INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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23/3/19

Eras de pan trillar

 .
El autor, 2013
En un plano de Cieza del año 1924, del ingeniero de caminos Diego Templado Martínez (cuya copia guardo yo como oro en paño), se puede observar el redondel de la era que había en donde luego edificarían el Colegio de la Era (o Colegio de San Bartolomé). Quizá fuera esta una era comunal, usada por varios vecinos de la entonces villa de Cieza para trillar sus cereales, la cual estaría situada en los ejidos existentes entre la humilde barriada de “las cuestas de la orilla de la acequia” y el canal de quijeros de tierra, repleto de inmundicias, de la Acequia del Fatego; o a lo mejor dicha era pertenecía a un determinado dueño, que la usaba para la trilla de la mies propia de sus tierras de riego de portillo, donde se segaban los mejores trigos, atados “a cabello”.

En las casas de campo, ya fueran solariegas o agrupadas, entre las infraestructuras fijas para el desarrollo de la vida y la actividad agrícola, estaban las denominadas en la jerga de los notarios como “eras de pan trillar”. (Otros elementos necesarios para las familias campesinas lo constituían los aljibes para el abastecimiento doméstico de agua, que normalmente se llenaban con escorrentías pluviales; y los también llamados por los notarios “hornos de pan cocer”).

Las eras debían estar situadas en terreno descampado, pues era fundamental el que en ellas corriera el aire a la hora de aventar la parva; ya que una vez trillada la mies con los trillos (éstos los había de rodillos con cuchillas y de tablero de madera con lajas de pedernales incrustadas), era necesario separar la paja del grano mediante la acción del viento. De modo que toda era, aunque cercana a la casa, debía tener la orientación apropiada para que estuviese libre de obstáculos por la parte del Este, que es de donde corre el Solano a partir del medio día (hablamos del mes de julio, cuando aprieta la calor).

En esas fechas, la mies se hallaba hacinada junto a la era. Pues previamente se habían segado los cereales en el bancal con las hoces, se habían atado los haces haciéndoles un garrón con un vencejo de guita de esparto y se habían recogido estos en “cargas” (pirámides de 12 haces, que constituían unidades de mies segada). Los haces, luego se habían acarreado hasta la era y se habían apilado formando una hacina compacta para evitar que penetrara en ella la lluvia. Y se había colocado en lo más alto un espantapájaros o una molineta de caña, para disuadir a los bandidos gorriones, cuyas bandadas robaban el grano de las cosechas.

Para los días de la trilla, previamente se rociaba y rulaba el piso de la era (cada era tenía su rulo: un cilindro de piedra, ligeramente troncocónico, de varios cientos de kilos de peso, con el cual se reparaba el firme de greda blanca de ésta). Al amanecer se esparcían los haces en todo el círculo de la era, arrojados con brío desde lo alto de la hacina; se soltaban los vencejos de un tirón y, a tajico, se enmarañaba la mies con las horcas en el sentido contrario a las agujas del reloj, en el mismo en el que después iban a trotar las mulas arrastrando los trillos. Una vez cubierta la superficie de la era con el cereal bien esparcido (la cantidad venía a ser siempre un número par de cargas, o sea, múltiplo de 24 haces), se dejaba éste canear al sol mañanero del rabioso estío.

A eso de las once o las doce de la mañana, cuando las cañas del cereal se habían vuelto quebradizas y crujían al pisarlas, se enganchaban las mulas con los trillos; éstas, herradas de las cuatro patas, no podían ir “ayuntadas” como en el tiro de la labranza, sino “amadrinadas”, para permitir el giro en el redondel. La técnica del bien trillar la parva consistía en trazar una espiral continua de círculos menores que cubriese de forma repetida toda la superficie de la era por igual.

Cuando al buen rato, la mies superficial se veía ya rota, había que darle la vuelta a la parva; lo cual se hacía con las horcas de madera, comenzando en un lado del círculo, para acabar en el opuesto. La mies se iba volteando en línea recta (geométricamente era como si se trazaran cuerdas paralelas, cada vez mayores, en la circunferencia de la era, hasta llegar al diámetro de esta, para ir disminuyéndolas después). En tanto el proceso de volver la parva, las mulas no cesaban: se mantenían girando en un lado y, cuando el volteo sobrepasaba el diámetro, cruzaban al otro.

Después de dos o tres vueltas a la parva con las horcas, se hacía una mediante las palas de madera, con el fin de sacar arriba todas las espigas que quedasen por quebrantar. Y, viendo ya la paja troceada y las espigas deshechas, se daba por finalizada la trilla. Entonces, con una bestia de tiro y un tablón de arrastre, había que recoger la parva y formar el “cuello”, un montón longitudinal, diametral a la era en el sentido Norte-Sur, para seguidamente proceder al aventado con las horcas.

(Nadie como el famoso pintor ciezano Jesús Carrillo sabría plasmar en sus óleos estas trabajosas labores de la era, preludio del pan que se cociera luego en los hornos; faenas que el viento de la tecnología y la mecanización del campo ha desterrado para siempre de nuestra experiencia, y aun para las nuevas generaciones, de su conocimiento).
(Continúa)

©Joaquín Gómez Carrillo

2 comentarios:

  1. Artículo impagable, con vocabulario "de a buen recaudo guardar". Enhorabuena.

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Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"