INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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30/7/14

El Correo

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Casilla (reconstruida) junto a la cual estaba el paso a nivel donde explotó un camión de bombas en 1937, al chocar contra el Correo a la media noche
La Estación de Cieza ya no es lo que era. Antes pasaban trenes, más que ahora, de mercancías y de viajeros. Hace años se viajaba mucho en tren, pues no había tantos coches como en la actualidad y por el ferrocarril se llegaba casi a todas partes, casi a todos los pueblos (mis abuelos se iban a los Baños de Mula en tren). En realidad, en la Estación había dos estaciones: la de Renfe y la del Chicharra, que era un trencillo que hacía el recorrido de Cieza a Villena y viceversa, pasando por Jumilla y Yecla. Yo no sé si este tren de vía estrecha llegó a utilizar locomotora diesel, o funcionó hasta que lo desmantelaron con máquina de vapor, pero el edificio de su estación terminal, cochambroso y “okupado” aún está en pie, y pone en la fachada: “FEVE. FERROCARRILES SECUNDARIOS DEL SUD DE ESPAÑA”.

En relación con la vía del Chicharra, hace tiempo que el ayuntamiento se interesó por crear una “ruta verde” en lo que fue el trazado de ésta, como en otros lugares, aunque en gran parte de su recorrido por nuestro término municipal, los particulares se han apropiado del terreno y no queda ni rastro de por dónde pasaba. Yo pequeñico, recuerdo tres apeaderos del Chicharra, en donde la gente de los campos podía bajarse o coger el tren: el de los Prados (justo en mitad de lo que ahora es el polígono industrial), el de la Corredera (frente a la Thader, por donde va la autovía) y el de la Loma de la Fonseca, cuya casilla aún se mantiene en pie a orillas de la carretera de Jumilla, donde había un paso a nivel. Por cierto, bastantes años después, tuve amistad con la guardabarreras, ya anciana, y Ortuño de las teles, como era hombre inteligente y con gran sentido del humor, me decía delante de ella: “¡Juaqui, la Antonia, aquí donde la ves, era la única mujer de Cieza, que en los tiempos más duros del franquismo salía todos los días a la calle con una bandera roja y no le pasaba nada!”

Creo que el ayuntamiento, con o sin vía verde, debería interesarse al menos por el edificio de la estación del Chicharra, para que no tengamos que estar siempre lamentando a posteriori el haber dejado perder las cosas que han formado parte importante de la historia de nuestro pueblo.

En cuanto a los trenes de Renfe que circulaban repletos de pasajeros, uno de los más importantes era el Correo, que pasaba todos los días por Cieza a las 6 de la mañana en dirección a Cartagena, y luego retornaba hacia Madrid pasando por aquí a las 12 de la noche. Antes, en los trenes de viajeros de largo recorrido se diferenciaban muy bien las clases sociales y había vagones de primera, de segunda y de tercera, como explica Azorín en su “Diálogo de los dos canes”. Cuando los trenes paraban en las estaciones, según el escritor de Monóvar, solo la gente que iba en segunda sacaba los brazos por las ventanillas para comprar refrescos y bocadillos que vendían con cestas de mimbre a pie de andén; no así los pasajeros de primera, que visitaban el “restorán” del tren; ni tampoco los de tercera, que portaban sus propias viandas traídas de casa, las cuales compartían con otros viajeros en las bancadas de madera del vagón.

El tren Correo fue el que en el año 1937, en plena Guerra Civil, chocó con un camión de bombas a media noche en el paso a nivel de los Prados (por ese paraje, tanto la vía de Renfe como la del Chicharra, iban casi paralelas y ambas cruzaban la carretera nacional). Lo cual originó una catástrofe ferroviaria de gran magnitud, haciendo que parte del tren cayese a la Rambla de Judío y originado un montón de víctimas, asunto que silenció todo lo que pudo la censura de guerra para no dar alas al enemigo.

El Correo siempre solía pasar por Cieza a sus horas y, cuando no todo el mundo tenía reloj ni la vida se vivía con las prisas y la exactitud de ahora, la gente se guiaba por los pitos de las fábricas y también, cómo no, por el silbato del Correo entrando y saliendo de la estación (mi padre, en invierno, solía levantarse por las mañanas con el segundo canto del gallo o con el pito del Correo). Bastantes años después, cuando yo estudiaba COU en el Instituto, algunas noches me iba con mi compañero Juan Manuel a subir las sacas de cartas a la Estación, pues su padre, Manolo de la Gabina, tenía esa responsabilidad, que por eso era el nombre del tren: “Correo”.

Y otro asunto anecdótico relacionado con dicho tren de pasajeros, fue el de Perico Quisquillas, cuando éste hizo creer al pueblo de Cieza, clero incluido, que se iba a efectuar una aparición divina en la Ermita a la media noche un determinado día. Tanta publicidad tuvo aquél “milagro anunciado”, que Renfe optó por detener el Correo en la Estación por el tiempo necesario para que los viajeros pudiesen bajar y contemplar aquel portento del Cielo. Ni que decirse tiene que la cosa fue un fiasco tremendo y solo la Guardia Civil pudo librar al infeliz de un “casi linchamiento” por parte del público defraudado.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 26/07/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")

26/7/14

La conserva

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Hubo un tiempo en que algunas palabras incluían otro significado más pleno
Por aquel tiempo en Cieza, jamás habíamos escuchado decir la palabra “inmigrante”, porque nadie de otro país y de otra cultura venía a buscar la vida entre nosotros; todo lo contrario, muchos de los de aquí y de España entera tenían que marcharse al extranjero por necesidad, para escapar de la sombra de la estrechez económica o de la cruda miseria, y éstos eran los “emigrantes”, nuestros emigrantes, a los cuales aludía aquella canción de Juanito Valderrama, que era todo un himno a la añoranza, la cual ponían noche tras noche en el programa de radio “de España para los españoles”, que se emitía desde Barcelona para la diáspora de compatriotas que se hallaban lejos de casa y de los suyos, y no por placer.

Mas había una palabra por todos conocida en Cieza, y que tenía un sentido pleno para muchos cientos de familias trabajadoras: la “conserva”. Era una palabra que significaba trabajo, salario, economía, ahorros para el resto del año, etc. Echar la conserva en la fábrica de los Martinejos (frente al Capitol), de los Guiraos (en el Camino de Madrid y en la Estación) o en la Ciezana (en el Camino de Abarán), era salir para adelante. Echar la conserva era una frase entendible y familiar para cientos de mujeres ciezanas, pues Cieza aún mantenía algunas industrias con gran plantilla de obreros, como Géneros de Punto, Manufacturas Mecánicas de Esparto y, sobre todo, las mencionadas conserveras. Luego, con la tecnología más moderna del momento, pondrían en marcha la “Cooperativa”, en Barratera, visitada por los entonces príncipes Juan Carlos y Sofía, la cual industria de conservas hortofrutícolas daba trabajo a muchísimas personas. De modo que este era un pueblo trabajador y con trabajo. Otra cosa era la precariedad en la contratación, pues un servidor echó tres veranos en Los Guiraos y le cotizaron tres días, ¡uno por temporada!)

Pero la vida cambia y algunas palabras han quedado en desuso, dando cabida a otras nuevas. Aparecieron los inmigrantes: los hispanoamericanos andinos, con su estampa india y su habla caramelosa; los marroquíes, con sus chilabas, sus babuchas en chancleta y sus costumbres religiosas y sociales que les impiden la plena integración entre nosotros; o los chinos, con su reinvento de las tiendas de productos de baja calidad, que están haciendo tambalear las reglas del comercio. Inmigrantes todos, que han cambiado el paisaje humano de este pueblo, bastantes de los cuales ya se han hecho españoles, y aunque ustedes los vean con aspecto extranjero, tienen su carné de identidad y son ciezanos de pleno derecho; aunque manden los críos a la mezquita y sigan llevándose a las hijas preadolescentes a Marruecos para casarlas por conveniencia familiar. Pero están aquí, llenando nuestras calles y dispuestos a ocupar los escasos puestos de trabajo que ofrece la agricultura, y a beneficiarse de los derechos sociales, sanitarios y económicos, los cuales pagamos entre todos.

Sin embargo, y a pesar de que muchos de nuestros jóvenes, bien formados y altamente cualificados, han de emigrar a otros países porque esta sociedad nuestra, precarizada y anquilosada desde hace años, es incapaz de ofrecer alternativas, no utilizamos ya el término “emigrante”, pues quizá nos parece anticuado y nos recuerda un tiempo gris, una época de burras con serón de pleita y cagarrutas de cabras por las calles de tierra. Ni tampoco nos acordamos de aquel ambiente fabril de mujeres casi corriendo por la calle y comiéndose un bocado de pan, con el baby o el delantal debajo del brazo, para engancharse en cualquiera de las fábricas, incluida la “de los Ajos” en el Maripinar, cuyas trabajadoras, entre las que estaba mi madre, la Paca del Madroñal, caminaban cuatro veces al día bajo los olmos gigantes del Puente de los nueve ojos.

Hoy en día hemos olvidado ya lo que era en Cieza la conserva, del tomate, del albercoque, del melocotón... Se nos están borrando de nuestra memoria olfativa aquellos olores especiales a las frutas hacinadas en montañas de cajas de madera, que había que cargar y descargar a mano de los camiones, y a los procesos de triado, calibrado, deshuesado, enlatado y cocido. Y ya, de la fábrica de conservas de la Estación, donde cobrábamos en sobres sepia, como los que cualquier político que se precie jura no haber percibido jamás, solo queda un testigo mudo: la chimenea, ¡perfecta!, construida en su día con ladrillo moruno por un hábil artesano que almorzaba pan y sardina, la cual ningún arquitecto moderno se atrevería hoy en día a levantar sin meterle hierro y hormigón por un tubo. Y ahí está, triste y sola en mitad de un erial, afeada por una estúpida escombrera que nadie es capaz de limpiar desde hace años, y olvidada de todos como la palabra “conserva”, que significaba pan, trabajo y vida para este pueblo.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 19/07/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")

23/7/14

Arterias y venas

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En la cima de las montañas, la sangre corre por las arterias con emoción
No sé por qué la palabra «vena» resulta más poética y está más en boca de todos que la palabra «arteria»; aunque la sangre limpia, oxigenada y vital, es la que circula por las arterias, no por las venas. Sin embargo Antonio Machado escribió: «...Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,/ pero mi verso brota de manantial sereno,/ y más que un hombre al uso que sabe su doctrina,/ soy, en el buen sentido de la palabra, bueno».

Recuerdo que fue durante el curso 1968-1969, en el entonces Instituto Laboral de Cieza («Los Salesianos», que decía la gente), cuando Doña Alicia Montes, que nos daba Ciencias Naturales en primero de bachillerato, nos enseñó la circulación de la sangre, pues esta corre a gran velocidad por todo el cuerpo. Doña Alicia era una profesora severa, que respetaba e infundía respeto a la vez. Ella nos trataba de usted a todos, aunque hubiesen algunos con diez añicos recién cumplidos. «Usted, Veintiocho, salga a la pizarra», y yo hacía el recorrido, desde el fondo de la clase hasta el estrado de madera, con las piernas un poco temblorosas e intuyendo miradas compasivas de los compañeros, ya que nadie se sentía especialmente gozoso saliendo a decir la lección con Doña Alicia.

Entonces supe que existían dos circuitos por donde circula la sangre en el cuerpo humano: el mayor, que es el que riega todos los órganos y tejidos de pies a cabeza, y el menor, que intercambia la sangre viciada por sangre limpia en los pulmones. Doña Alicia dibujaba con tiza un corazón en el encerado, con sus aurículas y sus ventrículos, de donde partía la gran arteria aorta y al que llegaba la enorme vena cava. Mientras ella estaba de espaldas con la tiza en la mano, no se oía ni una mosca y cuando se volvía para elegir uno a voleo, entre los cuarenta y dos que éramos, clavábamos la vista en los libros para ver si era posible que pasara de nosotros «aquel cáliz».

Conforme avanzaba el curso, ella se iba sabiendo los apellidos, aunque a mí siempre me llamaba por el número de orden o, simplemente, «Delegado», ya que era un «cargo» que alternábamos Fernando Almela y yo (entonces no había democracia y el Señor Mendoza, que era el jefe de estudios, lo adjudicaba por la mayor nota media mes a mes; aunque Fernando era hijo del alcalde, Don Trinidad Almela Pujante, y su apellido bien conocido por Doña Alicia).

Después uno ha ido aprendiendo más cosas sobre esta máquina perfecta que es nuestro cuerpo (¡a ver qué bomba es capaz de trabajar cien años, como hace el corazón!) Uno sabe que las venas son las que notamos a flor de piel, en las que nos clavan las agujas en los hospitales para los goteros, sin embargo las arterias van mucho más protegidas por el interior, pues ¡ay de aquél que se rompa una arteria...! ¿Se acuerdan de Carlos Cano?, ¡qué buen cantante era y qué bien cantaba «María la portuguesa»; pues ni dios pudo salvarlo cuando se le hizo un aneurisma en no sé que arteria principal y se fue p'alante.

Doña Alicia nos enseñaba lo básico de la materia, pero muy bien explicado. A mí me dio matrícula de honor sin tener que estudiar, es decir, que con sus explicaciones bastaba y uno lo tenía todo clarísimo; aunque había también a quienes no les entraba ni con un mazo; cosas del intelecto. Me acuerdo que una de las paradojas de las vías circulatorias la constituían la arteria pulmonar, por la que circula sangre venosa, y la vena pulmonar, que conduce sangre arterial; ¡misterios de la anatomía...! Ah, y también aprendimos que hay un lado «malo» y un lado «bueno» del corazón: por la parte izquierda recibe y bombea sangre arterial (la que lleva el oxígeno) y por la parte derecha entra y sale sangre venosa (la que transporta el anhídrido carbónico). Ella, se notaba que ponía entusiasmo en su docencia, aunque mantenía la actitud seria y la mirada glacial con los alumnos. Sin embargo, años después la vi reír un día: fue en una fiesta fin de curso, ya en COU: un compañero de clase, el Catalán, parodió a la perfección al cantane Raphael y la mujer cambió, momentáneamente, el gesto huraño por una hilaridad desconocida.

Doña Alicia nos revelaba la existencia de arterias importantes, como las carótidas o las femorales (una de estas últimas le rompió el toro «Avispado» a Paquirri en Pozoblanco y se fue derechico pal otro barrrio). También nos habló de algo terrible: la acumulación de colesterol en las jodías coronarias, que son las arterias más cruciales por regar precisamente el músculo cardiaco; sin ellas no somos nada: infarto y «mortus morti calavera cocus», que decía nuestro compañero Pepe el Rarra. Doña Alicia tenía un gordini amarillo (el coche de las viudas, aunque ella estaba casada con «el Confitero», pero no tenían hijos) y siempre llegaba sorteando los baches por aquellas calles de tierra que rodeaban el matadero de los Hoyeros, donde se oían los berridos desesperados de los cerdos cuando los llevaban al «patíbulo» para abrirles las arterias de un tajo y hacer morcillas y butifarras con su sangre. ¡Qué barbaridad!
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 12/07/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")

9/7/14

En nombre de qué dios

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Presa del Cárcabo, en Cieza, con el pico del Almorchón al fondo
Posiblemente el origen de bastantes guerras habidas en la humanidad haya tenido relación con el concepto de la existencia de los dioses y la práctica de las religiones. Está claro que a lo largo de la historia, muchos conflictos entre naciones, muchos sufrimientos infligidos a los pueblos y muchas crueldades cometidas sobre la población inocente, han tenido como causa las distintas creencias religiosas y las distintas interpretaciones sobre la supuesta voluntad de los dioses, engendrados un día, no olvidemos, en la cabeza y en el corazón de los hombres.

Desde que el mundo es mundo, el hombre, consciente de su mortalidad, ha creado deidades a su imagen y semejanza. De tal manera que naciones guerreras han tenido por dios a un ser beligerante y partidario de las luchas de los ejércitos; pueblos semicaníbales han creído interesadamente en dioses complacidos en los sacrificios humanos; y civilizaciones donde la mujer es tenida como un ser inferior, en el hogar, en el trabajo o en las relaciones sociales, adoran a un dios de mandamientos machistas. Aún hoy en día, en culturas muy “teocratizadas” cualquier cosa se mueve, se realiza o se justifica, según la interpretación que se hace de sus doctrinas sagradas, las cuales no fueron sino escritas por hombres, supuestamente inspirados por un espíritu revelador.

Por ejemplo, la historia de los pueblos y tribus semitas, muy bien recogida en la Biblia, nos enseña que un ser todo poderoso les protegía y les ayudaba activamente cuando atacaban sin miramiento a otros pueblos con los que al parecer estaban siempre en pie de guerra. Tampoco le fueron a la zaga siglos más tarde las cruzadas cristianas, cuyos guerreros, portando el signo de la cruz en el pecho y en el pomo de la espada, entraban a saco en los lugares conquistados, arrasando si piedad todo lo que se movía.

En ciertas culturas precolombinas, muy dadas a comer y beber en ocasiones el cuerpo y la sangre de sus semejantes, adoraban dioses a los que por lo visto les gustaban los sacrificios humanos más que a un tonto un lápiz. (Una de las normas tajantes que estableció Hernán Cortes cuando entró en 1519 en la capital del imperio Azteca y se entrevistó con el todo poderoso Moctezuma, fue la de tolerancia cero con los sacrificios humanos, asunto que cayo muy mal al poder establecido de sacerdotes y mandamases y desembocó tan solo dos años después en la llamada “noche trágica”, cuando las huestes del extremeño, que andaban acaparando oro a calzón quitao en la entonces Tecnoctitlan, hoy ciudad de México, tuvieron que salir de allí con el rabo entre las piernas).

 Desde la antigüedad, pueblos cuyos hombres han tenido por tradición la práctica de la poligamia y el “uso” de concubinas en el hogar como si tal cosa, y de ejercer un dominio de propiedad sobre las mujeres cual si éstas fuesen cabezas de ganado u objetos de uso y servicio, les acomodó como un guante a una mano el nacimiento de una religión nueva en el año 622, que justificaba desde un plano divino la desigualdad entre hombres y mujeres, que obligaba a éstas a aceptar una tutela permanente por parte de padres, hermanos o maridos, y que las despojaba de las libertades y derechos reservados a los hombres. La sumisión femenina pasó a ser norma religiosa. El hombre fundaba un credo perfecto: redactaba textos sagrados interpretando la voluntad de un dios con su propia idiosincrasia machista.

Mas ahora y siempre, las torticeras creencias de algunos individuos y grupos han profundizado en la práctica maléfica de ciertos dogmas religiosos. Y cuando ahora, desde sociedades supuestamente civilizadas se proclama el reino de las libertades, la virtud de la tolerancia, la igualdad de derechos entre ambos sexos y la atractiva entelequia de una pacífica “alianza de civilizaciones”, algunos fulanos, poseídos de un fanatismo diabólico, enarbolan los kalashnikov del yihadismo. Éstos son la hez de una subcultura religiosa, capaces de asesinar trabajadores que viajan en trenes del amanecer en Madrid o secuestrar niñas en Nigeria para convertirlas en objetos; secuestro que ya no ocupa espacio en los telediarios, no preocupa a los políticos de occidente ni causa espanto en nuestras conciencias.

¿Pero en nombre de qué dios se puede asesinar a personas inocentes? ¿En nombre de que dios se puede secuestrar a más de doscientas niñas, cubrirlas de pies a cabeza con velos tenebrosos para anular sus cuerpos y forzarlas a abandonar sus creencias pacíficas para destruir sus almas? ¿En nombre de qué dios se puede humillar el corazón a estas chicas para venderlas luego como esclavas sexuales por unos cuantos dólares? ¿Y en nombre de qué dios, alguien será capaz de comprarlas como reses en un mercado y seguir postrándose cinco veces al día en dirección a la Meca?
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 05/07/2014 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"