INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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4/9/10

El empleo de guardalíneas

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Caseta del Madroñal, construida en 1944.
Cuando décadas atrás, casi todos los tendidos eléctricos eran de postes de madera, existía la figura del “guardalíneas”; su misión era vigilar el estado de éstos y repararlos en caso de avería o desperfecto.

Hace muchos años construyeron una línea de alta tensión que comunicaba la central de Cañaverosa (Calasparra) con la del Solvente (Blanca). Ésta atravesaba el Cañón de Almadenes en las cercanías de la Cueva de la Serreta (si nos fijamos, aún se ve algún poste por allí, pues fue desmantelada tiempo atrás). De la misma forma, otra línea de teléfono también unía la mencionada central de Cañaverosa con la del Menjú, igualmente suprimida por las mismas fechas.

Aunque hubo otros guardalíneas anteriores que vigilaban dichos tendidos, éstos no eran profesionales, sino personas que realizaban este trabajo a la vez que las tareas agrícolas, como Miguel Lucas y Diego Lucas (padre e hijo), labradores que habitaron sucesivamente en una casica cercana al Barranco del Apio, en las faldas de la Sierra del Oro.

Pero en los Losares había una caseta, con su transformador, que aún hoy puede verse, en donde habitaba Juan Turpín con su familia. Éste sí fue empleado de las diversas compañías que se sucedieron en la propiedad de tales tendidos eléctricos. Y a principios de los cuarenta, Turpín era responsable de las mencionadas líneas.
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Su misión era la inspección visual, al menos un par de veces a la semana, de todos y cada uno de los postes, pues había pastores que afinaban la puntería de sus hondas contra los aisladores de loza o cristal; rayos de tormentas que caían sobre ellos quemándolos; vientos que los volcaban, ya que en su mayoría sólo estaban enterrados por su base; o también picos carpinteros que, equivocados cual la paloma de Alberti, creían que los palos estaban huecos y los taladraban de parte a parte, lo cual los dejaba a mereced de una mala racha de aire. (Lo único que no les atacaba era la carcoma, pues éstos venían tratados contra los insectos xilófagos, para lo cual los bañaban en balsas de creosota).

Así que Juan Turpín, cada dos o tres días, partía andando desde los Losares, pasaba el Barranco Mota, faldeaba el Almorchón por el Peñón de Antonio, cruzaba la Rambla de Cárcabo, recorría todo el paraje de la Herrada, seguía por las estribaciones de la Sierra del Oro y entraba en el término de Abarán por el Collado del Malojo; luego continuaba subiendo y bajando barrancos y puntales hasta llegar a la central del Solvente, pasado el Salto de la Novia. Después el hombre tenía que regresar a los Losares en el mismo coche: en el de San Fernando.
Los Losares, se ve la caseta a la izquierda.
A mitad de los años cuarenta, en Cieza se necesitaba más energía eléctrica, pues a todas luces era insuficiente la producida de la central del Menjú y la poquita de la empresa “Santo Cristo”, cuya pequeña fábrica de electricidad estaba en el Cauce, junto al Molino del Lavero. Entonces pensaron enganchar un ramal de la mencionada línea Cañaverosa-Solvente; por lo que a la altura del Madroñal construyeron una caseta y designaron un nuevo guardalíneas: Antonio Sánchez, que se instaló allí con su familia. A partir de ese momento, Juan Turpín, bisabuelo del famoso baterista de “Salida 80” Sergio Turpín, sólo tenía que llegar hasta el Madroñal recorriendo lo dos mencionado tendidos de postes. Mientras que Antonio, se ocuparía de vigilar hasta el Solvente, hasta el Menjú y hasta Cieza, cuya nueva línea entraba por el Puente de Hierro y conectaba con el transformador que había junto al Bar Gran Vía (tres trazados, tres rutas que repetía Antonio dos veces a la semana).

Los guardalíneas, por lo dicho anteriormente, siempre tenían reparaciones que hacer; y, sólo cuando eran trabajos de envergadura, contrataban peones o pedían ayuda a “la Brigada” (conjunto de trabajadores especializados que mantenía la empresa); pero cuando era sólo cambiar un aislador u otra tarea menor, lo hacían ellos mismos. Entonces cortaban “las fuerzas”, colocaban “las tierras” para seguridad (aunque alguna vez, más de un operario se carbonizó amarrado a un palo de la luz), se ponían los trepadores en los pies y escalaban los postes con agilidad felina.

Yo conocí a Juan Turpín, que al decir de la gente, era un hombre honrado, trabajador incansable, servicial y voluntarioso. Cuando iba por los campos en su recorrido diario y hallaba a los campesinos en sus tareas, él, que sabía realizar a la perfección todos los trabajos agrícolas, se ponía a ayudar desinteresadamente. Si era la siega, cogía una hoz y segaba como el primero; si la trilla, tomaba una horca y trajinaba la parva en la era; o si era en la huerta, con un legón cavaba las hortalizas.

Cuando el hombre se sentó definitivamente en su puerta en la sillica de la ancianidad (su casa estaba en la calle Calderón de la Barca, al lado casi de la de mi abuela), yo, todavía un zagalucho, pasaba y decía “¡buenos días, Juan!”, o “¡buenas noches, Juan!”, y él, siempre amable, respondía “¡hola currillo!”
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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"