INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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27/4/19

¿Habita Dios en las catedrales?

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A mi espalda, la iglesia de Sonogno, el más recóndito pueblecico del valle alpino de Verzasca, en el cantón suizo del Ticino. Año 2017. (La vaca es de verdad; y la fotografía es de mi hija Victoria Elena Gómez Egea)
Según la poca filosofía que me enseñó Don Aurelio Guirao en el Instituto, recuerdo que Parménides, un sabio griego que vivió cinco siglos antes de que Jesucristo anduviese por el mundo, fue el que pensando, pensando, se le ocurrió aquello tan enigmático de “Lo que es, es; y lo que no es, no es” (y se quedó calvo). Pues bien, de esa frasecica, que parece que no es na, pero que tiene mucha enjundia, Parmenides empezó a sacar conclusiones, y descubrió nada menos que las cualidades del Ser. El Ser viene a ser Dios, pues el Ser es el que Es; ¿no recuerdan ustedes la pelí de los Diez Mandamientos, cuando la Voz de la zarza ardiendo en el Monte Sinaí le dice a Moisés (que era Chalton Heston): “Yo Soy el que Soy?” Pues Moisés le había preguntado: “Señor, ¿quién le digo al Faraón que me manda para pedir la liberación del pueblo hebreo?” (La cosa tenía su miga, pues los esclavos hacían un papelón en la construcción de la pirámide, y solo recibían la comida por la servida, ¡un chollo pa los políticos del Faraón!, así cualquiera hace pirámides…); y la Voz entonces, sin inmutarse, le responde: “Tú dile que te manda Yo Soy”. (¡Madre mía, qué marronazo!, pensaría Moisés rascándose la cabeza). “¿Pero quién eres tú, Señor?” (Insistiría el pobre, temeroso de que el Faraón le contestara “¿Queeé?, ¿qué suelte a los esclavos? ¡Por aquí se va a Madrid!”) Pero nada; la voz sigue en sus trece en la película (me acuerdo de aquellas sesiones maravillosas del Cine Capitol, en cuyos intermedios ponían el Tema de Lara), y se vuelve a definir a sí misma diciendo a Moisés “Que Es el que Es” (Y punto. Así que venga, ¡ligerico!, a dar el recao cuanto antes al jodío Ramsés, que era Yul Brynner, con la cabeza más pelá que mano de mortero; que si no hace caso, pasaremos entonces al plan B).

Bueno, pues resulta que una de estas cualidades del Ser (que hemos dicho que es Dios), deducidas por Parménides a través de su famosa frase, no es otra que la “ubicuidad”, es decir que el Ser se halla en todas partes. No puede haber ningún lugar en donde no se halle el Ser, pues si pensamos un sitio donde no esté el Ser –explicaba Don Aurelio–, estaría entonces el no Ser; pero como el no Ser no existe porque “lo que no es, no es”, pues por narices tiene que estar “lo que es”: el Ser. ¿Está claro?

 (Si encuentran ustedes el artículo un poco enrevesado, no se preocupen, es que se trata de una idea filosófica y hay que leerlo un par de veces, pero al final es sencillo).

Luego, bastantes siglos después del mentado sabio griego, el “Catecismo de Ripalda” (su autor fue un cura jesuita español del siglo XVI), con el cual se adoctrinaba a los niños en la religión católica a base de preguntas y respuestas, decía: “¿Dónde está Dios?”, para que el niño respondiera: “Dios está en todas partes.” (Cosa que había descubierto Parménides hacía la tira de tiempo).

Yo, con toda humildad, no me atrevo a asegurar aquí y ahora hasta qué punto algunas acciones perversas del ser humano, a lo largo de la historia, aparentemente han llegado a poner a prueba y en peligro, cuando no arruinar por completo, la propiedad de la ubicuidad de Dios (el Ser, de Parménides, o el Dios de Abraham y Jacob, del Monte Sinaí). Al menos, esa terrible duda fue planteada por una persona que había descendido a los infiernos de los campos de exterminio nazi. Yo la escuché por la tele, y dijo que allí, en aquel horrible lugar, que ni el mismísimo Dante habría podido imaginar para el infierno de su Divina Comedia, era imposible que estuviese Dios.

En fin. Había empezado todo esto para hablarles del incendio de la catedral de Notre Dame, y de la prisa con que han aparecido donantes dispuestos a apoquinar millones por un tubo para su reconstrucción. Claro que las donaciones desgravan ante Hacienda, y si además, en este caso, dan puntos para el pasaporte al Cielo, pues miel sobre hojuelas. Yo ni las critico ni me escandaliza el que se ofrezcan cantidades inmensas de dinero para reparar un patrimonio arquitectónico-religioso, y no para otras cosas, como salvar vidas humanas. Cada cual, con su dinero puede hacer como le parezca. Es dinero privado, como el de algunos clubes de fútbol cuando fichan estrellas del balón. Además, no me parece mal que esto se haga con capital privado. (La Sagrada Familia, de Barcelona, quiso Gaudí que fuese un “templo expiatorio”, y solo se construye con donaciones).

Y sobre todo me parece muy acertado que se acometan cuanto antes las obras de reparación de Notre Dame. Pues es (era) un templo precioso, que yo pude visitar con Mari, mi joven y bella esposa, a finales del año 1980, cuando nos marchamos a París de viaje de recién casados en mi Renault-5. Eso ahora es impensable. Además, ese día, no sé si por ahorrarnos el metro o por qué, nos fuimos callejeando con el R-5 desde la Plaza de Natión, donde teníamos el hotel, hasta “l’Île de la Cité” (la Isla de la Ciudad, pues el Sena se divide en dos brazos, que luego se vuelven a juntar y, en medio, está la imponente catedral de Notre Dame).

Pero aparte del inmenso valor artístico de dicha catedral, para todo creyente es también una casa de Dios; aunque, ¡ojo!, no más importante que la más humilde de las capillas. Y, desde luego, ningún lugar de este mundo es mejor morada divina, si se cree, que el propio corazón de todo ser humano.
©Joaquín Gómez Carrillo

24/3/16

Barrabás, el elegido

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Covadonga (Asturias), bellísimo lugar de culto mariano
Roma era imperio de la ley por antonomasia. Las legiones del césar conquistaban pueblos y naciones y después clavaban un poste en sus límites advirtiendo del derecho romano. Al que se pasara un milímetro, le serían aplicadas las leyes imperiales y sería juzgado y condenado por el poder de Roma. El derecho romano era tan minucioso e importante, que hoy en día se estudia todavía en nuestras universidades.

A Cristo no le mataron los judíos. Durante siglos se ha estigmatizado a este pueblo, disperso por el mundo en la diáspora, con el odioso sambenito de que ellos “mataron a Jesus”. Mentira podrida. Le condenaron y le mataron los romanos, a resultas, eso sí, de la denuncia religioso-política del Sanedrín y del gobierno títere de Herodes, que ostentaba un poder político parecido a un “presidente de una comunidad autónoma”, como un Jordi Pujol, vamos, salvando las distancias, claro, pues que se sepa, Herodes Antipas no fue imputado por el cobro de comisiones ni se llevaba los sacos de denarios a Andorra. De modo que la autoridad política de este rey carecía de la competencia para juzgar y ejecutar lo juzgado, ya que los romanos eran muy suyos y eso pertenecía en exclusiva al poder dimanante del imperio.

Pilatos tenía experiencia en el cargo; ya había estado en otras provincias ejerciendo con dignidad y se las sabía todas. Judea era una provincia difícil por su acrisolada religiosidad y el arraigado nacionalismo de sus gentes (no en vano habían escrito el Antiguo Testamento de la Biblia y se autodenominaban “pueblo de Dios”. Mas a Pilatos se la traían al pairo las rencillas y las controversias de la casta farisea. Él era el prefecto, el gobernador imperial; él representaba al césar y tenía poder para aplicar el derecho romano. Y bajo sus órdenes estaban las fuerza armadas.

Cuando le fueron con la acusación de que el Nazareno decía ser “rey de los judíos”, a Pilatos le entró la risa floja (‘estos son tontos’, pensó), pues él tenía “ojos y oídos” infiltrados en aquella sociedad y sabía perfectamente que Jesús no era un nacionalista levantisco ni mucho menos un terrorista de los que pretendían sacudirse el “yugo” de Roma por las bravas. Pilatos conocía que Cristo era un hombre de bien y que en sus prédicas no restaba un ápice de las obligaciones de todo ciudadano con respecto a la metrópoli. El gobernador de Judea sabía que en cierto momento, el acusado había aconsejado públicamente “entregar al cesar lo que era del cesar.” Así que según la ley de Roma, no se le podía culpar de “usurpador” del poder establecido. La acusación era una memez, una patraña, que ocultaba más bien las ampollas que la nueva doctrina del “Hijo del carpintero” producía en la conservadora casta sacerdotal.

Sin embargo, Pilatos, zorro viejo, pensó: ‘me conviene llevarme bien con estos fulanos para mantener la “pax” de Roma en esta región’. Pues pensaba jubilarse con el reconocimiento de su buena gestión al frente del cargo. Entonces ideó: ‘mandaré que lo azoten, a ver si con eso se conforman estos mendas, que me tienen más que harto’. Y ordenó a sus soldados que llevaran a cabo el castigo. Los soldados, no el personal civil judío, aplicaron con sangriento rigor militar el castigo del látigo, hasta dejar a aquel muchacho de treinta y pocos años hecho un “eccehomo”.

Y eso fue lo que dijo el gobernador a los denunciantes y otras gentes de la misma cuerda que se habían aglomerado ante su residencia oficial: “¡Ecce homo!” (aquí tenéis al hombre), en espera de que sintieran algo de compasión y se diesen por satisfechos. Pero no; voces camufladas en la multitud comenzaron a pedir la pena capital. El prefecto romano no daba crédito. ‘¿Tanta inquina –pensó– le tienen a este desgraciado, que además yo sé que es inocente...?’ Y entonces, para nadar y guardar la ropa, no fuera a ser que alguien le llevara el soplo al “divino Tiberio”, el hombre más poderoso del mundo en aquel momento, tuvo una idea brillante: se jugaría de forma legal una última carta en favor del Mesías.

“¿Queréis que suelte a Jesús o a Barrabás?”, seguro de que se impondría el sentido común y no elegirían al conocido delincuente, pero le salió el tiro por la culata. “¡A Barrabás!”, gritaron a voz en cuello como energúmenos. No “los judíos” en general, ni una representación del pueblo judío, sino algunos sacerdotes y una chusma vocinglera de ocasión, de esas que hacen mucho ruido. Entonces Pilatos, contrariado por haberse visto “forzado” a prevaricar, se lavó las manos públicamente y se tomó además una sutil venganza contra los acusadores: mandó colgar sobre el madero donde crucificaron al inocente un cartel en tres idiomas (latín, griego y arameo), que ponía: “Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum”.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 24/03/2016 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"

9/7/14

En nombre de qué dios

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Presa del Cárcabo, en Cieza, con el pico del Almorchón al fondo
Posiblemente el origen de bastantes guerras habidas en la humanidad haya tenido relación con el concepto de la existencia de los dioses y la práctica de las religiones. Está claro que a lo largo de la historia, muchos conflictos entre naciones, muchos sufrimientos infligidos a los pueblos y muchas crueldades cometidas sobre la población inocente, han tenido como causa las distintas creencias religiosas y las distintas interpretaciones sobre la supuesta voluntad de los dioses, engendrados un día, no olvidemos, en la cabeza y en el corazón de los hombres.

Desde que el mundo es mundo, el hombre, consciente de su mortalidad, ha creado deidades a su imagen y semejanza. De tal manera que naciones guerreras han tenido por dios a un ser beligerante y partidario de las luchas de los ejércitos; pueblos semicaníbales han creído interesadamente en dioses complacidos en los sacrificios humanos; y civilizaciones donde la mujer es tenida como un ser inferior, en el hogar, en el trabajo o en las relaciones sociales, adoran a un dios de mandamientos machistas. Aún hoy en día, en culturas muy “teocratizadas” cualquier cosa se mueve, se realiza o se justifica, según la interpretación que se hace de sus doctrinas sagradas, las cuales no fueron sino escritas por hombres, supuestamente inspirados por un espíritu revelador.

Por ejemplo, la historia de los pueblos y tribus semitas, muy bien recogida en la Biblia, nos enseña que un ser todo poderoso les protegía y les ayudaba activamente cuando atacaban sin miramiento a otros pueblos con los que al parecer estaban siempre en pie de guerra. Tampoco le fueron a la zaga siglos más tarde las cruzadas cristianas, cuyos guerreros, portando el signo de la cruz en el pecho y en el pomo de la espada, entraban a saco en los lugares conquistados, arrasando si piedad todo lo que se movía.

En ciertas culturas precolombinas, muy dadas a comer y beber en ocasiones el cuerpo y la sangre de sus semejantes, adoraban dioses a los que por lo visto les gustaban los sacrificios humanos más que a un tonto un lápiz. (Una de las normas tajantes que estableció Hernán Cortes cuando entró en 1519 en la capital del imperio Azteca y se entrevistó con el todo poderoso Moctezuma, fue la de tolerancia cero con los sacrificios humanos, asunto que cayo muy mal al poder establecido de sacerdotes y mandamases y desembocó tan solo dos años después en la llamada “noche trágica”, cuando las huestes del extremeño, que andaban acaparando oro a calzón quitao en la entonces Tecnoctitlan, hoy ciudad de México, tuvieron que salir de allí con el rabo entre las piernas).

 Desde la antigüedad, pueblos cuyos hombres han tenido por tradición la práctica de la poligamia y el “uso” de concubinas en el hogar como si tal cosa, y de ejercer un dominio de propiedad sobre las mujeres cual si éstas fuesen cabezas de ganado u objetos de uso y servicio, les acomodó como un guante a una mano el nacimiento de una religión nueva en el año 622, que justificaba desde un plano divino la desigualdad entre hombres y mujeres, que obligaba a éstas a aceptar una tutela permanente por parte de padres, hermanos o maridos, y que las despojaba de las libertades y derechos reservados a los hombres. La sumisión femenina pasó a ser norma religiosa. El hombre fundaba un credo perfecto: redactaba textos sagrados interpretando la voluntad de un dios con su propia idiosincrasia machista.

Mas ahora y siempre, las torticeras creencias de algunos individuos y grupos han profundizado en la práctica maléfica de ciertos dogmas religiosos. Y cuando ahora, desde sociedades supuestamente civilizadas se proclama el reino de las libertades, la virtud de la tolerancia, la igualdad de derechos entre ambos sexos y la atractiva entelequia de una pacífica “alianza de civilizaciones”, algunos fulanos, poseídos de un fanatismo diabólico, enarbolan los kalashnikov del yihadismo. Éstos son la hez de una subcultura religiosa, capaces de asesinar trabajadores que viajan en trenes del amanecer en Madrid o secuestrar niñas en Nigeria para convertirlas en objetos; secuestro que ya no ocupa espacio en los telediarios, no preocupa a los políticos de occidente ni causa espanto en nuestras conciencias.

¿Pero en nombre de qué dios se puede asesinar a personas inocentes? ¿En nombre de que dios se puede secuestrar a más de doscientas niñas, cubrirlas de pies a cabeza con velos tenebrosos para anular sus cuerpos y forzarlas a abandonar sus creencias pacíficas para destruir sus almas? ¿En nombre de qué dios se puede humillar el corazón a estas chicas para venderlas luego como esclavas sexuales por unos cuantos dólares? ¿Y en nombre de qué dios, alguien será capaz de comprarlas como reses en un mercado y seguir postrándose cinco veces al día en dirección a la Meca?
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 05/07/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")

13/10/13

Perplejidad

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Olivo centenario en el parque Príncipe de Asturias, Cieza
Jesús dijo a Zaqueo: “¡baja del árbol, que hoy quiero hospedarme en tu casa!” ¿Se imaginan ustedes? Está uno subido en un árbol, a lo mejor un poco escondido para no dar mucho el cante, y va el Mesías, lo descubre entre las ramas y le dice a uno delante de todo el mundo: “¡baja de ahí ahora mismo, que voy a ir a comer a tu casa...!”

La vida del Carpintero debió de ser interesantísima, lástima que no existan “biografías” más completas, desde el punto de vista humano quiero decir, que las narraciones de los evangelistas (bueno, por ahí andan otros evangelios apócrifos y los manuscritos de Qumrán, o de las cuevas del Mar Muerto, que los guarda el Vaticano). No obstante, echándole imaginación a algunos pasajes bíblicos, se puede descubrir a través de ellos las peripecias que vivirían muchas de las gentes que lo acompañaban o que, simplemente, se cruzaron alguna vez con Él por caminos y ciudades.

Por ejemplo, no tiene desperdicio la escena esa de cuando la barca iba a zozobrar en plena tormenta y el Maestro dormía como un bendito. ¿Se imaginan ustedes a los pobres apóstoles comentando el asunto? Eran hombres bragados y conocedores del Mar de Galilea, donde les habían salido los dientes pescando y seguramente pasando todo tipo de calamidades, pero aquello les superaba. Al parecer se levantó un tormentusco que amenazaba con enviar la barca al fondo en menos que canta un gallo. De modo que estaban preocupadísimos por la situación; y mientras tanto, Jesús dormía a pata suelta. A lo mejor se dirían los unos a los otros: “¡Despiértalo tú, que esto se va a ir a tomar viento de un momento a otro!” –“Yo no pienso despertarlo, que ya sabes cómo se pone. ¡Despiértalo tú, anda, que te gusta mucho mandar!” (Ellos lo conocían mejor que nadie y temían sus “reprimendas”). De manera, que el uno por el otro, la casa sin barrer; y la barca que se hundía con el oleaje. Y ellos: “¡No es posible que tenga el sueño tan pesao, mecagüendiez...!” Hasta que ya, con el pánico en el cuerpo, no tuvieron más remedio que llamarlo: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” Lo cual que después, y tras mandar calmarse los vientos como la cosa más sencilla del mundo, les dijo aquello de “hombres de poca fe”, etc. (Por otra parte, no se aclara si Jesús era de los que nos levantamos malhumorados después de la siesta, pero probablemente se quejaría: “¡Hombre, ya está bien, ni descansar lo dejan a Uno...!”)

Ahora, lo de Zaqueo tuvo su miga. Piensen que Jesús era muy famoso; era el hombre más famoso de su época y arrastraba tras de sí multitudes de millares de personas. (Recuerdo que Don Jerónimo, el cura hijo del Dioso que medía las quintas en el Ayuntamiento, nos decía en clase de religión en el Instituto que Jesús era más famoso aún que los Beatles). ¿Ustedes se imaginan, por poner un ejemplo, que viene Obama, que es menos famoso que los Beatles y por tanto, menos que Jesús de Nazaret, eso está claro, pero uno va y se sube a un árbol para poder verlo pasar entre el gentío y los escoltas, y el tío entonces se para y le dice a uno: “¡bájate del árbol, yes we can, que me tienes que invitar a comer en tu casa? Bueno, a mí es que me entra el tembleque na más que de pensarlo. ¿Cómo voy yo a invitar a comer en mi casa a Obama? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, pensaría.

Pues fíjense que Zaqueo, allí en la zona de Jericó era recaudador de impuestos y por tanto, rico. Hacía como ahora los políticos, que nos sacan el saín con impuestos y con salarios a la baja, mientras ellos tiran con pólvora del rey a base de buenos sueldos y más que presuntos “sobres-sueldos”. Pero Zaqueo sufría un handicap: era nano; y tenía una circunstancia en contra: era quizá despreciado por los “contribuyentes”. De modo que pensó: “ni de coña me van a permitir ver de cerca al Nazareno”. Así que venciendo su propio reparo de hombre de buena posición económica, trepó al sicómoro (una especie de higuera). Desde arriba lo podría contemplar mucho mejor, aunque quizá ya hubiese alguien más encima del sicómoro, como aquí en Cieza cuando se subían los chitos a las oliveras para ver un partido en el campo de fútbol viejo, pero Zaqueo se encaramó a una rama como pudo y esperó. Y aguantó los dimes y diretes de la gente que lo tenía filao y a la que no hacía gracia su presencia, hasta que el hombre famoso, avanzando en olor de multitud, se paró justo debajo del árbol, miró hacia arriba y le espetó que quería ser su invitado. (¡Madre mía!, no sabemos si el recaudador se cayó al suelo del soponcio o se hizo un siete en la túnica con el nerviosismo al bajarse de la higuera, pero seguramente se quedaría perplejo, como ustedes o como yo nos quedaríamos si nos lo pidiese Obama).
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 12/10/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")

30/3/13

El papa Paco

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Si paramos, la cosa no va.
Mi abuelo decía a modo de adivinanza: “¿Qué es aquello que un pastor puede ver en la montaña, que no lo puede ver el rey de España? Y tras dejar que uno se devanara los sesos un ratico, pasaba a dar la explicación: “Un pastor puede ver a otro pastor que apaciente sus ovejas en la misma montaña, pero el rey no puede ver a otro rey reinando en España”. Mas, ¡oh maravilla!, ha llegado a realizarse la cuadratura del círculo: el papa Francisco I ha visto al otro papa, emérito, Benedicto XVI en su misma residencia papal de Castel Gandolfo.

Pero no olvidemos que esto ya ha sucedido en la historia de la Iglesia Católica, aunque no de la manera pacífica y reglada que estos dos hombres de Dios se han sucedido para “sentarse” en la simbólicamente llamada “silla de Pedro”.

Ocurrió entre finales del siglo catorce y principios del siglo quince, y se conoce como el periodo de los “antipapas” o el “cisma de occidente”. Este nefasto periodo coincidió con el final del papado de Aviñón (sepan que la ciudad francesa pertenecía entonces a los Estados Pontificios, que eran una serie de territorios bajo el poder de los papas y cuya capital era Roma, gobierno terrenal de la Iglesia que a finales del siglo diecinueve se redujo al actual enclave del Vaticano, que no llega a las 400 tahúllas).

En aquel tiempo de cisma y confusión, que duró casi 40 años, llegó a haber, no dos, sino ¡tres papas al mismo tiempo!, y los tres decían de sí mismos que eran el único y verdadero “representante” de Cristo en la Tierra. Por una parte estaba el papa de Roma (Gregorio XII), cuya sede habían vuelto a establecer en la ciudad eterna; por otra estaba el papa de Aviñón (Juan XXIII, tildado ya de antipapa), que persistía en mantener el papado en la ciudad del Ródano; y en tercer lugar estaba el papa de Peñíscola (Benedicto XIII o “Papa Luna”, también tachado de antipapa, ¿cómo no?), que había huido de Aviñón y se había refugiado en el antiguo castillo de la Orden del Temple de esta localidad castellonense.

 Pero anécdotas históricas aparte, a mí este papa argentino me cae bien, y ya saben ustedes que yo soy de los creen más en Dios que en los curas. Mas por sus orejas de soplillo y su acento porteño de hincha del Boca Juniors, creo que es una persona con encanto; por su carácter afable y sus gestos sencillos de hombre religiosamente humilde, me da la impresión que es digno de calzar las “sandalias del pescador”; por su trayectoria de cura de barrio, de barrio bonaerense donde los pibes sobrevivientes al corralito se enorgullecen hoy en día por igual de Maradona, de Messi y de Bergoglio, me parece que es digno de ostentar la máxima autoridad eclesiástica; y como hispano de ascendencia italiana (si Galileo proclamaba en contra de la Iglesia el giro de los planetas con su “eppur si muove”, el Papa Paco dice que si nos detenemos en este camino que es la vida, “la cosa no va”), que ha dado la cara por los pobres frente al populismo kirchneriano de la Casa Rosada, merece el voto de confianza del orbe católico.

Por ello hay quienes se muestran convencidos de que al fin ha dado su mayor fruto la evangelización de América por parte de España, de que al fin un miembro de la poderosa Compañía de Jesús que creara el español Ignacio de Loyola, jerarquizada al estilo militar, expulsada de nuestro país en tiempos de Carlos III y durante la II República, y a cuyo Prepósito General se le conoce nada menos que como el “Papa Negro”, ha llegado al gobierno de la curia vaticana.

Sin embargo, esperemos que todo no quede sólo en gestos de simpatía y de austeridad jesuítica de este Papa Paco. Aunque hemos de reconocer que es muy difícil dar cumplimiento al mandato cristiano de desprenderse de la opulencia propia para remediar la pobreza ajena. ¡Muy difícil! El ejemplo nos lo da el propio evangelio, cuando el joven rico va y le pregunta a Jesús qué puede hacer para ganar el Cielo. “Cumple los mandamientos” –le responde el Maestro. “Ya los cumplo” –asegura el muchacho, deseoso de hacer todavía más méritos ante el Creador. “Entonces vende lo que tienes, repártelo a los pobres y sígueme” –le dice finalmente el Mesías. Y en ese punto, el evangelista nos narra que el joven se puso muy triste “porque era muy rico”.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 30/03/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")

23/3/13

El rumor de los tambores

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Cristo del Argaz (Cieza)
Ya está aquí la Semana Santa, pues el miércoles 27 de marzo es la primera luna llena de la primavera, hecho que determina la datación moderna de estas fiestas, ya que la conmemoración católica de la pasión y muerte de Jesús viene a ser una prolongación de la antigua Pascua judía. Y aquélla, que se celebraba en recuerdo de la salida del pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto, tenía lugar en esas precisas fechas que marcaba el calendario lunar hebreo: la primera luna llena de la primavera, que en el histórico año de la muerte de Cristo cayó en jueves (el 14 de Nisán).

De modo que el Maestro quiso celebrar la última cena en Jerusalem y mandó a sus discípulos con tiempo para que hicieran los preparativos pertinentes en un local prestado (o quizás alquilado). Probablemente comieran allí el cordero pascual con hierbas amargas y pan ázimo (sin levadura). Al animal, según las escrituras, había que sacrificarlo sin quebrantarle ningún hueso, como también se cumpliría este simbolismo en la ejecución del Redentor, que en contra de la costumbre romana de romperle las piernas a los crucificados para acortarles la agonía, no hicieron tal cosa con Jesús, quien exhausto probablemente por haber sido torturado, murió pronto y lo único que hicieron los soldados fue pincharle en el costado con la lanza para cerciorarse de ello. Y ya, cumplidos los trámites legales de la entrega del cadáver a la familia (se supone que además de algunos de sus discípulos, como Juan de Zebedeo, y de su propia madre, María, también estarían presentes sus hermanos), fueron a depositarlo aprisa y corriendo en el sepulcro de José de Arimatea, porque el sol se ponía y comenzaba la observancia del sábado, tiempo en que no estaba permitido hacer nada, y mucho menos enterrar a los muertos.

Tras finalizar la cena, y después de anunciar Jesús a los apóstoles aquel misterio nuevo de que el pan significaba su cuerpo y el vino su sangre y de ordenarles que realizasen en adelante aquella celebración en memoria suya, se salieron al campo (seguramente bajo una gran luna que alumbraba los olivos de Getsemaní con luz plateada, y donde se oirían aquí y allá los cantos territoriales de los mochuelos). Por otra parte Judas Iscariote (no confundirlo con Judas Tadeo o Judas hermano del Señor), tesorero del grupo y con probable ideología nacionalista, había pactado la entrega del Mesías por dinero. De manera que aprovechando la claridad nocturna, fueron a por Él.

Pero el meollo del asunto era colgarle a Jesús un sambenito que le valiera la condena a muerte, ya que el gobierno autónomo de Herodes y la asamblea político-religiosa del Sanedrín querían cargárselo a toda costa por su discurso “políticamente incorrecto” con el poder religioso (tengan en cuenta que el de Nazaret era un hombre que hablaba como Dios); sin embargo el problema radicaba en que la competencia legal para realizar ejecuciones correspondía a la administración del Imperio Romano, y, tanto el gobierno títere de la dinastía de los Herodes, como el núcleo duro del Sanedrín, a cuya cabeza estaba el sumo sacerdote, Caifás, no querían dar ningún paso en falso ante el poder de Roma, por lo que estuvieron toda la noche del jueves maquinando qué iban a hacer y llevando al detenido de acá para allá dando tumbos.

En principio, los cargos que le imputaban no se sostenían en absoluto. Esa acusación de que el Hijo del carpintero fuera “rey de los judíos” le daba risa a Pilatos, de hecho, la tablilla de INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum) en tres idiomas que éste mandaría clavar en lo más alto de la Cruz, sería una especie de burla a los nacionalistas y a las propias instituciones “autonómicas”, una venganza por haberlo puesto en el brete de tener que decidir sobre la vida de un inocente. Pero como al gobernador imperial le importaba un pepino la vida de un judío (aunque el hombre lo intentó: primero presentando a un Jesús torturado –“¡ecce homo!”– y después sometiendo a elección popular el indulto de un preso) y prefería hacer alguna concesión al nacionalismo insaciable de aquel reino (ya saben ustedes cómo es este mal político) a que llegara a oídos del Senado de Roma que no había sabido mantener la “pax” en la región, pues prevaricó olímpicamente y se lavó las manos.

El “juicio” fue sumarísimo; ustedes lo saben: ese mismo viernes lo clavaron en la Cruz y pocas horas después Jesús fallecía, probablemente por deshidratación y por asfixia, ya que la dolorosísima posición del cuerpo colgado de las muñecas con los brazos extendidos le impedía llenar de aire la caja torácica.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 23/03/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")

26/2/11

La lengua de los ángeles

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Ha pasado la tormenta
Qué quieren que les diga, llevo un tiempo dándole vueltas en la cabeza a un asunto poco corriente. La cosa es que a estas alturas de mi vida no tengo todavía muy claro qué idioma o idiomas se hablarán en el Cielo. Y es que el gusanillo de la curiosidad me ha picado desde que vi por primera vez el anuncio ese del café Nespresso, ¡magnífico spot publicitario interpretado divinamente por George Clooney y John Malkovich! Ese inglés perfecto del personaje celestial con impecable traje blanco me dejó estupefacto. ¡Ostras!, me dije, ¡estoy perdido! Pues yo soy de francés (piensen ustedes que a finales de los sesenta, cuando ingresé en el entonces Instituto Laboral de Cieza, no entraba en los planes educativos del ministerio el fomentar la lengua de “la pérfida Albión”), y, mal que bien, gracias a los esfuerzos de doña Matilde, doña Visi y finalmente don Aurelio Guirao, chapurreo la lengua gabacha y la entiendo para mi gasto, que es bien poco, he de reconocer. Pero con el inglés, ni clavo. ¡Un desastre!

Fíjense que el otro año me apunté a la Escuela de Idiomas y me pegué la pasá padre de estudiar (sepan que yo para esas cosas soy bastante aplicao y me lo tomo muy en serio), pero ¡na!, con los jodíos “listenings” del radio-cassette no hubo manera. Y eso que yo a la seño la entendía, y ella a mí (por cierto, la chica era de una pedanía de la huerta de Murcia y en cuanto se le mentaba al dichoso George Clooney se le derretían las mantecas; ¿qué tendrá ese fulano...?), pero no sé como hablan estos británicos, que parece que llevan la boca llena de gachas, que cuando ponía el aparato no me enteraba de na. A mí, como a otros de mi quinta, en cuanto nos sacan del "Yesterday" de los Beatles y del "Wish you were here" de Pink Floyd, todo nos suena a chino.

Bueno, y volviendo al tema, el caso es que uno no se para nunca a pensar en cómo se entenderán los seres en el más allá (espero que no sea en inglés, por la cuenta que me trae). Si cada cual se expresará en su lengua materna y en el dialecto de su pueblo o quizá exista un solo idioma “oficial” para todo dios. La cosa es que uno normalmente no piensa en eso, pero tiene su importancia, ¡vaya si la tiene! Ya están viendo ustedes lo que nos ocurre a los españoles: que hablamos tres o cuatro lenguas nada más y estamos siempre con el tira y afloja... Pues imagínense en el Cielo, donde debe de haber almas de todas partes del mundo, y cada una con un idioma distinto, incluso muchas de ellas procedentes de culturas remotas, cuyas lenguas ya se han extinguido. Un verdadero guirigay.

Por otra parte, y que se sepa, la Iglesia, que siempre ha tenido doctores, no se ha preocupado de precisar nada sobre el lenguaje divino; llamando su atención, por el contrario, sobre cuál sería el sexo de los ángeles, aunque al final aquel extraño interés quedó diluido hace siglos en discusiones bizantinas, o sea, en nada concreto. Pero sobre el sexo en la Gloria, ya alertó Jesús que allí nada de nada, no nos hagamos ilusiones. Pues cuando le preguntaron un día que si un hombre enviuda varias veces y tiene varias esposas, que con cuál de ellas estará luego en la otra vida, el Maestro le respondió sencillamente que no se preocuparan de eso, que allí serían como los ángeles. ¡Más claro, agua! ¡Allí ni chicha ni limoná!

Y ojo, ya que nos apoyamos en los textos de los evangelistas, el idioma del Cielo debe de ser el mismo que se habla en el Infierno, pues hay un pasaje en que un pobre “condenado”, un ricachón opulento (aviso a navegantes, ya de paso) clama hacia la Región Divina solicitando “al menos una gota de agua” para calmar su sed, y los del otro lado, que se encuentran en la gloria bendita, le entienden perfectamente (aunque de agua, nanay del Paraguay, ¡que lo hubiera pensado mejor el señorito cuando nadaba en riquezas terrenales y cobraba sueldos leoninos sin el más mínimo sentido de la solidaridad y del compromiso con los pobres!) Sin embargo, de cómo se habla en el Purgatorio no nos revela nada la Biblia; además el Papa ha manifestado recientemente que el Purgatorio “no es un lugar” (ya saben ustedes que en materia de fe el Obispo de Roma goza de infalibilidad, o sea, que no se equivoca). Ha dicho este hombre de Dios que el Purgatorio es más bien “un fuego interior”: al final van a tener razón los que aseguran que el purgatorio se pasa aquí en esta vida; y si no, miren alrededor suyo y verán como hay gente que está viviendo realmente mal.

No me olvido de que el idioma oficial del Vaticano, Sede del Cielo en la Tierra, no es otro que el latín, pero eso no quiere decir nada; también la lengua materna del Mesías y sus apóstoles era el arameo y luego a estos últimos les fue concedido el “Don de lenguas” en Pentecostés.

Y ya terminando les diré que, de todas, todas, descarto los pinganillos para comunicarse los ángeles con los santos y demás miles de millones de almas que han traspasado el umbral de la Salvación; esa práctica corresponde más bien a una solemne estupidez de los nacionalistas españoles para dejar de entenderse directamente los unos con los otros (por cierto, ¿ustedes saben si en el Senado, cuando un parlamentario de Murcia responde a otro de Lérida, el intérprete traduce del español a catalán vía pinganillo?, a mí no me extrañaría, pero es que me pica la curiosidad).
©Joaquín Gómez Carrillo
(Artículo publicado en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
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7/2/09

Los autobuses de Dios

(Artículos de opinión)

¿Qué me dicen ustedes de la campaña esa que están haciendo en los autobuses de algunas ciudades acerca de si existe o no existe Dios? Algunos manifiestan que es interesante el que se abra ese tipo de debate; otros en cambio se escandalizan por el atrevimiento del ateismo organizado...

A ver, el interés por convencer al prójimo de que hay Ser Supremo lo entiendo, ya que ésta es, y ha sido siempre, la esencia de la mayoría de las religiones a lo largo de la historia. Mas ¿qué interés pueden tener los ateos en quitar la dulce venda de la fe de los ojos a la gente? Si a ellos, ni fu ni fa. ¿O es que el ateísmo puede llegar a vivirse como una religión, con avidez por engrosar “fieles” en sus filas? Aunque a lo mejor, quién sabe, si llegará el día en que los ateos vayan de puerta en puerta, como los Testigos de Jehová, predicando la buena nueva de que no hay Dios.
Por otra parte la frase que exhiben, afirmando que “si Dios no existe, ya se puede disfrutar de la vida”, no es muy afortunada, y nada creíble si se tienen dos dedos de frente. O sea, ¿que si existe Dios, no se puede disfrutar de la vida? ¡Venga ya…! Bien podían haber puesto cosas más coherentes, como: “Posiblemente Dios no exista, sé solidario con quienes necesitan tu ayuda”, o “Posiblemente Dios no exista, vive la vida en armonía y amor hacia tus semejantes”, o quizá: “Posiblemente Dios no exista, proclama la paz y la honradez entre los pueblos”.

Porque lo que es gozar de la vida, ya lo hacen los creyentes, ¡y de qué manera! A no ser que este nuevo ateísmo se refiera a otro disfrute, al margen de códigos morales, como alcoholismo, droga, sexo, derroche, insolidaridad, egoísmo, desacato a las normas sociales, pelotazo y al capazo que sólo se vive una vez, etc. Pero no; yo creo más bien que estas personas que han diseñado el eslogan no se han enterado bien de que la fe mueve montañas y, talibanismos aparte, el creer en Alguien superior hoy en día, más que un lastre, da alas a la persona. Estos no se han dado cuenta, por ejemplo, que cada vez que el Papa visita un país, se concentra un millón de jóvenes pasándoselo bien, disfrutando de la vida; pero qué casualidad que en esas concentraciones no hace falta la policía para resolver altercados de robos, peleas o desordenes públicos; ni la uvi-móvil para atender comas etílicos o puñaladas traperas; y, además estas personas, felices como unas pascuas con su fe, creen tener el más allá de su parte, que tampoco es moco de pavo en estos tiempos de crisis.

Sin embargo, no está mal el suscitar semejantes debates para que la gente se detenga y piense un poco. Que a veces transcurre el tiempo y la vida sin darnos cuenta del sentido, o del sinsentido, de nuestra existencia. Y si algo o alguien nos hace reflexionar, loado sea el Señor.
No obstante, y como ilustración sobre este asunto, me viene a la cabeza un cuentecillo de Kalil Gibrand, en el que se relata cómo una vez se pusieron a debatir dos hombres sabios, precisamente sobre el tema que nos ocupa. Uno era creyente, de una fe acrisolada; el otro profesaba un ateísmo concienzudo. Dice el autor que durante muchas horas, estos sabios se expusieron mutuamente sus argumentos contrarios sobre la existencia o no de una Divinidad celestial. Ambos eran perfectos oradores y con igual poder de convencimiento. Pero ocurrió que, cansados de hablar y sin sacar nada en claro, tuvieron que marcharse cada cual a su casa a dormir. Y asegura este escritor libanés que esa noche, el sabio que había llevado siempre a Dios dentro de su corazón, quemó sus libros sagrados; mientras que el otro sabio, ateo convencido toda su vida, abrazó la fe.

Sin embargo, en relación con las pancartas de los autobuses, yo les voy a hacer una confidencia: probablemente los unos y los otros tengan razón. Pues el Dios de la fe (de cualquier religión), basta con creer en Él para que exista, y basta con no creer para que no se hagan los milagros. Pero al margen de estas discusiones bizantinas, ahí fuera hay Algo, ténganlo presente. Sólo necesitan echar un vistazo a lo que nos rodea, desde el átomo hasta las galaxias, desde el giro matemático de los astros hasta la hélice del ADN de la vida. ¿Ustedes saben lo que es un reloj suizo? Un reloj suizo no puede ser jamás fruto de la casualidad. Nadie es tan necio para creer que entre billones de combinaciones de azar de la materia, una puede originar un reloj suizo. ¿A que no? Pues el universo es infinitamente más perfecto que un reloj suizo.
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LOS DIEZ ARTÍCULOS MÁS LEÍDOS EN LOS ÚLTIMOS TREINTA DÍAS

Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"