INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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3/10/20

En el tiempo de los higos

 .

Higos verdales. Pintura acrílica sobre madera de Pascual Lucas Motellón

Dice un refrán, originario de otra época más deprimida donde reinaba el hambre, que «En el tiempo de los higos no hay amigos», sin duda por el atractivo que tiene una higuera cargada de higos maduros, lo que hace que personas ajenas se presenten quizás al dueño de esta alegando amistad de toda la vida con el fin de «visitarla» y alcanzar de sus ramas el dulce néctar (bueno, antes de seguir sepan que el higo no es una fruta, sino una flor: es la flor de la higuera; qué curioso, ¿no?).

También cuentan los evangelios que Jesús iba por un camino, en compañía de sus apóstoles y demás seguidores (pienso yo), y en viendo una higuera se fueron derechicos a «visitarla». A lo peor llevaban hambre y se les hizo la boca agua tan solo con divisar el árbol de lejos (además, el pasaje ocurriría por este tiempo, si no, no tiene sentido); lo que ignoramos es qué clase de higuera sería. Más está escrito (no cito, sino que refiero de memoria) que en llegándose a ella, no encontraron ningún higo. Seguramente ya le habían dado varios repasos otras gentes en días anteriores hasta dejarla más pelá que mano de mondongo, o que el árbol sencillamente, no había echado, cosa que ocurre a veces, que los árboles también descansan, algunos más que otros y entonces se dice que son «añeros». Pero en el caso bíblico, Jesús, que según afirma Mateo, llevaba algo de gazuza, se mosqueó un poco y la maldijo; maldijo la higuera. ¿Qué culpa tendría la pobre higuera…? Más eso es lo que hizo el de Nazaret. «¡Nunca vuelvas a dar fruto!», le espetó. Y a la higuera se le empezaron a arrugar las hojicas y a los pocos días se secó. Eso relata la Biblia, en relación con el hambre (del Maestro) y las ganas de comer (higos). 
 
Por otra parte, y abundando en lo literario, al burro de Juan Ramón Jiménez, según cuenta el de Moguer, le gustaban, no solo «las naranjas mandarinas» y «las uvas moscateles, todas de ámbar», sino también «los higos morados, con su cristalina gotita de miel» (Platero era burro, pero no tonto). Al respecto, yo no sé qué clase de higos serían los «morados» a los que se refiere el poeta. Pues conozco los «verdales», de un color verde claro y llenos de rajaditas cuando están diciendo ¡comedme!, los cuales se suelen consumir frescos; y si son recién tomados de la rama de la higuera y por la mañana temprano, mucho mejor. Luego están los de «piel de toro», que es un higo dulcísimo, de color negro; es más bien pequeño y con un pellejo resistente; cuando están maduros les sale la mentada gotita de miel (pero estos no pueden ser los descritos en «Platero y yo», pues el color no coincide). Los higos de piel de toro se pueden consumir frescos o secos. Estas dos clases de higueras, las «verdales» y las de «piel de toro», echan solo higos, que se recolectan por ahora, a finales de verano y principios de otoño. Pero otras higueras, como las «negras» o las «orales», aparte de ofrecernos higos en estas fechas, también dan brevas en junio (la breva es un manjar que se come a llenaboca); de modo que se puede decir que tienen dos cosechas: la suculenta breva, que tanto gusta a las oropéndolas (a estas preciosas aves también se les conoce por estos andurriales como «pájaros picabrevas»), y los higos, muy buenos para secar.
 
En aquellos años de mi niñez, acudíamos a las higueras con cestos y columpios a recoger los higos caídos al suelo, era la forma más sencilla de asegurarse la maduración total de estos: cuando sus pezones se desprendían de las ramas de manera natural. Luego los poníamos a secar al sol en zarzos de cañas, estos eran unos soportes hechos con cañas liceras unidas con una guita de esparto, los cuales se hallaban elevados del suelo mediante unas «patas» de madera bien firmes. Así pasaban varios días, hasta que se volvían a recoger y empezaba el proceso de maceración y conservación de los higos secos, cosa que me place detallar:

Por una de aquellas razones de la sabiduría de los viejos, quizá un tanto esotéricas y misteriosas, había que trastear los higos en viernes: nueve viernes seguidos, ya que el número nueve también tenía su importancia (ya saben: los novenarios, o las novenas). Los higos se guardaban en capazos de pleita grandes, de los llamados «de pasas» (su utilidad era adecuada al nombre, o viceversa). En una olla grande de barro de mi abuela se hacía un cocimiento de hinojo y, con esa agua y un poco de harina se iban untando los higos. Previamente, se habían repasado sobre un garbillo para quitar posibles restos de tierra, piedrecillas, briznas de hierbas o aquellos que tuvieran mal aspecto. Una vez impregnados con un chispeo de agua de hinojo y un espolvoreo de harina, se apelmazaban pisándolos dentro del capazo, forrado este por dentro con una tela limpia, que los cubría para efectuar el pisado.

Como había muchas higueras, negras, orales, de piel de toro, en el Madroñal, y también «pajareras», cuyos higos de estas últimas constituían un exquisito manjar (los higuicos pajareros eran más pequeños, pero doblemente dulces y tiernos), pues llenábamos varios capazos, que eran la reserva y el avío para todo el invierno. Muchas veces la tarea de los viernes y los higos había que hacerla de noche, a la luz del candil (en relación con los trabajos del campo mi abuela decía que «entre el día y la noche no había pared»). Pero era de vital importancia que se realizara durante nueve semanas consecutivas para tener éxito. Siempre lo mismo: repaso en el garbillo o la criba de los cereales, mojado de agua de hinojo, espolvoreo de harina de trigo y pisado en el capazo. Tras dicho proceso se dejaban bien envueltos en los propios capazos hasta consumirlos por completo. «¡Todo tiene su fin, hasta los higos del cofín!»
©Joaquín Gómez Carrillo

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"