Barranco de los Grajos. Cieza |
Ya les escribí en un artículo anterior acerca de la Sierra de Ascoy, su magia natural y el poder de atracción que ésta había ejercido a lo largo del tiempo sobre muchas personas, las cuales, con desmedido esfuerzo, buscaron el crear en sus barrancos de pura roca una exigua parcelita de cultivo donde poder plantar dos almendros y cuatro higueras. Aquél se titulaba “Montes y lugares de Cieza”, publicado allá por junio de 2009 . (Ver fotos del Barranco de los Grajos)
Mas hoy quiero hablarles de un lugar especial de dicha Sierra: El Barranco de Los Grajos, tan es así que hace varios miles de años, unas familias, unas tribus prehistóricas del Neolítico, lo eligieron como hábitat y asentamiento, y, generación tras generación, poblaron sus abrigos rocosos, se alimentaron de la caza del paraje o de la recolección de frutos en el gran valle del río, y se abastecieron de los manantiales de agua que por allí surgían (tengan en cuenta que la Sierra de Ascoy, hasta no hace muchos años albergaba en el subsuelo un inmenso y riquísimo acuífero, que empresas concesionarias como la NEASA, en un ejemplo claro de insostenibilidad, explotaron con profundas perforaciones hasta la esquilmación de éste).
En la década de los sesenta, cuando muchos descubrieron una cosa que se llama arqueología (la mayoría no tenía entonces ni idea de cómo no destrozar los importantes vestigios arqueológicos de nuestro municipio y metían la mano sin saber), alguien se dio cuenta de que allí había algo importantísimo: pinturas rupestres. Pero desde el año en que se tuvo “noticia” hasta el que se hizo un estudio medianamente serio, hordas de curiosos y de grafiteros en potencia hurgaron por todas partes con el común afán, ¡fíjense qué necedad!, de grabar su nombre en la superficie pétrea del barranco. Así que los paneles pictóricos fueron demasiadas veces mojados y frotados con agua o con otros líquidos para poder verlos mejor, fruto de lo cual, el soporte de la piedra cedió en algunos puntos, se descascarilló parcialmente la capa caliza y, la obra pictórica que llevaba allí milenios intacta, sufrió en cuatro días un deterioro acelerado.
Luego, algunos años después, a las autoridades se les encendió una bombillita y mandaron poner rejas a las Cuevas del Barranco de Los Grajos. ¡Menos mal! Habíamos empezado a comprender el valor de la arqueología y a dar una ligera importancia a nuestro patrimonio (¡sólo empezado!) Aunque particulares o grupillos de aficionados, a veces bajo la dirección de un “lego”, ya habían escarbado sin método en algunos importantes yacimientos y habían trajinado hasta el último sepulcro del Cementerio Moro del Castillo (no se hablaba aún de la existencia allí mismo de Siyâsa a pesar de que los vestigios afloraban por todas partes, y prueba de ello, del poco cuidado que se tenía por estas cosas, es que los forestales mandaron “topear” con un tractor oruga la ladera donde se hallaba sepultada la medina árabe para plantar pinos, cuyo surcos aún se aprecian; lo digo porque no vaya a ser que estudiosos modernos vengan ahora y se calienten la cabeza pensando qué pueden ser esas depresiones longitudinales en el terreno).
Al Barranco de los Grajos he subido muchas veces, siempre por el hondo de éste, trepando por entre los baladres y demás plantas, y vadeando las diferentes pozas con agua que hay en su lecho, donde beben los animales. Y no sólo por contemplar las cuevas o abrigos naturales, morada de seres humanos hace cuatro o cinco mil años, y ver las pinturas (antes de que estuvieran las rejas) cada vez más estropeadas, sino por la emoción de recorrer aquel espacio de naturaleza salvaje, recóndito y silencioso, encajonado entre altas paredes rocosas, desde donde echaba a volar algún que otro cuervo, temeroso de mi presencia.
Hace poco, en cambio, he subido con el coche (¡qué barbaridad!) Pero es que, por la cosa del turismo, han acondicionado uno de los viejos caminos de la Sierra de Ascoy (uno que por lo visto hicieron hace muchos años para acarrear piedra de las canteras) y se puede llegar hasta el borde mismo del Barranco, frente a las cuevas. La idea es buena si la gente responde bien, es decir, si hay un placer por contemplar la naturaleza del entorno, si hay un interés por comprender un poquito tan maravilloso yacimiento arqueológico y si se observa un profundo respeto hacia el medio ambiente, y sobre todo si se tiene una mínima sensibilidad en lo que respecta a la conservación del patrimonio natural y arqueológico de los ciezanos. Pido desde aquí que no se “toque” más el Barranco de los Grajos. ¿Recuerdan el poema de la rosa, de Juan Ramón Jiménez...?
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©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 04/06/ 2011 en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
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(Ver artículos anteriores de "El Pico de la Atalaya").
Muchas gracias Vito. Un saludo afectuoso.
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