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Los Paredones. Al fondo, Abarán |
El otro día, por el simple gusto de salir al monte y hacer algunas fotos de la naturaleza, y en especial de florecillas silvestres, que todavía las hay en junio y muy bonitas, me fui hasta «Los Paredones» (también conocidos como «Las Ventanas», por sus enormes huecos rectilíneos entre las peñas enhiestas). ¿Saben a qué me estoy refiriendo? Sí, Los Paredones constituyen una especie de muralla natural situada más allá del Cerro del Castillo, la cual se puede apreciar, incluso, desde algunas zonas del propio casco urbano de Cieza (ver álbum de fotos).
El caso es que subí por Las Canteras abandonadas, en donde ciertas empresas ciezanas extraían piedra hace años y la molían para conseguir arena para la construcción en cantidades industriales, que por cierto, es una pena el ver esa inmensa agresión al medio natural, esas profundas «heridas» en el paisaje de detrás de nuestra Atalaya sin que parezca no haber remedio ni restauración posibles (otro día les hablaré más detenidamente de Las Canteras).
Pero les contaba que me fui con mi cámara al hombro y ascendí hasta Los Paredones. Estos forman una cresta rocosa (afortunadamente intacta por el ser humano desde los tiempos geológicos, o desde que Dios hizo el mundo), que discurre aproximadamente en la dirección Este-Oeste, y que en algunos puntos, a medida que uno se va acercando a ella, parece mentira que esté compuesta sólo por rocas naturales, pues se asemeja perfectamente a una muralla defensiva construida por la mano del hombre.
El paraje es silencioso y, salvo el canto de algún pájaro desperdigado que vuela entre los pinos o el leve roce de mi ropa en la fosca, no hay nada que viole esa paz mágica que da la montaña. Eso se agradece, pienso, pues cuando uno trabaja toda la semana en el interior de un edificio público y el oído se halla saturado por los ruidos urbanos y por voces que significan prisa, conviene tomar de vez en cuando un baño de silencio en plena naturaleza. Y qué mejor lugar para ello que el monte, ya que tenemos la suerte de vivir en un pueblo rodeado, no sólo de fértiles huertas, sino también de hermosas montañas.
Bien, pues cuando corono la cima de Los Paredones por la parte del poniente, veo allí mismo, donde comienza el morro rocoso, la base de hormigón de un poste de la luz, vestigio de una línea de teléfono que hace muchos años unía la Central de Cañaverosa, en Calasparra, con la del Menjú (ambas por entonces del mismo propietario: Joaquín Payá), cosa que dentro de poco será incompresible para las nuevas generaciones el concebir la existencia de los tendidos telefónicos con alambres y postes de madera a través de montes y barrancos. Allí me paro y miro entonces la lejanía del Almorchón y pienso cuándo el guardalíneas, al menos un par de veces a la semana debía recorrer dicha línea telefónica; por lo que el hombre, procedente de Los Losares, saltaba la pequeña “cordillera” de Los Paredones justo por aquel lugar, en dirección a la central hidroeléctrica ciezana (pueden ustedes ver mis artículos “«El Menjú o el hombre que tuvo un sueño» y «El empleo de guardalíneas»).
Luego continúo cresteando sobre la gran muralla de rocas en dirección al saliente: a mi derecha domino con la vista el valle del Malojo, cuyos bancales, en los años de la dura posguerra, llegarían a ser cultivados por mi abuelo Carrillo, labrando la tierra con un par de mulas y segando el trigo a golpes de hoz; y donde también, años después, siendo casi unos niños, iríamos a buscar fósiles por aquellas lomas Lorenzo Guirao, Antonio Piñera y quien les habla. A mi izquierda, medio escondida tras el Cerro del Castillo y la Atalaya, columbro Cieza; y allá a mi frente, Abarán.
Enseguida me doy cuenta de que ésta de Los Paredones se trata de roca sedimentaria, es decir, estratos solidificados en el fondo marino, pues conservan multitud de conchas fosilizadas, cuyo nácar aún es capaz de brillar bajo la luz del sol. Entonces comprendo todo: Hace quizá millones de años cuajaron estas piedras bajo el mar primitivo; luego los movimientos tectónicos, que hacen elevarse las montañas, que forman las cordilleras y que desgajan los continentes, removieron también Los Paredones desde su posición horizontal primigenia hasta la imposible verticalidad en que ahora los contemplamos. Luego, como es natural, ha intervenido la acción constante de los agentes meteorológicos: las lluvias, los hielos, el viento..., creando incluso formas llamativas: A trechos, Los Paredones presentan por arriba un aspecto lunar y desolado; en otras partes el gran muro natural se ha borrado y en su lugar han crecido las atochas y los arbustos; mientras que en la mayoría del recorrido, inmensos bloques se yerguen como estatuas en un equilibrio imposible, desafiando a Newton y su ley universal de la gravedad.
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©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 18/06/2011 en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
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(Ver artículos anteriores de "El Pico de la Atalaya").
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