Hemos pasado ya la huelga general, el solsticio de verano y los mundiales. Todo muy rápido, en 72 horas, como si quisiéramos sacudirnos algo de encima y a otra cosa mariposa.
Sobre peloteros ni media: ya tenemos bastante con los amplios espacios en radio, en televisión y en prensa, donde le conceden más tiempo a las sandeces sobre la vida privada de un jugador, a las torpes opiniones de un entrenador o a las vagas reflexiones de un presidente de club, que a las declaraciones de un ministro. Es la tiranía informativa del fútbol. A cuántas personas, en porcentaje de radioyentes, por ejemplo, creen que interesa el absurdo rollo futbolero, para estar –con Dios me acuesto y con Dios me levanto– copando los minutos y las horas de los informativos y de los programas de ocio-escucha con la jerga cansaburras de la incultura futbolística (¿tendrían algo que decir al respecto los colectivos feministas?, ¿sería esta una forma de discriminación sexista ante la audiencia de los medios de comunicación?)
Sobre la noche más corta y el día más largo, se podría hablar mucho. Más que nada de las fiestas que desde tiempos ancestrales, los pueblos han dedicado, con uno u otro nombre, a estas fechas del año: el paso del solsticio veraniego. En nuestra época y en nuestro país, ni qué decir tiene que son asociadas a la festividad cristiana de San Juan (el Bautista, al que el Rey Herodes mandó cortar la cabeza y servírsela en una bandeja a Herodías, la hija de su cuñada, con quien se había amancebado). Y toda la carga de remoto misterio, de oscurantismo tribal y de danzas mágicas junto al fuego (le entregó la cabeza del Bautista porque la chita danzó para él y él le dijo: pídeme lo que quieras) ha pasado a formar parte de la noche más significativa y no menos importante del año: la de San Juan. Cientos de creencias, fantasías o milagros, son posibles en cada lugar y en cada pueblo durante esa noche. Había una..., a ver si me acuerdo: sí, era de cuando los bebés se “quebraban” y era necesario ponerles ombligueras para prevenirlo, y cuando se les producía la hernia, había que meterles debajo de la ombliguera un perra gorda. Bueno pues, los quebrados sanaban si en la noche de San Juan se pasaba al niño por la cruz de un ciruelo (tómalo Juan, dámelo Juana,/ tómalo Juana, dámelo Juan,/ quebrado te lo entrego,/ sano me lo devolverás; tómalo Juana,/ dámelo Juan).
El fuego es uno de los elementos principales del gran conjuro a la naturaleza que subyace bajo estas prácticas festivas de San Juan. Y, de todos los rituales con fuego en lugares de España, quien firma abajo conoce uno muy singular, que pasa a contarles: En el Valle de Arán, ese lugar tan maravilloso y único en mitad del Pirineo leridano (vierte sus aguas a Francia a través del río Garona y se hablan tres lenguas oficiales: occitano, español y catalán) hay un pueblecito minúsculo llamado Les. Les es el último municipio español que se deja atrás antes de cruzar la frontera cuando se va a Francia por Viella, bien pasando el túnel, bien subiendo el Puerto de la Bonaigua. En Les, cuyos escaparates de las tiendas rebosan de bebidas alcohólicas, pues los franchutes suben a comprar el coñá soberano que es un gusto, está todo el año la caña seca de un inmenso abeto, pelada y abierta por cientos de cuñas de madera como si fuera una gran mazorca, hincada cabeza abajo en mitad de la plaza del pueblo. Durante la noche de San Juan le prenden fuego como a una gran tea en presencia de todos los vecinos, y, entre el 24 y el 29 de junio, suben a las montañas, desde donde se divisan los pueblecitos del Valle, todos con su iglesia románica, agarrados a las laderas como las casitas de un belén, y cortan otro abeto gigante, lo desraman, lo transportan y, en el día de San Pedro, pelado y desgarrado por las cuñas como el anterior, lo elevan y, como objeto totémico y ahuyentador de maleficios (símbolo fálico reminiscente del cuaternario), lo clavan invertido en la plaza mayor para quemarlo al siguiente año. Sobre la huelga, nada serio, como dice mi amigo Paco: pero qué huelga es esta, ¡pijo!, que amasan el pan doble el día antes. Y añade: las huelgas son para hacérselas a la patronal, y además indefinidas; al gobierno, o al partido del gobierno (pues ha sido tan política esta huelga que habría que estar ciego, o cegado, para no verlo), se le hacen otras cosas: manifestaciones, caceroladas y, si es preciso, la revolución, o, lo que es más democrático: en las próximas no votarles y en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario