INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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26/6/22

Paisajes urbanos de Cieza, VI

 .

Magnífica vista del Puente de Alambre, desde el Paseo Ribereño; al fondo se vislumbra el casco histórico de Cieza, con la torre de la iglesia. (Fotografía de Fernando Galindo Tormo.)

El Puente de Hierro, hasta los años cincuenta, fue de hierro de verdad; de un solo vano y barandales altos, tenía dos enormes vigas metálicas longitudinales y el resto del piso, de tablas. Ni que decir tiene que los vehículos debían pasar sobre dichas vigas resistentes; mas como la mayoría, o casi todo, el tráfico rodado era de carros, el puente tenía un guardián, que a su vez hacía de «práctico», como en los puertos marítimos; así que los carreteros que llevaban transporte pesado (piedra, grava, esparto, leña) se detenía a las puertas del puente y esperaban a que el guarda de este se hiciera responsable. El hombre entonces tomaba la bestia de varas del morro y la enfilaba justo por el centro de las vigas, para que las ruedas no se desviasen y estropearan las maderas.

Al cruzar el puente, debajo del terraplén del Muro, estaba la caseta de los «aforaores»; entonces había casetas de aforos en todas las entradas al pueblo (actualmente, como reliquias, solo quedan dos: la de la Gran Vía y la del Puente de Alambre; son testigos de la memoria de nuestro pueblo y deberían conservarse con sendas placas explicativas). La misión del aforador era cobrar impuestos por el paso de determinadas mercancías, y, como la gente estudiaba para ocultar tales productos, este debía andarse listo y que no lo engañaran; no obstante poseía un arma: un pincho de acero, largo y fino, con el que atravesaba los serones de pleita de las burras o las bolsas colgantes de los carros para detectar un posible fraude.

La carretera de Mula, desde su kilómetro cero, en la esquina de las Monjas Pastoras, estuvo sin asfaltar hasta mediados de los sesenta, aunque para esas fechas el Puente de Hierro (el actual) poseía su piso de adoquines. Entrando ya al pueblo, en el primer badén, tenía el Pajero padre su fragua, en un bajico con persiana, que aún permanece cerrado; allí, a pie de yunque, tomaron escuela en la forja de la herrería sus cinco hijos, todos varones, que luego edificarían un taller más grande, con viviendas arriba, en el terraplén previo a las primeras casas. A partir de la fragua vieja del Pajero estaba la «Cuesta de los Aperaores», pues arriba tenían el taller de aperos y construcción de carros Los Marines; en dicha cuesta sufrían los carreteros («¡antes volcar que atrancar!», tenían como máxima, pues el que las mulas se negaran a tirar en una cuesta arriba se consideraba bajeza, afrenta, falta de oficio). Algunos carros, cargados de piedra de las canteras o de grava del Barranco de Meco, con animales de tiro no muy bien alimentados, «atrancaban» a mitad de dicha cuesta, y el carretero, quizá torpe en el estímulo a sus mulas, usaba el maltrato sin piedad y el echar ternos por su boca como un ídem.

Bajo el Puente de Hierro, cuando en muchas casas aún no había agua  corriente, solían ponerse las mujeres a lavar, arrodilladas en la orilla del río, ante unas piedras pulidas por el uso; y, si era buen tiempo, tenían por allí a los chitos bañándose en cueros vivos. La playa del Arenal era grande y daba para el disfrute de muchas personas: familias enteras con su prole. Tanta era la gente que bajaba a bañarse cuando apretaba la calor, que acudía el tío de los polos y los chámbiles, con su carrito de madera y sus depósitos isotérmicos de aluminio, y se situaba a la sombra de uno de los dos eucaliptos, grandes y copudos, que había junto al puente. Eran otros tiempos, pero no mejores por pasados.

La entrada a Cieza por el Puente de Hierro ofrecía entonces la visión deprimente de un completo basurero; ya saben cómo somos los ciezanos. Los terraplenes de bajo el Muro y de bajo la carretera estaban colmados de inmundicias; salvo plásticos, que no existían (menos mal), había de todo: despojos, trapos, botes de hojalata, botellas de vidrio o animales muertos; y, en tiempos aún más anteriores, que en las viviendas pobres de las cuestas no había siquiera retrete, toda la zona de bajo el Muro, era utilizada al amparo de la noche para desahogo fisiológico de muchos. (Por eso quizá, como les dije en mi anterior artículo, aquí no venía inmigración ninguna; ¡si estábamos peor que ellos, en cuanto a higiene y otros aspectos!) Mas hay que decir que eso cambió con la construcción de la Ronda del Fatego, la entubación de la acequia del mismo nombre, que era una cloaca hasta arriba de «comperdón», y la limpieza, por fin, de dichos terraplenes.

El Puente de Hierro, el original, decía la gente que estaba «falseado» desde que pasaron por él con ciertas maquinarias pesadas para el Salto de Almadenes. Posiblemente las vigas tuviesen «fatiga» por el uso, que es una cosa chunga que les ocurre a los metales cuando son sometidos a un exceso de carga: se fatigan y pierden resistencia. Quienes resistían hasta el límite de su fuerzas eran los leñadores, que subían a la Sierra del Oro andando, que conseguían sus haces por laderas y barrancos, que se los echaban a la espalda y que, por sendas y atajos, los llevaban caminando hasta el pueblo; y, ¡qué fastidio!, algunos guardas forestales, los muy taimados, esperaban sentados en el Puente de Hierro, con la intención de requisarles a los pobres sus hacecicos de leña. Un claro ejemplo de ser miserable en la miseria.

Junto a esa casa azul tan bonica que hay en mitad del terraplén, poblado ahora de árboles y enredaderas verdes, las personas muy mayores decían que estuvo el «matadero viejo»; a saber. En mi plano de 1924, el matadero ya estaba junto a la Balsa del Zaraiche. Sin embargo, yo pequeñico, recuerdo haber visto ahí un vestigio de pared con azulejos blancos.

Frente a la casa azul, más o menos, por arriba, por lo alto del Muro, fue por donde se tiró Minuto. El hombre, quizá, debido a algún desastre de su casa, se vio en la tesitura de «tomar un camino» (otros lo han hecho a lo largo del tiempo, con una soguica en la mano, a los pinos de la Atalaya). Minuto lo anunció, como en la novela de García Márquez, «Crónica de una muerte anunciada»: «¡Me tiro por el Muro!», dijo a los vecinos y viandantes. Entonces los muchachos que andaban apedreando perros y algunos curiosos que no tenían nada que hacer, le siguieron. «¡Minuto se va a tirar por el muro!» —daban la voz de alarma por las esquinas—. «¿A dónde vas Minuto?» «¡A tirarme por el Muro!» Cuando llegó por la callecica que ahora se llama Balcón de la Victoria, Minuto llevaba ya una cola de gente detrás, pero él cumplió lo dicho como un hombre y se arrojó, sin grandes consecuencias al parecer. Luego, para dar referencia del lugar, algunos dirían: «…por ahí, por donde se tiró Minuto».
©Joaquín Gómez Carrillo

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"