Casco histórico de Cieza (Murcia) |
Ya saben ustedes que la noche del veinticuatro de junio, festividad de San Juan, tan solo tres días después del solsticio de verano, es por tradición en muchos lugares una noche mágica.
En nuestro hemisferio norte o boreal, y desde tiempos remotos, muchos han sido los pueblos y las culturas que han celebrado el día más largo del año, cuando el sol sube más alto en el cielo; así como también han llenado de rituales que tienen que ver con el fuego y la fertilidad la noche más corta (la que va del día 21 al 22 de este mes). Estas fiestas y celebraciones, paganas en un principio, fueron asumidas posteriormente por la cristiandad, otorgándoles sentido religioso al ser asociadas por la Iglesia Católica nada menos que con el día del Bautista, heraldo del Mesías y primo segundo de éste, el cual fuera mandado decapitar por Herodes en petición de su cuñada Herodías, con la que el rey hebreo vivía en adulterio (hoy en día se diría que formaban pareja sentimental).
De forma que en nuestra cultura mediterránea, la noche de San Juan, no solo se ha poblado desde tiempos ancestrales de fogatas, fiestas y alegrías, sino también de curiosos ritos y viejas leyendas, los cuales han trascendido hasta nuestros días de generación en generación. De entre estas nocturnales sanjuaneras que se celebran en diversos pueblos de España, les quiero citar una que me llamó la atención. Así como también les hablaré de un curioso ritual, quién sabe si llevado a cabo más de una vez en las huertas de Cieza.
El pueblo de que les hablo se llama Les, en el Valle de Arán (provincia de Lérida), y es el último municipio español que, descendiendo por la carretera junto al río Garona, encontramos antes de cruzar la frontera con Francia. Para qué les voy a contar... Todo el Valle de Arán, encajado entre altas cumbres pirenaicas, es una maravilla, tanto por su belleza natural, como por la cantidad de pueblecicos con iglesias románicas que salpican el paisaje cual si de un majestuoso belén se tratara. Bien, pues en Les, entre el 25 y el 29 de junio, suben a los bosques, talan un abeto corpulento y, una vez desramado y pelado el tronco, lo transportan hasta el pueblo. Allí le van haciendo a todo lo largo una serie de cortes y hendiduras que rellenan con cuñas de madera, y cuando lo han convertido en una especie de “mazorca gigante”, con alrededor de 10 metros de altura, lo clavan invertido en mitad de la plaza del pueblo. De esa forma pasa allí 360 días el madero, siendo una singular atracción para los visitantes. Y en la noche de San Juan, en medio de una animada fiesta de origen “solsticial”, le prenden fuego al tronco del abeto. La madera, después de permanecer abierta todo un año a los rigores de la climatología, arde y se consume como una tea impresionante, mientras que los vecinos, ataviados con trajes típicos, danzan en círculo alrededor. Luego, en los cinco días siguientes, antes de que transcurra la festividad de San Pedro, los de Les repetirán el ritual para el año siguiente.
En cuanto a que la del veinticuatro de junio es una noche misteriosa y mágica, relacionándose con ella creencias que han sido trasmitidas por los viejos desde antaño, les comentaré una de éstas que quizá tuvo arraigo en Cieza, cuando aún se concedía credibilidad a las tradiciones y la cultura, en términos generales, no se hallaba postrada ante la ciencia.
Muchos de ustedes recordarán que hace ya bastantes años, se tenía la convicción de que los bebés de corta edad “se quebraban”, es decir, que en la zona del ombliguito les iba a salir una hernia si no se tenían ciertos cuidados, por eso en la vestimenta de los neonatos de entonces era primordial la “ombliguera”, una especie de faja larga con la que se rodeaba el cuerpecito del bebé, vueltas y vueltas, sujetándole el vientre.
Cuando realmente aparecía la hernia, o “quebradura”, se aumentaba la protección física, incluso metiendo bajo la ombliguera un objeto rígido, como podía ser una moneda, hasta fortalecer el tejido en la zona umbilical. Pero ya en los casos de una hernia irreversible (hoy en día se corrige con simple cirugía) se pretendía la curación por métodos exotéricos:
Se buscaba un ciruelo frondoso en la huerta que tuviera tres brazos, tres ramas principales (tres es el número divino, de la Santísima Trinidad); y se buscaba una pareja, hombre y mujer (dos es el número humano: el mundo es dual por naturaleza), que se llamasen Juan y Juana, respectivamente. Entonces, a las doce de la noche del día de San Juan, éstos debían pasar tres veces al niño por las cruces del árbol, recitando sin equivocarse el siguiente conjuro:
ELLA: Dámelo, Juan.
ELLA: Tómalo, Juan.
ÉL: Dámelo, Juana.
ELLA: Quebrado te lo entrego,
sano me lo devolverás.
ÉL: Tómalo, Juana.
ELLA: Dámelo, Juan.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 25/06/2011 en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
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(Ver artículos anteriores de "El Pico de la Atalaya").
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