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Río Segura, a su paso por Cieza |
Hace tiempo que no les recomiendo un libro, al menos no me acuerdo de cuándo fue la última vez. Pero hoy les quiero mencionar uno que leí hace cosa de un año y que resultó ser muy interesante. Quiero decir que la obra, sin ser una cosa del otro mundo, sí que tiene gran interés, y eso también es un buen motivo para meterse uno por sus páginas; a mí, desde luego, me encantó su lectura, y eso que uno, con la edad, se está volviendo cada vez más exigente.
En fin, les hablo de un libro que se titula “El río de la luz”, cuyo autor es el madrileño Javier Reverte, al cual muchos de ustedes conocerán; y a quienes no, les digo que no tiene nada que ver con el otro “Reverte”, el cartagenero Arturo Pérez (este último hace una literatura de mucho éxito con el gran público, pero a la que yo no le pongo adjetivos, mejor dicho, sí: “exitosa”, ¡vamos, que el tío se forra con sus libros y artículos!)
Javier Reverte es otra cosa. Este hombre, periodista de profesión (aunque ahora, a sus sesenta y tantos años, vive ya de su propia literatura), lo que escribe son libros de viajes, y muy bien escritos, por cierto. No es un triunfador de las letras como el murciano, pero su vida es un viaje continuo y encima cobra por ello. ¿Qué les parece? ¡Le pagan para que se vaya de crucero por el mundo, o para que visite lugares tan bellos y remotos, a los que ustedes o yo probablemente no podamos ir nunca!
Hace tiempo que leo a este autor, y siempre me han gustado sus historias viajeras. A través de sus relatos, escritos con todo lujo de detalle, he recorrido imaginariamente los lugares más interesantes de África o Centroamérica. Pues su método de trabajo es el siguiente: él se documenta de forma minuciosa leyendo todos los libros de viajes que se hayan escrito sobre esa región del mundo y luego va haciendo una comparación de su propia experiencia con la de otros personajes históricos. De hecho, uno de sus libros más bonitos es el que describe un viaje a las famosas “Fuentes del Nilo”, cosa que constituyó un misterio en la antigüedad, y, aunque griegos y romanos intentaron remontar el río con expediciones militares, jamás llegaron a saber de dónde procedía aquel inmenso caudal de agua con su crecidas anuales. Aquí, Javier Reverte, de forma amena, alterna lo que él ve y siente en su azaroso viaje centroafricano con lo que experimentaron y descubrieron aquellos aventureros históricos, como Speke, Burton, Livingstone o Stanley, cuando por fin a mitad del sigo XIX, determinaron, no sin polémica con la Sociedad Científica, que la principal “fuente del Nilo” era nada menos que el Lago Victoria.
Pero el libro que les mentaba al principio, “El río de la luz”, se desarrolla en torno a otra gran arteria fluvial; quizá una de las más salvajes que existan en el planeta: el río Yukón, en Alaska. En este caso, el autor nos va describiendo la apasionante historia de una “fiebre del oro” ocurrida justo a finales del siglo XIX, en la que miles y miles de personas se desplazaron en “estampida” hasta aquellas inhóspitas latitudes del Klondike (afluente del Yukón), soportando los rigores del gran invierno polar, con la fascinante ilusión de hacerse ricas. Entre estos mineros se contaba el escritor y aventurero de la época Jack London, quien como tantos otros no halló la ansiada riqueza, pero sí se hizo famoso por sus cuentos que escribiera bajo la dura experiencia.
Javier Reverte, que en 2007 recorre los pasos de aquellos buscadores de oro, va mezclando inteligentemente su visión actual de una naturaleza sobrecogedora y salvaje con aquella mítica “carrera” de personas ansiosas por conseguir en sus manos el brillo del oro. Entonces uno, leyendo el libro, conoce lugares y hechos interesantísimos, como por ejemplo “el Paso del Interior”, una especie de prolongado brazo de mar, resguardado del temible Oceano Pacífico por una cadena de islas, que va desde Vancouver (en la costa Oeste de Canadá) hasta Juneau, capital de Alaska (Estados Unidos). Y es tan exótico este recorrido, en donde las abrutas montañas infestadas de osos se echan literalemente encima de la costa, que hay rutas de cruceros de lujo en verano, repletos de americanos ricos, haciendo el Paso del Interior.
Nos cuenta cómo aquellos aventureros de la fiebre del oro, en su travesía a la ambición, debían cruzar por territorio canadiense para luego descender el Yukón en balsas, y cómo la Policía Montada de éste país exigía que cada hombre llevara al menos unos quinientos kilos de víveres para pasar el riguroso invierno (incluso con listas detalladas de alimentos concretos). Nos relata cómo éstos debían subir una gran montaña, una ladera empinadísima (existen fotos) en la que algunos avispados habían construido una interminable escalera: “la Escalera Dorada”, y cobraban “peaje”. A través de ella, una cadena humana compacta, pues nadie permitía que se “colara” nadie delante, ascendía con sus bártulos a cuestas. Cada hombre, si no podía pagar porteadores, debía echar unos cuarenta viajes entre subir y bajar la infernal escalera para remontar con todo el cargamento; ¡casi un mes para poder meter todas sus pertenencias en una frágil balsa y descender por el fiero Yukón hacia el lugar de los sueños!
Léanlo porque es un libro refrescante cuando menos.
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©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 11/06/2011 en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
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(Ver artículos anteriores de "El Pico de la Atalaya").
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