INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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12/10/19

Pequeños libros, grandes obras

 .
El autor junto a estatua de Albert Einsteín (cuando era joven) en el «Parque de las Rosas» de Berna, Suiza (año 2018) (fotografía realizada por Victoria Elena)
Miren, esta vez les voy a comentar, así de memoria, algunas frases o situaciones llamativas de ciertos libros que leí (algunos hace ya mucho tiempo) y que, sin lugar a dudas, les recomiendo.

La primera es de «El Principito», de Antoine de Saint-Exupéry; y se trata de una idea sencilla, inocente y, a mi juicio, preciosa. A veces las ideas dicen mucho más que mil imágenes y que, por supuesto, un millón de palabras. No sé si lo han leído, pero «El Principito» es un cuento con una honda enseñanza filosófica (si no lo conocen, corran ya a buscarlo). Su autor era aviador (también fue piloto militar en la II Guerra Mundial, y, al parecer, tuvo un accidente aéreo y cayó en pleno desierto, donde las pasó canutas, salvando la vida de milagro). Pero miren por dónde, en el cuento, Saint-Exupéry imagina que su personaje cae también con su avión en el desierto del Sahara y entonces aparece el «Principito», un niño rubio con bufanda que venía de otro planeta, en realidad de un asteroide: el B-612, y entabla una extraña conversación con el piloto. (Una cualidad del «niño príncipe» era que, una vez formulada una pregunta, y era un crío preguntón, ¡eh!, no podía renunciar a obtener la respuesta. Mientras que el piloto, entre sus debilidades, una era el no saber dibujar; de hecho el autor confiesa que él, de estudiante, era muy malo dibujando). Pues bien, una de las preciosas ideas en el singular encuentro del «príncipe extraterrestre» con el piloto, allí tirado en medio del desierto, y que a mí me llamó mucho la atención, es cuando el Principito le pide que le dibuje un cordero, y además se pone insistente. Entonces el aviador, fastidiado como estaba por la situación, va y ¿qué dirán que le dibuja? ¡Una caja!; una caja como las de los zapatos. El niño se sorprende y protesta, ¡que eso no era un cordero, sino una caja! Y el piloto, ¿qué dirán que le contesta? Pues le asegura que el cordero está dentro de la caja. Y lo más sorprendente y bonito es que el niño, ¡oh maravilla!, se lo cree y se pone muy contento, porque además, cuando vaya a su planeta, donde solo existe ¡una flor!, quizá el cordero (metido en la caja) no se la pueda comer.

Otra frase que me hizo pensar cuando leí el libro la primera vez, hace por lo menos cuarenta años, pertenece a «Siddhartha», de Herman Hesse. Esta es una novelita preciosa, que yo aconsejo. En ella, Siddhartha, el protagonista, es un adolescente, el cual deja su casa, en principio en contra de la voluntad de su padre, y se va con los «brahmanes», que son unos sabios religiosos que no poseen nada (es el budismo). Pero como era un ser inquieto, después de andar durante unos años con aquellos hombres, Siddhartha, ya un jovencito, quiso probar otras cosas de la vida; entonces se encuentra con la rica «Kamala», un portento de belleza y sensualidad femenina, y Siddhartha pretende intimar con ella (es lo que más desea). Ella, obviamente, lo ningunea, pues el muchacho no tiene nada que ofrecerle a cambio: ni experiencia como amante ni dinero ni bienes; es más, viste de lo más pobre y sus ropas se hallan astrosas. Pero él se enfrenta a la situación y le dice a Kamala que le pida lo que quiera. Ella entonces le pregunta que qué sabe hacer. Y Siddhartha le responde algo tan sencillo como contundente: «Sé meditar, ayunar y esperar». Ni que decir tiene que a Kamala le gustó tanto la respuesta, que aceptó y abrió de par en par las puertas de su jardín de los placeres al muchacho.

También hay un capitulillo de «Platero y yo», de Juan Ramón Jiménez, en donde el poeta va con su burro a «la capital» (se supone que es Huelva) y quiere que Platero vea «el Vergel» (que es un jardín de la ciudad rodeado por una gran verja). Cuando llega a la puerta, «el hombre que lo guarda» le niega la entrada con el asnucho (parece una cosa obvia). «…Er burro no pue’ entrá’ Zeño’» —le advierte—. El poeta, haciéndose un poco el longuis, responde «que qué burro», con la excusa peregrina de que se «había olvidado de su forma animal». El guarda, algo mosqueado, exclama: «¡Qué burro ha de zee’, Zeñó’, qué burro ha de zee’…!» Y entonces el poeta, renunciando a entrar al Vergel sin el burrillo, sentencia (y esta es la frase que tanto me gusta): «¡…como Platero no puede entrar por ser burro, yo, por ser hombre, no quiero entrar!» Después dice que se marchó con el animalillo «verja arriba, acariciándolo y hablándole de otra cosa».

Y la última de las citas, porque no tengo espacio para más, es de otro librillo, nada menos que de Unamuno (ahora con la peli de Amenábar, mucha gente descubrirá un poquito al famoso «rector de la Universidad de Salamanca»). El asunto se trata de un alegato, de una defensa (con farol incluido) del autor; y va en el prólogo de su ensayo «Vida de Don Quijote y Sancho». (Bueno, un bilbaíno como él, de humildad, nada; por el contrario afirma sin ningún reparo que si «Cervantes nació para escribir el Quijote, él nació para comentarlo»). Pues bien, como resulta que el Manco de Lepanto utiliza un recurso literario consistente en afirmar que «copió» el Quijote de un manuscrito árabe, de un tal «Cide Hamete Benengeli», pues cuenta Unamuno (en el prólogo a la segunda edición de «Vida de Don Quijote y Sancho»), que un profesor hispanista de una universidad de los Estados Unidos, le escribió para decirle que se había equivocado en las citas de los personajes del Quijote. Entonces el magnífico rector, ni corto ni perezoso, le respondió: 1º Que el manuscrito original del moro «Cide Hamete Benengeli» lo tenía él; 2º que había estudiado árabe con un 10 en la asignatura y podía leerlo de carrerilla; y 3º (¡con dos c.!) que en todo caso sería Cervantes el que se equivocó al copiarlo y no él.
©Joaquín Gómez Carrillo

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"