INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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11/2/24

Los bufones de Velázquez

 .

Río Segura, a su paso por Cieza.

Esto era, amigos, la corte del rey Felipe IV (sitúense: primera mitad del siglo diecisiete; entre 1621 y 1665 reinó este hombre), cuya residencia oficial se hallaba entonces en el Real Alcázar de Madrid, aunque las monarquías españolas no andaban faltas de palacios y palacetes (y más palacios y más palacetes que seguirían ordenando construir los reyes por el ansia viva del ladrillo, y porque el dinero público no era de nadie, como llegaría a decir siglos después la insigne egabrense Carmen Calvo, ministra en los gobiernos de Rodríguez y de Sánchez).

Pero a ver, centrémonos un poco: Felipe IV era hijo de Felipe III, y este lo era de Felipe II, el catolicón que vivió y murió en el Monasterio del Escorial, vasto recinto palaciego que él había mandado construir para, desde allí, gobernar todos los reinos españoles, que no eran moco de pavo (¿me siguen?); y que por cierto, también ambicionó casarse con Isabel I de Inglaterra, la «Reina Virgen», para aumentar todavía más su poder, aunque en España entonces no se ponía el sol; pero la inglesa dijo que nones y le dio calabazas; por lo que Felipe II, de la rabieta que cogió, dijo «pos ahora se va a enterar la fea esta de lo que vale un peine…» y le mandó la Armada Invencible, comandada por el duque de Medina Sidonia: una burrada de navíos armados, pertrechos bélicos y soldados, para tomar la isla por las bravas. Pero, ¡ay!, la Reina Virgen tenía espías y estaba al tanto de lo que el despechado Felipe tramaba; de modo que preparó otra fuerza naval al mando del jodío Francis Drake (un corsario de  mucho cuidao), la cual esperaba sin despeinarse en el Canal de la Mancha; cañonearon un poco, es cierto, y el viento hizo lo demás: ya lo saben, la «Grande y Felicísima Armada Invencible» fue derrotada por el azote del temporal del norte, que la mar es muy traicionera majestad; ¡ahora!, que si la cosa hubiera salido bien a Felipe II, los Ingleses hoy en día serían católicos y hablarían español, y no se exigiría el B-1 de Inglés en las carreras, ni para lograr un puestecico de trabajo decente. Y, bueno, por lo demás, la reina inglesa, virgen se quedó.

Mas nosotros queríamos hablar del nieto de aquel, de Felipe IV, hombre de bragueta alegre, que engendró en su primer matrimonio 11 hijos; en su segundo matrimonio 5; y además, pecando todo lo que podía, otros 7 u 8 putativos, que se haya podido saber. Pero no se asusten, esto funcionaba así en las monarquías. Bueno, pero a lo que íbamos es que Felipe IV tuvo a su servicio el mejor pintor de todos los tiempos: Diego Velázquez; este fue su pintor de cámara, un asalariado del rey, como si fuera un criado más de palacio; cosa bien distinta a su colega Rubens, también pintor barroco y de unas dotes artísticas excepcionales. El alemán Rubens era un poquico mayor que Velázquez (22 años) y no trabajaba al servicio fijo de nadie: cumplía encargos, viajaba por Europa, negociaba y ganaba mucho dinero con sus obras. Rubens tenía su taller con pintores a su servicio, que obedecían sus directrices y pintaban como el maestro les había enseñado; que algún ricachón de cualquier país le encargaba una o más obras, pues depende: si quería unos cuadros de su taller (que no dejaban de ser de la «marca Rubens»), los pintores preparaban los lienzos, hacían el trabajo, y Rubens luego les daba unas pinceladicas finales, un ligero toque y ¡listo!; pero si el poderoso o la poderosa, lo que querían era un Rubens «purasangre», entonces lo pintaba él entérico y les cobraba el gusto y la gana. Esto funcionaba así, también con otros pintores. Pero con Velázquez no; Velázquez pintaba normalmente por encargo del rey.

¿Y qué le encargaba el rey a Velázquez? Pues, aparte de alguna que otra obra religiosa (el famoso «Cristo», al que luego Unamuno le escribiría un precioso libro poético), u otros cuadros de carácter mitológico («la Fragua de Vulcano», «las Hilanderas», «la Venus del espejo», etc.), además —decimos— Felipe IV le encargaba hacer retratos, del propio monarca, de su valido, el Conde Duque de Olivares; de la reina, del príncipe, de los infantes o infantas y, aunque parezca extraño, de los bufones, y ahora explicaremos el por qué.

Bueno hay que decir también que Velázquez tiene otros cuadros que no son de encargo real, como por ejemplo, los que pintó en su etapa sevillana, una vez formado en el taller de su suegro, el maestro Pacheco; o los que pintó en sus viajes a Italia (había convencido al rey de que debía conocer la cuna del arte; además llevaba el encargo real de comprar cuadros, pues las  monarquías españolas siempre estaban ávidas por aumentar sus colecciones de pintura, que gracias a ello tenemos ahora la mejor pinacoteca del mundo: el Museo del Prado). En uno de estos viajes a Roma, que el rey estaba ya impaciente por que volviera («…estás tardando mucho», le urgía Felipe IV), Velázquez retrata al papa Inocencio X, con una mala sombra que se la pisa; se nota de que era un papa de armas tomar. Y pinta también a su esclavo. ¿Cómo?, ¿pero que Velázquez tenía un esclavo? Sí señor; Velázquez era «propietario» de un esclavo, un morisco de Antequera, negrico como una morcilla, llamado en cristiano Juan de Pareja, al que le enseñó muy bien a pintar y, con los años, agradecido por sus servicios y encariñado con él, le entregó carta de libertad. Las cosas entonces eran así.

¿Y por qué el rey Felipe IV encargaba a Velázquez que retratara a los bufones de palacio? Pues por la siguiente razón: estas personas, con características físicas o psíquicas especiales, denominadas «gente de placer», eran tenidas en mucha consideración en la corte. Los bufones no dejaban de ser hombres y mujeres de confianza de los reyes, a los cuales se les procuraba buena alimentación, buen vestido y una asignación económica o en especie. Los bufones compartían espacios íntimos con la familia real, con reyes, príncipes e infantes; servían para entretenimiento en fiestas y reuniones palaciegas, hacían gracia, causaban risa o también tenían cometidos especiales, incluso en la educación de los hijos de los reyes. En las Meninas, el más famoso cuadro de Velázquez, por ejemplo, aparecen la enana Mari Bárbola y el enano Nicolasito Pertusato; pues bien, Mari Bárbola había sido traída de la corte Alemana para enseñar alemán a la infanta Margarita, pues la pobre niña iba a ser desposada por su tío carnal Leopoldo I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico; por tanto, a dicha bufona, además de su paga, tenía derecho a «cuatro libras de nieve durante el verano» (eso era un lujo; la realeza y la aristocracia eran aficionadas a tomar helados, y los conseguían guardando la nieve del invierno en neveros o «pozos de nieve»).

Bueno, seguiremos otro día hablando de estas cosas de palacio.

©Joaquín Gómez Carrillo

 

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Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"