El Pozo de la Nieve

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Pozo de la nieve en el Madroñal

Qué les iba a decir, me gustaría dar públicamente las gracias a las muchas personas que me manifiestan su agrado por “El Pico de la Atalaya”. Igualmente, me llena de satisfacción el tener referencias positivas de quienes leen mis artículos en internet (en la página web del mismo nombre), no sólo en España, sino allá donde se habla español en el mundo. Y aunque no repetiría aquí ni uno solo de los elogios por no pecar de torpe vanidad, todos los guardo como un tesoro en la memoria de mi agradecimiento.

Pero como es natural, algunas personas sienten preferencia por determinados temas, sobre todo por los que tienen relación con nuestro pueblo. (Es más, me los solicitan a veces: “a ver cuando escribes sobre esto, o sobre lo otro”; cosa que intento hacer con mucho gusto).

De modo que hoy, siguiendo uno de esos amables consejos, les quiero mentar un asunto muy ciezano y digno de salir en los papeles: El Pozo de la Nieve, que estoy seguro muchos de ustedes conocen o han oído hablar de él, pero aún otros no saben siquiera que existe, ni que existió tal actividad en siglos pasados en nuestro pueblo.

En primer lugar les pongo en antecedentes de la importancia que llegó a adquirir durante los siglos XVIII y XIX el comercio de la nieve en España, ya fuera para la confección y venta de helados en algunas ciudades, ya para uso terapéutico en los hospitales (mi abuelo contaba de una operación de apendicitis en su juventud, cuyo calmante y antinflamatorio no era otro que la aplicación de bolsas de hielo). Pero háganse cargo de que hasta entrado el siglo XX aún no se había inventado la fabricación artificial de este producto, por lo que se hacía necesario el recoger nieve natural en los inviernos y conservarla todo el año bajo tierra, aislada de las altas temperaturas. Buena muestra de esta práctica en nuestra Región son los varios pozos existentes en la Sierra de Espuña y en la Sierra de la Pila; y en Cieza, el único es el que hay en la Sierra del Oro, junto a la Fuente del Madroñal.

El proceso era el siguiente: la nieve caída en la montaña era recogida de forma manual (imagínense la penosidad de aquel trabajo), transportada a cuestas o con bestias y depositada en los pozos. Esto último se hacía en capas bien apisonadas, aisladas unas de otras con paja de arroz; además de que dichos pozos poseían una cúpula cerrada que los convertía en grandes recipientes isotérmicos (precedentes a gran escala de las neveras domésticas). Luego llegado el tiempo de la calor, se iban cortando los bloques de hielo y, envueltos en paja o en vasijas de corcho, se transportaban, siempre de noche, aprisa y a lomos de mula o burro, hasta los puntos de abastecimiento en las poblaciones cercanas.

Para que se hagan ustedes una idea de la importancia que tuvo este comercio de la nieve en siglos pasados, les diré que hay una frase que ha llegado hasta nuestros días, de la cual casi nadie sabe su significado original. Dicha frase procede de una antigua cédula real, en la que “velando” por la sanidad y salud pública de los consumidores, la autoridad establecía que el hielo fuera entregado en los puntos de destino “…limpio de polvo y paja.”

Bien, pues dicho esto, ahí esta nuestro único Pozo de la Nieve en el término municipal de Cieza. Y aunque tal construcción ha visto pasar los siglos y el tiempo ha ido marcando en ella un paulatino deterioro, su estado de conservación es bastante mejor que el de otros pozos de la Región. Éste de aquí es grande: tiene un diámetro de unos 8 metros y una profundidad que pudiera llegar a los 10 m. Se advierten dos puertas por arriba, a nivel del suelo, donde en parte aún se sostienen los muros del anillo circundante; y una galería o desaguadero, ya cegado, en el fondo; no hay restos de la cúpula, que se habría derrumbado al interior en tiempos remotos. El pozo, un cilindro perfecto con paredes de piedra y cal grasa procedente de una calera situada a unos 500 metros, está construido en lugar adecuado del terreno, donde el único perjuicio, además de las basuras que arrojan dentro algunos desaprensivos, es el provocado por el trazado de la pista forestal, construida a primeros de los años setenta sin estudio de impacto medioambiental ni otras consideraciones que se exigen hoy en día.

Dicho camino, marcado quizá sobre los planos en algún despacho de la capital, pasaba justo sobre el Pozo, destruyéndolo por completo. Pero cuando la gran máquina buldózer, que avanzaba provocando un tremendo destrozo en la naturaleza y cuya cicatriz aún se puede ver desde lejos en las faldas de la Sierra del Oro, llegó a pocos metros del Pozo de la Nieve, mi padre, Guillermo del Madroñal, se plantó delante hasta convencer al capataz y al tractorista de que no cometieran tamaña barbaridad.

Pero aun así, tanto se arrimaron excavando el terreno, que en los últimos cuarenta años, las lluvias y demás agentes meteorológicos han ido descarnando poco a poco la pared de dicha construcción histórica por su parte externa, lo cual ha creado una situación de peligro de derrumbe de ésta sobre el mencionado camino, si Dios no lo remedia, porque lo que son los hombres…

©Joaquín Gómez Carrillo

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