INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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8/11/20

Como si no pasara nada

 .

Fachada principal de la Iglesia de la Asunción de María


Miren lo que les digo, esto, en muchos aspectos (me estoy refiriendo mayormente a cierto número de personas de nuestra sociedad en relación con la pandemia del Covid-19), se parece un poco a la orquesta del Titánic en la película de James Cameron, que no paraba de tocar mientras el barco se estaba inclinando para irse al fondo del mar sin remedio («¡sigan, sigan, tocando!», y los músicos interpretaban valses para que los viajeros ricos continuaran disfrutando de la bonita velada en el lujoso salón de baile como si nada estuviera ocurriendo).

Desde este sábado, día 7 de noviembre, han ordenado cerrar los bares y restaurantes, en cuanto al uso de barras y terrazas se refiere; podrán preparar —dicen— comidas, tapas y bebidas para llevar a domicilio («póngam’usté unos calamares a la plancha y un butano pa llevárnoslos a casa»; aunque no sé cómo se recogerán esos «pedidos», si por una ventana o los entregará el camarero en la puerta o los transportará un mandaero o un repartidor como el de las pizzas). Pero miren, esto se veía venir; no había más que fijarse en las terrazas, llenas de mesas y las mesas llenas de gente, la mayoría sin mascarillas. («Oiga, es que si llevo la mascarilla, ¿cómo me como la tostada o me tomo el café?» —argumentaban, respondones, algunos—. Pos mir’usté, mu sencillo: con una mano coge la tostadica o el vasico y con la otra se aparta la mascarilla sacándosela de una oreja, le da el bocaíco o el sorbo al asunto, e inmediatamente se ajusta su mascarilla de nuevo en la oreja; es fácil, ¿no?; y de esa manera puede seguir charlando con los compañeros de mesa sin lanzarles a su nariz, a su boca o a sus ojos, sus micropartículas salivares o sus jodíos «aerosoles», que son como una neblina invisible que sale de nuestro aliento y flota en el aire cargadita con lo que tengamos encima: carro, trancazo, gripe o coronavirus; y lo más importante: de haber cumplido esas reglas, no hubiera hecho falta el cierre de bares).

Pero la cosa es que una parte de la población, a pesar de estar súper informada de todo eso y a pesar de ser consciente —creo yo— de la conveniencia de guardar estrictamente las normas y las recomendaciones sanitarias; a pesar de ser conocedora del peligro de los contagios, que no cesan, ¡que anda que Cieza está bonica!, y que se van llenando los hospitales y las UCI; y a pesar de que entre los contagiados, de todas las edades, los hay que se van yendo al otro barrio por la puerta de atrás; a pesar de todo —digo—, esa parte de la población, díscola, bien por indolencia o pasotismo, o bien porque prefiere seguir bailando el peligroso vals del naufragio del Titánic, se  comporta socialmente como si no pasara nada. ¡Nada! Por eso los gobernantes no pueden dejar de tomar medidas más o menos drásticas o restrictivas, como esta de cerrar los bares. Y eso se veía venir. Ahora el sector pondrá el grito en el cielo; normal, hay muchas familias que viven de eso. Pero si el Titánic se hunde, y ya los naufragados, en lo que va de pandemia, se cuentan por decenas de millares, de nada vale que la orquesta siga tocando como si no pasara nada.

En el mercadillo semanal (antes había controles a las entradas y a las salidas, ¿se acuerdan?, con toma de temperatura y con fufú para las manos, pero eso era antes, cuando la primera ola), ahora el público, las mujeres y los hombres, con sus carritos, con sus bolsas, haciendo las compras, que los mercaderes también tienen que vivir, oiga; mas los veo como si no pasara nada: las personas arracimadas en los puestos, juntitas todas como las ovejas. Un mercader (yo paso por la acera de enfrente, ligero, poniendo distancia con el personal, y me fijo en algunos) con la mascarilla en el cuello, que eso debe de ser muy bueno para las paperas, animando a las compradoras: «¡dos pares, un euro, guapa!».

Así que vamos derechos al confinamiento domiciliario; no habrá más solución, y pagaremos justos por pecadores; aunque por hache o por be, la gente seguirá saliendo a la calle, ya sea por necesidades de trabajo, ya para ir de compras o ya para sacar los perros a pasear, que también tienen derecho los animalicos. De modo que el invierno va a ser largo. Y la economía se tendrá que resentir otra vez, aunque suban los impuestos para sacar perras hasta de debajo de las piedras, que hay que pagar mucho sueldo a mucha gente que vive a cuerpo de rey. ¿No vieron el festorro ese del periódico digital de Pedro J. Ramírez? A él le interesaba la publicidad con peces gordos en las mesas, y a ellos (a los peces gordos), como les gusta chupar cámara más que a un tonto un lápiz, pues ya está: se juntó el hambre con las ganicas de comer; y además, muchos se quitaron sus mascarillas, ¡un día es un día!, para salir bien guapos.

Peor parado sale el personal sanitario, cuando se le duplica y triplica y cuadruplica el trabajo, y corre el riesgo de enfermar y de morir. ¿Ustedes han entrado alguna vez a una UCI? No digo como enfermos, no, que el Señor nos libre, sino como familiar. Yo sí (debidamente equipado). Les aseguro que es un lugar preocupante. Miren, una cosa que encoge el alma es el silencio; en las UCI hay un silencio extraño, grave, y en ese silencio se oye el siseo de los respiradores, el ruidillo de las valvulitas electrónicas de las bombas de los goteros o el «pi-pi-pi» de los electrocardiógrafos; y también se oyen, aguzando más el oído, los pasos atentos de las enfermeras y los enfermeros, de las doctoras y los doctores, que se mueven entre las camas de los enfermos, que están allí desnudos, con los cuerpos llenos de cables y de tubos; y el personal sanitario, cual seres de otra galaxia, como ángeles cuidadores, van con sus EPI de pies a cabeza, arriesgando su salud para estar al lado de los enfermos, que yacen solitarios, silenciosos, ante el virus maligno, en esa frontera desierta y frágil que hay entre la vida y la muerte. Pero afuera, la sociedad que ignora ese purgatorio, continúa a su bola, bailando con la música de la orquesta del Titánic, como si no pasara nada; como si no existieran los contagios, el confinamiento forzoso, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. ¡Nada! Como si no pasara nada.
©Joaquín Gómez Carrillo 

 

2 comentarios:

  1. Buenos dias estimado Joaquin:
    Somos muchos los sectores que seguimos tocando en la orquesta, mientras otros bailan, y nos hundimos juntos.
    El mundo gira y la vida sigue como si nadie hubiese sufrido y cómo si nada estuviese ocurriendo. Mientras tanto la maravillosa orquesta seguirá tocando.
    Un saludo.

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  2. Muchas gracias por tu amable comentario. Un saludo afectuoso.

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Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"