INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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21/2/21

Tiempo de moscas

 

No hay nada como tomar el sol sobre una vieja madera olvidada, a la vez que se acecha por si se pone a tiro alguna mosca incauta.

 
Ya no hay moscas en las casas, en las viviendas, en los pisos; apenas traspasa una la ventana entreabierta, la perseguimos con fallidos golpes hasta darle caza en un descuido o echarla de nuevo al exterior. Ahora no se ven moscas como antes.

Antonio Machado Ruiz, hermano del poeta y dramaturgo Manuel Machado, siendo ya un zanguanguo, cumplidos los treinta, sin mucho oficio y nada de beneficio, hijo de una familia de buena posición social venida a menos, publica su primer librillo de poesías: «Soledades». En esta obra incluye un poema graciosote («Humorismos, fantasías y apuntes», denomina el propio autor la sección donde lo incluye), pero no me negarán que con gran enjundia; dicho poema no es otro que el famoso «Las moscas», musicado luego magistralmente por Alberto Cortez e incluido, en 1969, en el LP de Serrat dedicado a Machado; ¡maravilloso, Joan Manuel! (su madre, aragonesa de Belchite, le llamaba de pequeño Juanito).

Antes había moscas en los hogares; incluso en casa de los Machado, en Sevilla, en el Palacio de Las Dueñas, donde nació y vivió hasta los ocho añicos Antonio (de ahí sus recuerdos sobre «...un patio donde madura el limonero». Su padre era abogado y periodista; su madre confitera; su abuelo paterno, médico, catedrático y rector de la Universidad de Sevilla. «En el salón familar», asegura el poeta que había moscas; incluso dice que las había «…en la aborrecida escuela» (Antoñico no era buen estudiante, aunque su abuelo hizo todo lo posible por que los niños Machado, Manuel y Antonio, tuvieran la mejor educación en Madrid y accedieran a los métodos pedagógicos de la «Institución Libre de Enseñanza» con Giner de los Ríos, ¡ahí es nada!).

¿Había muchas moscas en Cieza? A millones. Las casas estaban plagadas de moscas, que la gente combatía como podía: echando Flix, un insecticida que contenía DDT (sustancia tóxica para las personas), poniendo «azúcar venenoso», tiras «atrapamoscas» o espantándolas con un «mosquero» de esparto sobre la mesa a la hora de poner los platos. ¿Por qué era un tiempo de moscas? Muy sencillo: había animales en todas las casas. Las viviendas tenían corrales y en ellos la gente criaba sus conejos, sus gallinicas, su marrano; y también había cuadras, donde en muchas casas tenían la burra. ¿Recuerdan que había unos pasillos de cemento desde la puerta del corral hasta la de la calle para que entrara y saliera el animal sin resbalarse? Porque ya había casas con «piso fino», es decir, losicas de barro o incluso de gres (toda una modernidad), exceptuando los mármoles en las casas de los señoritos; pero claro, no estaba hecho el enlosado para las patas del asno, de modo que se dejaba un pasillo, en cuya superficie de cemento, en blando, se marcaban círculos con la boca de un bote vacío del tomate, para que el animal caminara con seguridad.

La cosa es que al haber tantos animales en el pueblo, sin olvidar los ganados de los cabreros, que los había en todos los barrios y cuyas cabras transitaban a diario por las calles: cuando salían a pacer por la mañana y cuando regresaban al corral por la tarde, con las ubres plenas de leche, casi arrastrando, pues con tantos animales —decía—, se fomentaba la proliferación de moscas, que se posaban en los cordones de las lámparas y en diversas colgaduras de techos o cortinas (una solución era forrar dichos cordones con un papel de celofán, que periódicamente se cambiaba, plagado de cagadas de moscas).

Antonio Machado, en su poema, asegura que no solo recuerda la presencia de las moscas «en su infancia» posándose «en el juguete encantado» , en Sevilla, claro, donde es de suponer que habría moscas por un tubo (sepan que Sevilla huele a azahar en la época de la floración del naranjo, pero a caballo, caballo, el resto del año), sino que nos habla de que las había también en «su adolescencia» y en su «juventud dorada», o sea, en Madrid, cuando ya era zagalotino y perdía bastante el tiempo (con veinte años aún no había acabado el bachiller, de ahí que recordara las moscas posadas «sobre el librote cerrado», y «sobre la carta de amor», pues aunque nunca fue un seductor, confesaría que amó «cuanto ellas puedan tener de hospitalario»).

Las mujeres, en Cieza, echaban Flix con las maquinillas aquellas de hojalata que convertían el líquido en aerosoles haciendo presión con un émbolo (era el mismo sistema del espray que inventaron los artistas prehistóricos para atomizar sus pigmentos en las cavernas, hace la friolera de cuarenta mil años, soplando a través de un huesecillo hueco de ave). Después, las mujeres corrían las cortinas para aumentar la penumbra, que era una forma de defenderse de las jodías moscas. Mas con el tufazo al insecticida flotando en el aire, estas se ponían tontas y volaban a ciegas y a locas, casi chocando con las cosas y las personas. Pero en realidad no había mucho que hacer, ya que anexo a las estancias donde hacían la vida las personas estaban las conejeras, los gallineros, la cochiquera del cerdo o el establo de la burra, con sus olores densos esparcidos en el ambiente doméstico. Cada corral de cada casa era un criadero perfecto de moscas.

Cuando el padre de los Machado tiene que irse a América a ejercer de picapleitos en un empleucho de poca monta (eran nueve de familia y en Madrid empezaban a quitarse el hambre a guantás), enferma de tisis para más inri y viene a morirse a Sevilla; entonces, seguramente, el poeta cuyos restos hoy les «cubre el polvo de un país vecino» (como bien canta Serrat), comprobó con inmensa tristeza que las «moscas vulgares que a él le evocaban todas las cosas» también se posaban «sobre los párpados yertos de los muertos».
©Joaquín Gómez Carrillo

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"