sirino caminaba rendido y soñoliento tras el arado, con sus pies rozados por las esparteñas y el estómago vacío, fue cuando pensó hacer algo que viniera a poner un poco de justicia a su precaria situación.

De manera que por el mes de San Juan, que es cuando se siegan los trigos con las hoces, el joven mulero hizo un encargo inusual a su madre. Le pidió que cosiera el costal más grande que pudiese; por lo que ésta, días después, compró a un recovero que pasó por allí una gran pieza de lona a cambio de dos conejos y un pollo tomatero; con ella cosió la mujer un gran saco, que entregó doblado a su hijo la víspera de la trilla.

Por Santiago comenzó la trilla. La primera parva fue grande: esparcieron en la era alrededor de veinte o veinticinco cargas de trigo atado a cabello (más de doscientos haces). Luego, una vez trillado con los trillos, aventado con las horcas, traspaleado con las palas y cribado con las cribas, se dispusieron a medir con la media fanega aquel montón de cereal cuyos granos parecían de oro a la luz del atardecer. Pero antes de comenzar el llenado de sacos para transportar el trigo a las trojes del granero, Aulesia, que se preciaba ante la gente de tener palabra formal, dijo a Sirino delante del resto de peones de la trilla:

–Pa que veas, que aunque soy mujer, tengo palabra de caballero, puedes llenar antes de nada tu costal de trigo que te pertenece según el trato que hicimos.

Al instante, el muchacho comenzó a desdoblar aquel saco de lona en el que cabía cuatro o seis veces más grano que en uno corriente. La viuda quedó estupefacta, pues jamás había visto cosa parecida; pero cuando protestó diciendo que eso no era lo convenido, que aquel no era un costal al uso, el zagal aseguró con el mejor aplomo:

–Esta es la madre de los costales.

***
(Cuento nº 14 del libro "CUENTOS DEL RINCÓN")
©Joaquín Gómez Carrillo

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"