INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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11/6/23

Escorreores, tapones y quijeros

 .

Dos de las tres cosas que hay en mi pueblo, que no las hay en el mundo entero.

Dicen que conforme va mejorando la calidad de vida de nuestra sociedad, rehuimos los trabajos más duros. Las tareas penosas, desagradables, las que comportan esfuerzo o que hay que realizarlas en condiciones molestas o insalubres; con honrosas excepciones, dejamos que las vayan haciendo los inmigrantes. Y, efectivamente, vienen otras gentes de países más pobres y se afanan en llevar a cabo algunos trabajos que aquí no son deseables. Ellos, los que viene para buscarse la vida en España, por lo general, no le hacen ascos a los trabajos: la recogida de la fruta, las actividades dentro de invernaderos, los cuidados de ancianos, y hasta el arrancar esparto en el monte. Antes, hace bastantes años, no era así; entonces no hacía falta que viniese nadie de fuera a cogernos la fruta, por ejemplo: la cogíamos nosotros, los ciezanos, a destajo o como hiciese falta, sin importarnos el que nos picara el pelo del melocotón con el sol cayendo a plomo, y sin importarnos el cargar con los cajones de madera al hombro para sacarlos a los caminos y echarlos a un camión (aún no existían los palés y todo era a brazo); y cuando acabábamos con los huertos de Cieza, nos íbamos a coger ciruela a los campos de Abarán o de otros pueblos cercanos. Yo lo he hecho, como lo hacían otros muchos estudiantes al acabar el curso; así que hablo con conocimiento de causa. Pero entonces es que había necesidad de trabajar y, muy importante, ¡ganas de trabajar!

Mas echando la vista atrás, de los trabajos duros, que había muchos, como el mentado de arrancar esparto en el monte y llevar los haces a las costillas hasta el lugar de «la romana»; o el de «sacar balsas» de cocer esparto, cargando a la espalda los bultos que chorreaban agua putrefacta; o el de las «picaoras», asistiendo los mazos con su golpeteo ensordecedor contra las piedras picaderas, en un ambiente polvoriento y enfermizo. Pues otra de las actividades —les decía— de poco agrado era la de la «monda de las acequias»; ¿y esto qué es?, se preguntarán las generaciones nuevas, las que han crecido cuando ya las acequias de Cieza se hallaban entubadas o canalizadas de obra. Esto es que las cinco acequias que riegan nuestras huertas, la de «Don Gonzalo», la de «la Andelma», la del «Horno», la de «los Charcos» y la del «Fatego», no eran antes sino meros canales a cielo abierto con quijeros de tierra. Así eran nuestras acequias. Y había que limpiarlas y reparar cualquier desperfecto que se produjese.

La «monda» se hacía por tramos, entre «escorreor» y «escorreor», que esa era la función principal de estos: el desaguar el canal de la acequia por partes. En relación con dicho vaciado, y como en las dos acequias de «abajo» (la de «los Charcos» y la de «la Andelma») había peces: barbos sobre todo, muchos huertanos acudían a pescarlos aprovechando la circunstancia; se adentraban en el gran canalón de barro, sin agua y, con sacos de arpillera o capazos o esteras de pleita, acorralaban los barbos en los charcones que quedaban junto a los tapones, para ir agarrándolos como podían y llevarse a casa una capacica frutera llena de pescados. Sobre ello conservo un recuerdo gracioso, que les voy a contar: yo era adolescente y, por cierto motivo, me hallaba en una conocida casa de Perdiguera, y ocurrió que el marido, que venía de cavar y hacerle los monetes al panizo que tenía en lo pollos de la Ramblilla, llegó con una docena de pescados en la capaza, bajo un brazado de alfalfa. «Toma mujer estos pescaos —dijo el hombre—, que han cortao la cieca d’abajo y los he cogío». El hombre vio los barbos dando coletazos en un pequeño remanso y, ni corto ni perezoso, se quitó los alpargates, se remangó las perneras del pantalón de pana, y se metió a cogerlos con celeridad. Pero la mujer, muy escrupulosa, objetó que éstos llevaban la cabeza como con un mordisco de algún bicho. Entonces él aclaró que en la pesquera se había visto obligado a improvisar prácticas depredatorias, más propias si cabe de los albores de la humanidad: «¡Mujer! —afirmó rotundo—, con las prisas, yo no tenía allí ná pa matarlos y no quería que me s’escaparan. De manera que los agarraba y les daba un “abocao” en los sesos». «¡Alimaaal!», dijo ella con espanto; y él, muerto de risa, repetía: «¡yo, “abocao” en los sesos!».

La cuadrilla de hombres se dividía las tareas de la monda. Unos marchaban delante con hoces, segando la sisca y los carrizos de los quijeros. Iban descalzos, pisando el cieno, y debían llevar mucho cuidado para no ser víctimas de los panales de avispas, y aún peor, de los tabarros, cuyas picaduras son especialmente dolorosas. Detrás de ellos iba los que llevaban palas e iban sacando el limo acumulado en el fondo de la acequia; tenían que ser hábiles al palear, pues algunos quijeros eran altos y debían impulsar el barro con la fuerza justa para que no cayera sobre los cultivos anexos ni quedase al borde y cayera dentro otra vez. Junto a los tapones, que eran de palo y encajaban en los orificios por donde, a la hora de regar, salía el agua y llenaba las regueras, pobladas de lastón y «zampencos», los hombres de las palas no quitaban demasiado lodo, ya que con él, los huertanos ajustaban dicho palo, atado con una cadena.

Para hacer más continua la jornada, el cabezalero nombraba un «ranchero» de entre los hombres que acudían a limpiar la acequia, el cual se encargaba de hacer una sartenada de arroz, que los trabajadores comían de pie, alrededor de la sartén, por el sistema de  «cucharada y paso atrás». Sin embargo, la dureza del los trabajos aumentaba cuando tenían que limpiar la Acequia del Fatego, rodeando los límites urbanos del pueblo. Allí se podían topar con cualquier cosa (entonces no existía la Ronda del Fatego y las cuestas acababan en la orilla de la acequia). Algunos de aquellos braceros no soportaban el hedor a cloaca y las inmundicias que había mezcladas con el cieno. Otros hacían de corazón tripas y apencaban con aquel penoso trabajo. El encargado, a estos, los tenía en cuenta luego, cuando había que realizar una reparación accidental, como la caída de un «burro» (desprendimiento de una parte del quijero de tierra por causa de unas lluvias, o socavado por el alto nivel del agua con las «rafas»).

©Joaquín Gómez Carrillo    

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"