Lavadero de la Fuente del Ojo, rescatado del olvido y con la reconstrucción de una nueva cubierta parecida a la original. |
He visto la reconstrucción del histórico lavadero
público “La Fuente del Ojo” y, como decía mi abuela: “Nunca es tarde si la
dicha es buena”. ¿Cuántos años llevaba eso caído, convertido en basurero,
sepultado, olvidado…? Durante décadas, que se dice muy pronto, eso ha sido el
exponente del abandono y la desidia más absolutos. Pero menos mal que ha
llegado el momento de rescatar del olvido y del subsuelo el lavadero de la
Fuente del Ojo. ¡Bien! También hay que decir que se empezó a trabajar en ello
hace unos cuantos años mediante una escuela taller, quizá por el 2008, y fue
una labor importante el desenterrar intactas las pilas de lavar: las dos largas
(longitudinales) y el aclarador al fondo (transversal).
He visto
que no se ha recuperado el “Ojo” o lugar del manantial, donde se bañaban en
cueros vivos los chitos de los Casones o se metían con las enaguas algunas
jóvenes lavanderas cuando les apretaba la calor. Pero claro, el Ojo no era más
que un agujero natural entre rocas por donde afloraba el caudaloso manantial
cuya agua, tras abastecer el lavadero, movía el Molinico de la Huerta y llenaba
el “Pantano”, un gran embalse del que partía una kilométrica red de regueras a
través de las cuales se regaban por tanda cientos de tahúllas de olivares; pero
eso era antes de que se esquilmara mediante profundas perforaciones el
riquísimo acuífero que había bajo la Sierra de Ascoy, y todo para un regadío agrícola
insostenible.
He visto
que tampoco se ha reconstruido la casa del guarda de la Fuente, que formaba
parte del conjunto arquitectónico y era un elemento explicativo de cómo
funcionaba el lavadero en aquellos tiempos, en los que la afluencia de mujeres
era tal, que a veces el vigilante tenía que dirimir disputas sobre los lugares
a ocupar en la pila u otras circunstancias.
Y he
visto que se ha prescindido de dos elementos nobles en la reconstrucción: el
ladrillo moruno con que estaban levantadas las pilastras originales que
soportaban la cubierta y la madera que formaba el armazón sobre el cual iba el
tejado de tejavana; por lo que, así a primera vista, da un aspecto de
“chambao”. Menos mal que han utilizado la teja plana, como en el tejado
original, porque, ¡anda!, que si llegan a poner uralitas, apaga y vámonos…
Pero en
líneas generales, yo, que tanto he criticado en mis artículos y relatos la
dejadez y el abandono por muchos años de La Fuente del Ojo, estoy contento. Al
menos se ha rescatado lo esencial y queda a salvo del olvido. Otras cosas, ¡qué
lástima!, se perdieron para siempre...
Ahora
creo que se debe de cuidar y echarle un vistacico de vez en cuando para que no
se deteriore ni sea objeto de actos vandálicos, de los que nunca estamos libres.
Y creo que debe de enseñarse a las nuevas generaciones para que encuentren sus
raíces ciezanas en lugares que son testimonios del tiempo, pues el que más y el
que menos ha tenido una abuela, bisabuela o tatarabuela, que se ha deslomado
allí, hincada de rodillas, lavando. Como el lavadero original tenía alumbrado:
unas “peras” de 125V colgadas del maderamen de la techumbre que el guarda
encendía y apagaba a sus horas, las mujeres podían ir a lavar de noche, y eso desde
los tiempos en que aún estaba el cementerio de Cieza en lo que ahora es el
colegio Cristo del Consuelo, pues mi abuela se acordaba de que, chiquitica ella,
acudía con su madrastra a lavar de noche por una sendica oscura en mitad del
olivar, que pasaba junto a la tapia de dicho camposanto. Eran sobre todo las
picadoras, que cuando tenían el turno de día en las fábricas de mazos de picar
esparto, debían de cargar con la ropa sucia de toda la familia, como Cristo
cargó con nuestros pecados, e ir de noche a lavar a la Fuente.
Allí, en
la faena del lavote, los mejores puestos eran los de la cabecera de las pilas y
los peores los de la cola, por razones obvias, ya que el agua iba corriendo y
se iba llevando las “miasmas” de unas ropas sucísimas de aquellos mudaos que se
llevaban al cuerpo como mínimo durante una semana. El proceso corriente que
realizaban las mujeres sobre las losas de piedra era: el “enjabonado”, el
“restregado”, el “golpeado”, el “echado en polvos” (sólo para ropa blanca) y el
“aclarado”; finalmente se hacía el “torcido” o “retorcido”, equivalente al
centrifugado de las lavadoras; seguidamente, si había tiempo, se tendía en el
losado cercano para que se oreara. Luego, barreño a la cabeza y vuelta para el
pueblo.
De todo
esto se deberían colocar carteles para la memoria histórica. Y también sobre la
bonita costumbre que existía de ir a la Fuente, personas de todas edades, en
Viernes Santo por la tarde: una muchedumbre, como si se tratase de una romería.
La gente vestida de limpio, despaciosa, y por allí, el carrito de las pipas, de
las rajas de coco, de las manzanas de caramelo rojo con palo, el tío del arrope
calabazate, el de las milhojas y, si hacía calor, el de los chámbiles.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
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