INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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19/2/24

Los pecados del rey

 .


Nos quedamos el otro día en la corte del rey Felipe IV, ¿recuerdan?, el cual muy aficionado a la coyunda, preñó 11 veces a la reina Isabel de Borbón, 5  veces a la reina Mariana de Austria (su segunda esposa), y todavía le sobraba rijo para tirar cohetes con toda la que se pusiera por delante; dicen las malas lenguas que pudo llegar a engendrar hasta 30 hijos bastardos, ¡qué barbaridad! Aclaremos que la reina Isabel era francesa, Borbón por el padre y Médicis por la madre, y que el matrimonio fue realizado por poderes cuando la muchacha contaba solo 12 abriles, mientras que nuestro príncipe, y futuro rey Felipe IV, tenía 10 añicos, ¡una criatura!; aunque el Duque de Lerma, que era el valido de su padre (el rey Felipe III) y el que manejaba los asuntos de la corona y muchos otros más, mantuvo a los chicos separados hasta que ya, con 14 años él y con 16 ella, les dio suelta en el Palacio del Pardo para la consumación de su matrimonio.

Dos años después del asalto al tarro de la «miel de luna» o de la «luna de miel», el muchacho, con 16 años, tuvo que soportar el peso de la corona, pues su padre, el rey Felipe III, la palmó inesperadamente. Lo cual no fue impedimento para que se sucedieran los embarazos reales de la reina Isabel, hasta que la pobre murió tras once partos y abortos, de los cuales solo dos tiraron para adelante: el príncipe Baltasar Carlos y la infanta María Teresa, destinada a reinar en Francia casándose con su primo hermano Luis XIV (el «Rey Sol»). Tengan en cuenta que por esos siglos, la mortandad infantil era muy alta a causa de los pocos conocimientos médicos, la carencia de medicamentos eficaces y la falta de higiene; ni siquiera en los palacios había cuarto de baño y parir era un riesgo mortal para las mujeres.

Felipe IV entró con ganas de hacer reformas en España y de acabar con la corrupción existente bajo el mangoneo del valido de su padre, el Duque de Lerma y su entorno (el tema de la corrupción siempre ha estado presente, y el «quítate tú que me ponga yo» también); rodaron cabezas, algunas literalmente, y entregó las riendas del poder a otro valido: el Conde Duque de Olivares, y mandó a Velázquez que lo pintara bien guapo y chulo, montado a caballo y con la bengala del mando militar en la mano (ahí tienen el cuadro en el Museo del Prado). Pero la felicidad dura poco en la casa del pobre y, como el Conde Duque de Olivares quiso dar poderío militar a España unificando los ejércitos de los diferentes reinos, que entonces aún iban cada uno por su lado (seguimos igual ahora, con 17 parlamentos, 17 gobiernos y 17 administraciones, y no muy dispuestos a mantener la solidaridad entre comunidades autónomas), pues el principado de Cataluña dijo que nones y se declaró independiente, pidiendo la protección del rey de Francia, ¿les suena eso? (lo de Puigdemont no es nada original). La cosa se puso fea y llegaros a las armas, y Felipe IV tuvo que marchar a la guerra, quedando la reina en Madrid de regente (entonces los generales y los reyes entraban en batalla, con espada, arcabuz o lo que fuera en la mano; no como ahora, que se quedan en sus palacios, sus despachos o sus búnkeres).

Felipe IV, cuando se le muere la reina Isabel tras el 11º parto, se siente desgraciado, a pesar de que tiene a dos mujeres que le importan mucho: «la Calderona», su querida favorita en la cosa de las infidelidades, y la monja de clausura Sor María de Ágreda, con la que se cartea contándole sus cuitas. Pero las desgracias son como las cerezas y no vienen solas: a los dos años de enviudar, su único hijo varón, el Príncipe de Asturias, con 16 añicos, prometido ya con su prima hermana Mariana de Austria y preparado para la sucesión, va y se muere tras haberle jurado fidelidad los fueros del reino de Navarra (los reyes de España eran «reyes de reinos», hay que fastidiarse; y esos títulos continúan, no se crean; ¿ustedes saben que nuestro rey actual Felipe VI, lo es también de Jerusalén?, ¡qué cosas!).

De modo que el rey, desolado, se confiesa con mensajes epistolares a la monja y le dice que se siente el hombre más pecador del mundo y que el Señor lo castiga por sus vicios carnales y su permanente adulterio. Pero en esos momentos ya están en la corte presionándole para que se case de nuevo y engendre un heredero legal (los bastardos no valen, no cuentan). ¿Con quién casamos al rey?, todos dándole a la cabeza; hasta que a alguien se le enciende una bombilla y dice: «A ver, señores, ¿no se ha muerto el príncipe Baltasar Carlos? —sí, responden—. ¿Y no estaba el muchacho prometido con su primica hermana Mariana de Austria? —sí, la sobrinica carnal del rey, vuelven a responder—. ¿Y no se ha quedado libre la nena? —sí, y desconsolada—. Pues ya está: blanco y en botella: casan a Felipe IV con su sobrina. (¡Quince añicos tenía la pobre hija!, y 42 años el rey)

Pero mientras se sucedían aquellas guerras (también guerra con Portugal, que quería la independencia) y desgracias palaciegas, el valido Conde Duque de Olivares, está empeñado en hacer brillar el poder real de Felipe IV (el «Rey Planeta») y ensalzar las glorias de los reinos de España y de sus triunfos en batallas frente a las naciones enemigas. Hay que levantar el imperio español. Y comienzan a levantar un inmenso palacio, de proporciones versallescas, al este de Madrid: el Palacio del Buen Retiro, con unos jardines inmensos (lo que hoy es el Parque del Retiro), pues el Real Alcázar ya le parecía poco, y además quedaba en un altozano con muchas corrientes de aire. Así que diseñan una gran pieza en la segunda planta del nuevo edificio para el «Salón de Reinos», con los escudos de las 24 monarquías hispánicas, como por ejemplo el «Reino de México», el «Reino de Perú», el «Reino de Portugal» o el «Reino de Jaén». Allí colocan también, aparte de los retratos de los reyes y el príncipe Baltasar Carlos, a caballo, doce cuadros de doce victorias de España en sendas batallas; por supuesto, Velázquez se reserva el mejor lugar para su cuadro de «la Rendición de Breda» («La Lanzas»), desde cuya orilla derecha de la tela nos mira el artista (¡qué jodío!, el sevillano).

De aquel pedazo de palacio, después de sucesivos avatares destructivos, solo queda el Casón del Buen Retiro y el mentado «Salón de Reinos», que hasta hace muy poco era Museo del Ejército, y ahora, una vez trasladado el del Ejército al Alcázar de Toledo, lo están restaurando para anexarlo al  Museo del Prado. Una joya más del patrimonio artístico de España.

©Joaquín Gómez Carrillo

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"