Había una película (La Elección de Sophie, creo que se llamaba), en la cual Meryl Streep, que era la protagonista, obligada por los verdugos nazis, tenía que tomar la terrible decisión de “salvar” sólo a uno de sus dos hijos. Tenía que “decidir” cual de ellos viviría, de lo contrario los matarían a los dos. Es éste sin duda el trance más duro y más desgarrador que puede vivir una persona. Y, aunque sin llegar, emocionalmente, a extremos tan dramáticos, este dilema, el de optar entre lo malo y lo peor, se nos presenta algunas veces en la vida, y, aunque no sea más que por higiene mental, nos vemos abocados sin más remedio a situarnos en una de las dos posiciones.
¿Qué es peor, matarlos o dejarlos que se mueran? ¿Qué es peor, una guerra corta o un bloqueo largo? ¿Qué es peor, destruir el régimen de Sadam Husein de forma violenta o mantener un conflicto permanente de bloqueo internacional, de tensión prebélica, de ataques esporádicos y de niños muertos? (más de un millón por falta de alimentos, de medicinas y de condiciones sanitarias básicas, en los más de diez años de embargo económico contra Irak). ¿Qué causa más dolor, más horror y es mayor inmoralidad, que se produzca la muerte de cien mil combatientes en una batalla (por decir una cifra que cause espanto) o que perezca, en el gota a gota de la miseria, un millón de niños inocentes?
Porque el NO a la guerra contra Irak debe de traducirse como el SÍ a la paz en Irak. ¿Pero a qué clase de paz, a la que los iraquíes han soportado” desde 1991? ¿A la paz “vigilada” a bombazo limpio desde el exterior por los “gendarmes” mundiales, y “depurada” bajo la bota de la dictadura por su caudillo? A esa “paz” se apunta Sadam el primero, ¿no creén?, como ya se ha apuntado para su cosecha el bien intencionado “levantamiento popular” en tantas y tantas ciudades del mundo en contra de la guerra (de la guerra que lo puede derrocar, que es lo que él teme).
Es que no es una decisión entre lo bueno y lo malo. Los sanguinarios de la SS, en la película, no daban a elegir entre la vida y la muerte. Meryl Streep, en la Elección de Sophíe, tenía que haber podido decidir entre salvar a sus dos hijos o no hacerlo. No se puede optar entre muertes violentas y muertes indignas, entre una cifra de víctimas en combate y otra cifra de muertos en hospitales, entre guerra “legal” y falsa paz (¿o es que era una paz verdadera la de España en los años cuarenta?) Una opción decente contra la guerra de Irák (o la terminación de la Guerra del Golfo: los hijos, a veces, se empeñan en dar fin a las malas e inconclusas acciones de los padres) debe de contener la caída inmediata del régimen opresor, expansionista y belicoso del tirano, debe de contemplar el levantamiento del embargo comercial, la implantación de un régimen democrático y la cooperación internacional para que la sociedad iraquí salga de la pobreza humillante en que está sumida. Una opción contra la guerra debe de tener en cuenta el cese del sufrimiento del pueblo iraquí que, con la aquiescencia de los países que mantienen sus flotas en la zona, viene soportando desde 1991. Esa es la opción necesaria. Que el NO a la guerra sea el Sí a la paz, a la verdadera PAZ. Que un NO a las guerras (a todas: a la que ha dejado hecho un solar Afganistán hace casi nada, o a la que arrasó Serbia hace algo más de tiempo) sea un SÍ al fin de las situaciones injustas (las dictadores no caen con bloqueos: los rentabilizan en adhesión patriótica). Que el NO a la guerra no sea un “sí” a Sadam y al estatus quo que sufre Irak, por el cual perece indignamente su población.
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