INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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14/11/20

La ruta de la sal

 

Al almacén lo llamaban el «alfolí». Sustentado por dos enormes arcos, a duras penas soporta ya el maderamen con parte del espinazo partido

El otro día fuimos a ver las Salinas de la Ramona. Mi amigo Manolo Balsalobre, poeta ciezano de los pinos y los olivos, caminaba despacio, observando las vetas de las rocas, por el ramblizo de colores a través del que se derrama un venero de agua limpia, transparente y salada como la salmuera. Yo, en tanto, hacía fotos con la Canon bajo los acueductos de madera derruidos, sobre los muros de las enormes balsas «cocederos» y contra las luces de un sol caricioso que hacía brillar las formaciones salinas en los chinarros de las charcas transparentes.

Al bajarnos de los coches ya se notaba esa tranquilidad, esa paz, que da el silencio puro del monte y de los campos deshabitados y desiertos. El silencio es reconfortante para el cerebro y para el alma (¿o son estos una misma cosa…?); yo siempre he valorado esa noble sensación, ya en la sierra, donde se puede percibir, aquí o allá, la leve presencia de los pájaros, ya en lo profundo de las cavernas, donde aguantando la respiración, se llega a oír la marcha rítmica, vital, del propio corazón.

Un cartel, puesto con buenas intenciones, nos indica que pisamos tierra salada; mas ante nosotros se muestra la desolación, el abandono, la vuelta al caos, que es el sino constante de toda obra humana. La casa del salinero se deshace arriba, sobre el lomazo de esparto; sus vigas de madera hace tiempo que se percharon y empezaron a crujir y a desprenderse de los revoltones de yeso del techo; el tejado de teja de cañón se desmenuza a causa de las impiedades de la meteorología y por la ausencia de mano humana que, piadosa, lo repare; los muros se inclinan rendidos y barruntan que todo será escombro en un tiempo no lejano. A nosotros también nos llevará el viento un día, el mismo viento que agita las ramas de los árboles que nos vieron nacer y que nos sobrevivirán mucho tiempo después.

Mi amigo y yo, curiosos y admirados, avanzamos a contra corriente del chorrito de salmuera que serpentea las margas arcillosas, a trechos blancas de cristales de yeso, a trechos rojas por los óxidos de hierro que impregnan los estratos. A través del objetivo de mi cámara, cuento hasta cinco grandes «cocederos». Debió ser esta una industria importante dentro de la «ruta de la sal» del interior de la Región de Murcia. Cada cocedero o balsa alimentaba un conjunto de «eras» rectangulares, con el piso empedrado, y divididas unas de otras por gruesas tablas de madera machihembradas de no más de un palmo de altura. Primero la salmuera depositada en las balsas ya empezaba a aumentar su concentración salina por la evaporación constante; luego esa agua doblemente salada era canalizada y vertida en las «eras», donde en plena canícula el sol hacía de las suyas y, en algo más de veinte días, el líquido se iba al cielo (o al viento), quedando depositada la sal en el piso, la cual recogían con rastros de madera y almacenaban en sacos de arpillera para su venta.

Al almacén le llamaban el «alfolí» (palabra de origen moruno). Se trata de una nave cuyo tejado de tejavana, semiderruido, deja pasar la luz por entre el espinazo de los maderos carcomados y los cañizos rotos. Nosotros, cautelosos, pero llenos de curiosidad, nos asomamos al interior (el portón, grande para encular los carros que cargaban la sal, tiene dos hojas de madera gruesa, colgadas de fuertes pernios, y abiertas de par en par). Nada atestigua allí adentro el comercio que se ejerciera durante muchas décadas (llegó a ser la segunda industria en importancia de Calasparra); solo algunos apuntes hechos a lápiz en la pared indican las sumas de las pesadas de la báscula. Miramos hacia arriba; dos grandes arcos de medio punto aguantan el maderamen de la techumbre (o lo aguantaban, antes de que el tiempo fuera devastándolo a mordiscos y reduciendo todo a polvo como es ley natural).

Barranco arriba, y conforme nos acercamos al origen del agüilla, que ahora discurre libre, desperdiciándose, mientras proliferan matujas en las «eras» de evaporación y se garcean los tablones separadores, observamos en los testeros la verticalidad de los estratos, que en otro tiempo estuvieron en el fondo marino, de aquel mar llamado de «Tetis» en el que estaba sumergida parte de nuestra península cuando aún se estaba formando el mundo. Las balsas, construidas con gruesos muros de mampostería (piedra bolera del lugar y cal) y muy bien enlucidas en su interior con cal grasa, quedan a un lado y a otro de la ramblilla salobre. Restos de canales de madera, esculpidas en troncos de pino o ciprés, cuelgan por los terraplenes. Lo que fuera sin duda un complejo salino, una industria que daba de comer a varias familias y respetaba el medio ambiente, se halla abandonado porque a lo mejor, y a la luz de nuestro concepto actual de beneficio económico empresarial, dejó de ser «rentable». Es la vida; antes se vivía con muy poco; apenas existían necesidades, y con cuatro duros se iba tirando para adelante; y en las familias, todos sus miembros aportaban manos de obra. El capital era la mula; los bienes, el carro y los arreos; la educación de los hijos, seguir la tradición; la carrera, continuar el oficio.

La maleza ha crecido en los ejidos de la casa del salinero. Cuando nos acercamos a su puerta, mi amigo observa una pequeña sierpe que toma el sol pacíficamente entre los aljezones de su fachada en ruinas; le hago una fotografía alargando al máximo el zoom para no molestarla. Desde el zaguán se pueden ver, al fondo, las escaleras que subían al segundo piso, colmatadas ya de escombros;  a la izquierda, una salita que tuviera aspecto adecentado, con signos de pintura azul en la pared; y, a la mano derecha, lo que fue el hogar, con su chimenea y restos de una cantarera de madera y una losa incrustada en la pared, donde posar el botijo; dos alacenas con malla metálica, para que el gato no se llevara el tocino, todavía resisten la amenaza de la ruina. Allí habitaron familias que trabajaron, amaron, tuvieron sueños, y hasta —nos aventuramos a pensar— serían felices.

A través del barranquillo llegamos al fin hasta donde están las bocaminas del manantial. Por allí hay restos de tubos, los más primitivos de barro; y pedazos de canales, también de barro cocido. Pues la historia de este aprovechamiento natural para extracción de sal data varios siglos atrás. ¡De los romanos pudiera ser! Luego del rey, y finalmente de particulares; hasta quedar hoy en día a merced de caos. No deberían dejar que todo se destruyese del todo. ¿Qué será de nosotros si se nos borra parte de nuestra historia antropológica? 
©Joaquín Gómez Carrillo

 

 

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Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"