INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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3/7/22

Paisajes urbanos de Cieza, VII

 .

«El veinticinco de junio le dijeron al Amargo: ya puedes cortar, si gustas, las adelfas de tu patio...» (romance del Emplazado, de Federico García Lorca).

¿Quién se acuerda del Salva de la Casetica? El salva tenía una discapacidad, quizá por eso le habían concedido la caseta de la puerta de la iglesia de San Juan Bosco para que se ganara la vida. Al Salva, cuando le pedían los muchachos un Ducados, le costaba trabajo, con su mano tonta y su movimiento involuntario de cabeza, extraerlo de la cajetilla, pero él lo conseguía y cobraba su pesetica, que «un grano no hace granero, pero ayuda al compañero». Aunque lo que más vendía eran chicles «Cheiw», pipas «Churruca» o, en temporada, jínjoles.

Entonces la Avenida de Italia, la Plaza de San Juan Bosco y la Avenida Juan XXIII, estaban a penas mal trazadas y tenían el aspecto desangelado de un erial, más que de espacios urbanos. Un día que iba a pasar no sé qué ministro hacia Murcia por la Gran Vía, que era la carretera general entonces, nos llevaron a todos los del Instituto a donde ahora es la Plaza de las Cortes Españolas, que en aquel tiempo parecía un bancal de patatas recién arrancadas, para que el ministro franquista viera adhesión popular. Creo que el ministro no pasó, pues a lo mejor se había parado a almorzar el Abacete; así que cuando se cansaron el director, Don Jesús Pinilla, y el Señor Mendoza, jefe de estudios, dimos media vuelta y regresamos a clase con los bambos azules llenos de polvo. (A decir verdad ya no estoy seguro de si pasó el ministro en una caravana de SEAT mil quinientos negros, a toda pastilla y con las ventanillas de cristales oscuros cerradas, o si eso lo vi en «Bienvenido Míster Marshall» y me traiciona la memoria.)

A la Estación de Servicio Galindo entraban los hombres con las motos a repostar; el gasolinero hacía la mezcla del aceite con la gasolina en un cachumbo de hojalata y luego la vertía en el depósito. Entonces había muchas motos, para ir a trabajar, no para ocio y berreo; los jornaleros del campo iban superando la piojera y compraban una motico de «ca Cobos» o de «c’Albert» para desplazarse a Fomento Agrícola o a la Carrichosa; la adquirían firmando letras, que luego pagarían al banco bajo una economía familiar de subsistencia.

El cura Salas había pasado de la Vespa al Seiscientos (antes tuvo una Moto Guzzi Hispania, de 65 cm3, de aquellas que llevaban los cambios con una palanquita en el lado derecho, bajo el manillar, y con la que subía a decir misa al Salto de Almadenes, según mi amigo Paco Escribano). Don Antonio compraba su tabaco al Salva, pues el cura era hombre del mundo en el mejor de los sentidos y ya había dejado la sotana y tomado el fumeque. Él siempre se rodeó de muchos y buenos acólitos en la parroquia; en aquel tiempo, se hacía ayudar en misa por el Revoltetas, el Leo, el Cherif o el Ramoncico, que era el lector de los profetas y ahí empezó a ganar tablas el muchacho para cuando años después se metiera en política e hiciera sus discursos en el Parlamento Regional, que yo lo veía por la tele y decía: «¡míralo, clavao a cuando leía en la iglesia!».

Santos, el de las ruedas, tenía ahí, en la Avenida de Italia, su taller de neumáticos y vulcanizados; así que siempre había camiones por allí estacionados. La avenida, amplia, estaba dividida en dos por una mediana de obra en el centro y cuando llovía el barrizal que se formaba era tremendo; además, no había aceras; si acaso estaban trazadas, pero sin pavimentar. En la calle de arriba, hoy Salzillo y entonces «Nicolás de las Peñas», justo al cruzar la Gran Vía, a continuación de la tienda del «Sordo de las bicicletas», estaba Pedro Antonio «de los hierros», siempre con un montón de herrajes en la puerta, que teníamos que pasar pisando por encima; mientras que adentro, en el lóbrego taller, se veían hombres con mono azul soldando mediante electrodos o lamparillas de acetileno.

Ahí, en la esquina del Pelae, fue donde pusieron el primer semáforo de Cieza, ¡una modernidad!, pues la gente moría atropellada en la Gran Vía cuando el tráfico Madrid-Cartagena ya era considerable; ¿se acuerdan de los camiones cisterna que bajaban a por gas a Escombreras? Parecían huevos enormes de serpiente y pasaban a toda pastilla; uno de ellos tomó mal la Curva de la Tejera un día, se salió y volcó. La Curva de la Tejera, al final de la recta de la Gran Vía era peligrosa. Debajo estaba el arranque de la Carretera de Abarán, que se iba dando revueltas por entre las oliveras (no estaba hecha todavía la Avenida de Abarán). Había que tener mucho cuidado al cruzar la Gran Vía; a mi abuelo, un día que iba para su casa con un capacico de alfalfa para los conejos a cuestas, se dejó atrás el perrico ratero sin darse cuenta y lo pilló un camión; él echó el cadáver sobre la alfalfa y se lo llevó a enterrarlo bajo un olivo por los Salesianos.

Al cura Salas no le gustaban los santos, pero aceptó tener en la iglesia una estatua pequeña de San Juan Bosco, fundador de la Orden de los Salesianos, y, sobre el altar, un Cristo que había esculpido con unción Don Antonio «el Lápiz», profesor de dibujo muy querido por todos nosotros. El cura tenía su genio, pero toleraba paciente el que estuviésemos siempre por allí pegando balonazos, en el atrio o en los patios de la sacristía. A veces nos enseñaba valores para afrontar la vida, o nos daba consejos a fin sobrellevar la adolescencia bajo la tiranía de las hormonas, y también nos ponía como ejemplos a seguir a sus alumnos predilectos «de misa y  comunión diarias»: Ramón, Manolo, Lorenzo y alguno más que no recuerdo; buenos chicos todos.

De la iglesia de San Juan Bosco para abajo solo había oliveras y carreras de hiladores, cuyos hombres andaban todo el día para atrás. Por una senda se podía llegar hasta el Campo de Futbol, que estaba ahí donde ahora el Parque de la Bola, frente a la Plaza de Toros, junto a cuyas tapias había viejos olivos, que tenían casi pulidos sus troncos de tanto subirse a ellos para ver los partidos gratis. Por Santo Tomás de Aquino se celebraba en el Campo de Futbol un partido a lo grande entre profesores y alumnos (algún año, recuerdo, jugó el cura Salas, que entonces era joven, alto y delgado, y con unos ojos claros con los que podía radiografiar el alma de los pecadores).

Bastantes años después, un día vi al Salva, mayor y agravada su discapacidad, que el tiempo, ¡ay!, no tiene corazón, en la Residencia de Ancianos; puede que Don Antonio le arreglara los papeles para que el hombre estuviese bien cuidado en sus postreros días. Y ya, sin el Salva, la casetica voló, pues el mundo no cesa de girar.

©Joaquín Gómez Carrillo 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"