INTRODUCCIÓN

______________________________________________________________________________________________________
JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

Buscador por frases o palabras

Buscador por fechas de publicación

Traductor de esta página a más de 50 idiomas

13/6/06

La Almazara de los Mateos

.
Molino de molturar la aceituna de la Almazara de los Mateos
Entonces pareció una cosa muy moderna, cuando pusieron la energía eléctrica en la Almazara de los Mateos. Antes, como en las otras almazaras más antiguas de Cieza, había que realizar el proceso mediante el trabajo del hombre o la fuerza de los animales (a eso se llamaba «fuerza de sangre»). Sin embargo, con los motores eléctricos moviendo poleas de madera, correas de cuero, engranajes y bielas, la Almazara de los Mateos, instalada en los sótanos del Casino, con entrada por los «Ejíos de Hontana», en nada se parecía ya a la que aún había en la Cuesta del Río (la almazara de «Juanazos»), ni a las anteriormente desaparecidas del Camino de Murcia, de la Plaza Nueva o de la Cuesta del Chorrillo, en las cuales se extraía el aceite en las prensas a brazo y había que moler la aceituna mediante el tiro de una mula, que caminaba en círculo horas y horas cegada por un capuz negro.

Así que la Almazara de los Mateos, con su molino de rulos cónicos y su prensa hidráulica, cuyo artilugio basado en el «Principio de Pascal» estaba instalado bajo el suelo, poco tenía que ver ya con aquellas otras, mucho más primitivas, que existieron al final de la Calle Hontana (su solar, hoy en día está recuperaso como plazuela) y en la Calle San Joaquín, en las que se prensaba la pulpa de la oliva por la ley de la palanca y cuyos vestigios de piedra apenas han superado el paso devastador del tiempo.

Cuando solo quedaba funcionando una almazara en Cieza, que era la de «los Mateos», en lo que ahora conocemos como la «Planta Cero» del Museo de Siyâsa (todavía se conservan allí algunos de sus elementos, los cuales emanan un leve aroma arranciado, reducto de aquel fuerte olor de entonces que lo impregnaba todo, ¡hasta los poros de la piel de los almazareros!), aportaban allí la aceituna desde los olivares del la Fuente del Ojo, el Molinico de la Huerta, los Salesianos, el Disco, el Cordovín, los Albares o la zona del Cementerio. A los pequeños productores que no poseían local para almacenar su oliva, les concedían una troje en el sótano oscuro de la almazara, cuyo número, escrito con almagra en el ladrillo de su bóveda, apuntaba el almazarero en su libreta de clientes. Allí, en las tardes oblicuas de diciembre, o en las frías de enero («Quien coge la oliva antes de enero/ deja su aceite en el madero», advertía el refrán), acudían estos con la burra y su aceituna metida en el serón de pleita y la depositaban en su lugar numerado de lo que hoy es la «Sala de Conferencias», única parte de la arquitectura de la almazara reconvertida para uso del Museo.

Ni que decir tiene que otros cosecheros mayores, ya por cuenta propia, ya en régimen de aparcería, llevaban la oliva en carros o en otros vehículos de transporte; pues había grandes olivares, propiedad de terratenientes del pueblo, como el olivar de Ascoy, de la Corredera, de los Prados, de las Maridías, de las Lomas, de la Herrada, de las Ermiticas, de los Praícos de Doña Ángela, del Malojo o del Madroñal, cuyas cosechas al completo aportaban directamente en el día y en el turno de molturación que les correspondía.

Entonces, cuando otorgaba la vez el almazarero, comenzaban a entrar a cuestas la oliva envasada en los «monos» de pleita, la cual a veces atufaba a fermento tras llevar muchos días recolectada, y la iban echando a la tolva, que estaba junto a la cazoleta del molino. De allí, la aceituna era elevada mediante un husillo sin fin o «tornillo de Arquímedes» hasta caer por la parte superior del molino, mientras los dos conos de piedra, opuestos por sus vértices, como si fueran a querer darse alcance el uno al otro, giraban sin cesar con estruendo de apisonadora.

La oliva, aplastada, machacada y hecha una pasta grasienta, se iba desplazando por la fuerza centrífuga y por la ligera inclinación de la plataforma hacia el borde exterior de la misma, donde tenía esta un rebaje, y una pala giratoria adosada a uno de los rulos iba expulsándola hacia un depósito. Luego los peones de la almazara la sacaban continuamente (ellos la llamaban «la masa») para llenar uno tras otro los cofines de esparto, los cuales tenía el aspecto de enormes boinas, que colocaban, ensartados por su agujero central en un espigón de hierro o husillo, sobre una plataforma montada en un carrito. Había dos carritos móviles para el prensado de la pasta, los cuales corrían sobre unos raíles que tenían forma de «T», y una sola prensa, cuyo émbolo crecía lentamente desde el suelo como un gigantesco espárrago de acero, elevando la plataforma con los cofines hasta un tope de hierro superior; este tope tenía un agujero central, a través del cual se introducía el espigón metálico de la plataforma, lo que mantenía bien sujeta la pila de cofines durante el prensado, evitgando que se torciera.

Entonces, mientras los chorros de oro del aceite manaban a través de la malla de esparto, los hombres preparaban sin tregua la otra plataforma, llenando los cofines con sus manos desnudas, negruzcas y aceitosas. Ellos calculaban mecánicamente el tiempo y hacían coincidir el final de un prensado con la carga completa y dispuesta del otro carrito. En ese instante giraban una palanca y la aguja de un manómetro polvoriento y cochambroso que inexplicablemente funcionaba, empezaba a retornar por la escala roja de las atmósferas, a la vez que el espárrago metálico descendía buscando el reposo bajo el suelo de la almazara. Y una vez posado sobre los raíles el de la carga exprimida, era apartado hacia un brazo de la «T» y sustituido por el otro carrito, pleno ya y chorreante del zumo de la oliva.

Después, mientras los hombres iban sacando el piñuelo en forma de levas de orujo y pedacitos de hueso prensados y echándolo en un rincón, se reanudaba el ciclo y las tareas sin tregua de alimentar constantemente la tolva, de coger la «masa» pringosa del molino, de llenar los cofines, de sacar el aceite de los recibidores, de medirlo con las medidas de hojalata de cuarta, cuartillo, cuarterón y media arroba, o de cobrarse la maquila el almazarero (los servicios de molturación y, en su caso, de alquiler por las trojes, no se abonaban con dinero, sino mediante un porcentaje del aceite; eso, al igual que en los molinos harineros, era lo que se llamaba la «maquila»); y la tarea de llenar los reposadores para que se aposaran las heces, con las que luego se haría jabón casero; y el trabajo de volver a envasar el piñuelo en los monos de pleita y cargar estos otra vez en el carro. Y finalmente, el transporte a casa en zafras del glorioso aceite de la bendita oliva de las duras faenas del campo, cuya mitad había que entregar al señorito, dueño del olivar. Pues hasta no hace muchas décadas aún existía el régimen «posfeudal» de señoritos y medieros: los primeros poseían la tierra y los segundos la trabajaban por el sistema de aparcería.
©Joaquín Gómez Carrillo

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

EL ARTÍCULO RECOMENDADO

LOS DIEZ ARTÍCULOS MÁS LEÍDOS EN LOS ÚLTIMOS TREINTA DÍAS

Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
.
* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
_____________________________________________________

Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"