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Iglesia Virgen de los Dolores en la pedanía del El Berro |
Hoy, día 3 de abril de 2011, aunque el cielo está nublado pero sin la amenaza de lluvia, la temperatura es ideal, unos 22º. Por la mañana hemos subido al Parque Natural de Sierra Espuña. Hemos tomado una carreterilla estrecha, curvosa y llenas de ciclistas, que ascienden por barrancos y pinadas; hemos sobrepasado el Centro de Interpretación, ¡cerrado, un domingo de primavera!, y el primer bar-restaurante, donde almorzaban senderistas y otras personas amantes del deporte y la montaña.
Luego, tras haber subido con el coche gran parte del interminable zigzag del Collado Bermejo, Mari y yo hemos decidido probar otra ruta de las que jalonan la vasta extensión de bosques del Parque. De manera que, siguiendo una patrulla de bomberos del retén forestal y sorteando a las tres menos dos ciclistas bastante imprudentes, que de pronto te aparecen en pandilla tras una curva, invadiendo peligrosamente más allá del centro de la calzada, hemos llegado al área recreativa de “La Perdiz”; allí dos autobuses de guiris bastante mayorcicos tomaban café con leche y chapurreaban en inglés detalles sobre la “aventura” que iban a emprender por la “Senda del Dinosaurio”.
Nosotros hemos continuado hacia el antiguo Sanatorio antituberculoso, que se encuentra en pésimo estado de abandono en medio de espesos bosques de pinos. Junto al vasto edificio, profanado por grafiteros, amigos de lo ajeno y demás ralea de individuos sin respeto, el silencio es denso, sepulcral. ¡Cuantas esperanzas morirían allí a principios del siglo XX, cuando aún no existían los antibióticos y los galenos sólo podían recetar a los tísicos que respiraran el aire puro de los pinos!
Mas hemos continuado hacia abajo por la ruta bien asfaltada y, ¡oh sorpresa!, al vencer una cumbre, hemos visto por entre las ramas de los pinos un pequeño núcleo de población, y, en el aire tranquilo y brumoso, nos ha llegado, nítido, el sonido de una campana, la de la Iglesia de la Virgen de los Dolores.
De modo que, atraídos por el bello son, hemos llegado por arriba a las primeras casas del pueblo: la escuela, el cámping, el bar. Por allí hemos dejado el coche para caminar las pocas y estrechas callejas del pueblecito, donde cada casa muestra su arquitectura peculiar agarrándose al terreno en cuesta. Nos hemos asomado a sus balconadas que miran al valle para observar las huertas, cavadas con esmero, y hemos subido hasta el Mirador del Corazón de Jesús, desde donde el paisaje se torna noble y grato de contemplar. Luego hemos regresado por la explanada que hay frente a la Iglesia de Nuestra Señora de Los Dolores. Los feligreses acababan de salir de misa dominical y, al querer asomarnos al humilde templo, la señora que lo cuida se disponía a cerrarlo, toda vez que acababa de marcharse el sacerdote (éste no habita en El Berro, sino que se desplaza desde Alhama para los actos religiosos, según nos aclara después la mujer).
La señora vive allí cerca, en la misma calle, y tiene a su cargo las llaves del templo. Entonces, amablemente nos invita a pasar para que veamos la pequeña iglesia, muy bien arreglada y bonita en su interior; nos muestra, a medio terminar el camarín de la Virgen (la imagen de Nuestra Señora preside el recinto sagrado desde la parte de atrás del altar). Se nota que a la mujer le gusta hablar de su pueblo y nos cuenta un poquito de la historia local relativa a la devoción que los de El Berro siempre han profesado por la Virgen de los Dolores.
Cuando le tomo una foto junto a Mari, ella se presenta: es Joaquina y le gusta vivir en aquel lugar tan bello, rodeado de naturaleza. A mí me gusta la historia reciente de los pueblos y le pregunto; ella me habla de algunas cosas que pasaron en los días de la ira de cuando la Guerra Civil, incluso de relatos trasmitidos de viva voz sobre sucesos interpretados como milagros de la Virgen.
No tengo que insistir mucho para que Joaquina, cariñosamente nos cuente la extraña peripecia de la niña de corta edad que, hace muchos años se extravió por aquellos montes:
“La nena se perdió una tarde al oscurecer –nos relata–; entonces toda la gente del pueblo se echó a la calle a buscarla: unos llevaban candiles o faroles de aceite para alumbrarse en la oscuridad, otros carburos y aún otros, hachones encendidos. Y, aunque la noche era fría y lluviosa, no cesaron de recorrer los alrededores palmo a palmo, llamándola a voces y mirando los barrancos y los recovecos de las peñas.”
Cuando ya amanecía, según el interesante relato de Joaquina, que ella ha rescatado de la memoria de los viejos, cuando todo el mundo estaba calado como una sopa por la lluvia incesante, oyeron cantar a la niña en mitad del bosque. Mas al acercarse a ella, comprobaron con estupor, no sólo que estaba muy alegre y contenta, y sin frío alguno en el cuerpo, sino que la criatura permanecía con sus ropillas totalmente secas (“enjutas”, según le gusta decir a Joaquina para destacar el hecho de que sobre ella no había caído ni una sola gota de agua).
“Entonces –nos cuenta ella con los vellos de punta–, cuando la trajeron a la entonces Ermita de la Virgan para dar gracias a Dios por el feliz hallazgo, la niña, muy alegre y feliz, identificó la imagen de Nuestra Señora al mismo entrar y, señalándola con su dedico, dijo: ella m’ha tenío durmiendo en sus brazos y ahora ya está aquí.”
Le damos las gracias por se amable con nosotros y le regalo un ejemplar de mi libro: “Relatos Vulgares”, que se lo dedico con mucho gusto. También le dejo otro para la Casa de la Cultura de El Berro.
Después no marchamos hacia Alhama, donde comemos muy bien en el restaurante “Los Bartolos”. A continuación, dando un paseo, vamos mirando la evolución de los cuadros del “Concurso de pintura al aire libre” que ha convocado el Ayuntamiento y que se celebra hoy allí. Entonces nos encontramos con mi amigo Manolo Egea Tornero y su esposa, la cual trabaja en uno de los óleos para el mencionado concurso. Charlamos un rato y continuamos paseando por algunas calles del casco viejo del pueblo, antes de tomar el coche y regresar a casa sobre las seis y pico de la tarde.
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