INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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26/1/13

Como dioses de barro

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En "La Bola", Sierra de la Pila
Me van ustedes a disculpar, pero tengo una duda: no sé quién es más genares de los dos, si el Bárcenas ese que manejaba la guita en el pepé mientras que poseía una cuenta en Suiza con cantidades ingentes de dinero o el ciclista americano Lance Armstrong, que ganaba a la remanguillé una y otra vez (hasta siete seguidas) el Tur de Francia. (Aquí he castellanizado la palabra “tour”; ¿no castellanizamos la "güisqui"?, pues lo mismo).

Miren, lo malo es que uno a veces llega a sentir cierta admiración por alguien, y bien sabe dios que no lo digo por el mentado político, apodado “el Cabrón” por sus compadres, (¿cómo era aquel dicho de... “quien te puso gorrión, de pájaros entendía”?), y claro, luego viene el desengaño y la rabia por haber creído uno en gente fullera y marañosa.

Me acuerdo que hace años, confiado en la fama que da a un escritor el premio Nobel, leí el peñazo del “Tambor de hojalata”, de Gürten Grass (no confundir jamás “Gürten” con “Gürtel”, ¡cuidao!) y me tragué sus tropecientas páginas, en las que, con una prosa bastante cansaburras, este autor alemán describe la vida cutre de un personajillo repelente llamado Óscar, un tipejo que detuvo su crecimiento físico a los seis años y que es capaz de romper cristales a distancia con su agudo chillido. ¿Por qué les cuento esto? Porque luego de haberme tirado al cuerpo el mentado ladrillo, se descubre que este autor, en los tiempos del furor nazi, había pertenecido a las Juventudes Hitlerianas, ¡qué asco!

Bien, a lo que íbamos: que después de tanta gloria y tanto trincar pasta, va y declara el tal Bárcenas, digo el Armstrong (se me trabucan las sinvergonzonerías), que todo ha sido un fraude para la afición, que se metía en el cuerpo sustancias prohibidas a troche y moche y cuando los demás ciclistas iban echando el bofe, él subía las cuestas como una moto. ¡Qué caraduras! ¡Qué falta de respeto hacia las bases peperas, digo hacia los aficionados al ciclismo!, pues cuando muchos creíamos que la dirección del partido, digo la organización del Tur de Francia y la Unión Ciclista Internacional, tan puntillosas con el pobre Contador porque el muchacho comió al parecer en Andorra una chuleta de vaca a la que el ganadero había puesto algo de clembuterol en el pienso, cuando creíamos que los responsables estaban por limpiar la era de mamones y tramposos en el seno del popular partido, digo dentro de la organización del Tur, van y “no se enteran” con el mangante ese que presuntamente se lo estaba llevando calentito a paraísos fiscales, digo con el ciclista americano que ganaba una carrera tras otra como si fuera un superhombre, como si fuera un semidios, que dejaba a todos tirados en las rampas de Alpe D’Huez y se marchaba hacia la gloria sin merecerla.

Sin embargo, el problema principal en estos momentos cruciales, es que el partido político más importante de España (como depositario de votos), digo la organización de la carrera ciclista más importante a nivel internacional se ve burlada y desprestigiada por culpa de un tipo cuya ambición traspasaba los límites de la buena fe en el servicio público mientras estaba en la cúpula de un gran partido (nada, que me trabuco de nuevo con los pájaros estos), quiero decir por culpa de un falso líder en la práctica noble del deporte de Indurain o de Perico Delgado.

El problema ahora, cuando a algunos se les pueden caer encima los palos del sombrajo, es devolver la confianza a los ciudadanos (¡cómo!, ¿cómo se hace para que el españolito medio deje de ver en muchos políticos una casta de pillastres que van solo a chupar del bote?), digo el problema es devolver la ilusión a los cientos de miles de aficionados a la bicicleta y demostrar que no toda la baraja se ha vuelto ases en el oficio de la política, digo en la práctica de la alta competición ciclista.

Bueno, ya saben ustedes que el fulano lo ha confesado: se chutaba, se metía sangre, se ponía hasta arriba de sustancias prohibidas con tal de pasar por encima de la nobleza de otros ciclistas que se partían el pecho en los puertos de montaña haciendo grande la carrera franchute. Y parece ser que la dirección del partido, durante años, llevaba una venda en los ojos, digo parece ser que los supervigilantes de los controles antidoping de “sácate la cuquita nene y haz pis en este tubito para ver si has chupao del frasco carrasco” no tomaban cartas en el asunto como dios manda. El tipo parece ser que untaba a más de uno con sobre-sueldos o sueldos en sobre (lo mismo da, que lo mismo tiene), los cuales por cierto nadie ha visto, ¡claro!, por lo de la venda en los ojos.

Ahora, según tengo entendido, al endiosado Armstrong van a quitarle lo bailao y los podios de la farsa en los Campos Elíseos de París y sancionarlo de por vida, ¡no es para menos! Mientras que por estos pagos la Dolores (no la de Calatayud) ha dicho que “cada palico aguante su velica”, que viene a ser lo mismo que “cada perrico se lama su cipotico”. Incluso el de arriba del todo ha proclamado que no le temblará la mano (¡cuándo!, ¿cuándo es cuando no les va a dar perlesía a los poderes públicos y a los responsables de los partidos, sindicatos o fundaciones para que podamos confiar en que el dinero público se halla en manos honradas?)

Miren, deportistas sanos los hay y políticos honestos también, a cientos, a miles quizá. Pero belitres y mangantes, como en todos los ámbitos de la vida y más donde hay mucho parné que trincar, haylos también por desgracia, y saltan donde menos se lo espera uno. Mas ya le irá llegando su San Martín a cada uno de estos gerifaltes e irán cayendo todos como dioses de barro.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 26/01/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")

12/1/13

Cuando éramos yeyés

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Tempus fugit
Tengo que confesarles que a menudo recibo de ustedes comentarios enormemente amables sobre estos artículos de El Pico de la Atalaya, lo cual les agradezco de corazón. Pero de entre los muchos y variados elogios (no sé hasta qué punto merecidos, pues uno hace lo que puede y nada más), este tiempo atrás, una señora en la consulta del médico va y me espeta con todo cariño: “...me gusta tanto lo que escribes, que recorto los artículos y los llevo en el bolso para leerlos de vez en cuando.”

Mas resulta que, con ocasión de una de éstas publicaciones que le dediqué a mi nieta Paula, una buena amiga, por agradar doblemente, me dice un día cuando nos encontramos por la calle: “...¡vaya suerte que tiene tu nieta de tener un abuelo tan yeyé!” ¡Hombre!, creo yo, de yeyés nos va quedando más bien poco. Pero sin embargo no deja de ser uno de los más afortunados comentarios que me han hecho, por la terneza con que se refería a Paula (cuatro añicos recién cumplidos tiene la cría; ¡para comérsela, vamos!) y por recordarme una época feliz en que teníamos la vida por delante y la cabeza llena de pájaros de ilusiones.

No sé si se acuerdan ustedes; cuando éramos yeyés solíamos llevar el pelo largo por los hombros (con la incomprensión de nuestros mayores, a muchos de los cuales les habían pillado por sorpresa los cambios de la vida), y, con los libros en la mano, íbamos a al Instituto (a éste aún no le hacía falta nombre, pues sólo había uno en Cieza, al cual venían los abaraneros y los blanqueños, y en el que no hacía mucho tiempo –¡que cosa más progresista para la época!– se había abolido el apartheid por razón de sexo en las aulas y en los patios de recreo).

Cuando éramos yeyés vestíamos trenca, pantalones ajustados de campana y jerseys pegados al cuerpo que a penas llegaban a la cintura. Y aunque al cine aún faltaban unos años para que llegara la mítica “Fiebre del sábado noche” de John Travolta, sí que hacía furor entre los jóvenes “Love story”, cuya novelita de Erich Segal casi todos habíamos leído preguntándonos por el significado de aquella enigmática frase en latín que iba al final del libro: “namque solebatis meas esse aliquid putare nugas” (aún me acuerdo de memoria) y cuya película hizo llorar a más de una chica en el patio de butacas”.

Cuando éramos yeyés no existían aún los equipos de música, sino los tocadiscos con aguja (que rayaba los discos de vinilo en menos que canta un gallo), en los que los más afortunados, cuyos padres tenían cuartos, ponían los elepés de música lenta que habían comprado en el Corte Inglés y montaban guateques en casa, donde acudíamos para bailar o lo que fuera a media luz. No obstante, muchos sí que teníamos aquellos cassettes Philips traídos de Andorra o comprados de ca’l Chuchuveo, en los que escuchábamos música hasta la saciedad, o hasta que se atascaban las cintas a las tres menos dos y había que arreglarlas con paciencia y un boli Bic. Fue por entonces cuando comenzó a divulgarse de matute aquella melodía tan bonita que se llamaba “Je t’aime moi non plus”, y cuya letra en francés apenas se entendía, salvo unos jadeos in crescendo que le valieron la prohibición por la censura española y, consiguientemente, la fama y el interés entre los jóvenes.

Cuando éramos yeyés, algunos habíamos dejado ya de pasar el rato jugando en los futbolines en el Solar de Doña Adela, y quedábamos formalmente con las chicas para ver una película en el Capitol, para ir a bailar a la Sapporo (que se hallaba donde ahora está la Cruz Roja) o a la discoteca del Mocho (donde se encuentra Don Dino, en el Camino de Murcia); o para acudir a las galas que se hacían por Feria en el Pabellón Municipal del Granvía, a donde venía lo mejor de los cantantes del panorama nacional del momento: Julio Iglesias, Víctor Manuel, Maritrini, Camilo Sesto, etc., salvo la última noche, en que actuaban los conjuntos del pueblo: los “Jawha’s Pop” y los “Generación 2000”, y Antonio el del Cocodrilo (Cieza no ha hecho justicia con el que fue un gran cantante entonces). En la Plaza de España sólo tocaba la Banda Municipal en “la Tortada”, y la gente, de pie o sentada en las mesas del Oasis tomando refrescos, escuchaba pasodobles.

Cuando éramos yeyés y el coche que más envidiábamos tener era un Erreocho TS, aún se llenaba el Paseo de chicos y chicas todos los domingos, y las pandillas de ambos sexos, comiendo pipas de la Casetica de Cartón, se dedicaban a “sacar agua” (¿qué otra cosa se podía hacer...?) El primer bar moderno del pueblo, con aire acondicionado, que eso era ya el acabose, fue el Rhin, que lo pusieron los Rocambole donde ahora está el Café San Sebastián; y unos años después abrieron el Mogambo (lo que ahora son los Valencianos de abajo), cuya modernidad sorprendía a todos cuando íbamos a tomar café allí. Poco más tarde pusieron el Mindanao (en la actualidad el Tiffanis), ¡lujoso!, con un salón en la parte superior donde pasábamos las horas frente a una Cocacola y buena compañía.

Cuando éramos yeyés, algunos de ustedes se acordarán, este era un pueblo de gente sencilla y sin vicio, donde en verano había trabajo para todos en las fábricas de conservas, aunque existían pocos coches y no en todas las casas había cuarto de baño. Por las calles andaban todavía los cabreros con sus rebaños, como el de Migalo, cuyas cabras lecheras subían arrastrando las tetas la cuesta de los aperadores. Por entonces Cieza, cual la cadena única de televisión, se cerraba a las doce de la noche, y los guardiaciviles hacía la ronda y si te veían a cierta hora de la madrugada por la calle, te llamaban la atención:
–“¿Adónde se va?”
–“No, mir’usté, que vengo de estudiar de ca un compañero...”, decías tú con especial cuidado en el tono.
–“¡Pos venga, a acostarse!”, ordenaban ellos.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 12/01/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")

5/1/13

Del Borbotón al Cañón

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Los Quintos en el Cañón
El otro día, por el gusto de echarnos al monte durante unas horas, nos fuimos un grupo de amigos al Cañón de Almadenes. Por cierto, ¿ustedes han visto la poca gracia que tienen esas letras enormes y herrumbrosas que pusieron en la Esquina del Convento, que le pegan al edificio franciscano de la Biblioteca Municipal como a un cristo un par de revólveres?, pues peor aún se integra en el maravilloso entorno natural de Los Almadenes la desangelada estructura del futuro, si ha de ser algún día, “Centro de interpretación”.

Dejamos los coches a mitad de camino entre lo que eran las “casas del salto” (ahora borradas para levantar en su lugar dicho mamotreto de hierro y cemento) y la propia central hidroeléctrica, justo enfrente de donde unos fulanos se han molestado en llevar hasta allí y tirar impunemente un sofá viejo de escay rojo. Después descendimos por la ladera escalonada de rocas hasta la acequia de Don Gonzalo, que nace bajo las turbinas de la central de Almadenes y muere pasada la Chinica del Argaz, y, cruzando el río a través de una pasarela metálica, descubrimos ya entre mansiegas, juncos y zarzas el manantial del Borbotón. ¡Que hermosura! Salté hasta una de las piedras que rodean esta espectacular surgencia y metí la mano en el agua cristalina para comprobar que estaba agradablemente tibia; no me extraña que mi abuela Teresa, que se crió y vivió en el Ginete, contara que en otro tiempo, cuando hacía frío de verdad y en invierno había hielo en los entradores de las acequias, iba con su burrica a lavar la ropa al Borbotón (por entonces había que pasar el río en la “cuna” del salto, una especie de silleta de hierro colgada de un cable de acero frente a la sala de máquinas).

El Borbotón, estos años atrás, por la estulticia de algunos dirigentes de la Confederación Hidrográfica del Segura, que tuvieron la genial idea de perforar las capas freáticas de Los Losares y extraer agua hasta la esquilmación, llegó a secarse y desaparecer. Pero afortunadamente, no sé si concienciados de la sobreexplotación de regadíos, los pozos dejaron de bombear agua desde el subsuelo, y este singular e histórico nacimiento, donde el agua se ve borbotear con fuerza del lecho pedregoso del río, rebosa ahora de alegría.

Luego pasamos por la Cueva de la Serreta, cuyo nombre original, antes de descubrir en ella importantes vestigios arqueológicos y acondicionarla para el turismo, era al parecer “de las Palomas”, por el sinnúmero de estas aves que allí se alojaban (cuentan incluso que algunos agricultores descendía con cuerdas por la sima y recogían palomina para sus hortalizas). Y a buen paso, llegamos a la presa de La Mulata, donde las aguas del Segura se cuelan por el largo túnel bajo la montaña, construido a pico y barreno en tiempos del rey Alfonso XIII, para producir energía limpia en la mencionada central hidroeléctrica cuatro o cinco kilómetros más abajo (con casi 100 años, la obra está más que amortizada, no obstante el chorro de kilovatios que allí se producen prácticamente gratis nos los cobra Iberdrola a ojo de la cara. ¿A ustedes qué les parece?)

Mas como ahora está todo vallado y cerrado por dondequiera que uno vaya (hasta ponen puertas al campo, ¡qué barbaridad!), tuvimos que saltar la verja de la presa como los almonteños para hacerse con la Blanca Paloma en la madrugá del Rocío. Y ya, metidos en la maravilla geológica del Cañón (que no “desfiladero”, como le han llamado los políticos listos desde sus despachos de la Comunidad Autónoma), comenzamos a apreciar los enormes árboles vestidos de enredaderas hasta la copa y la vegetación exuberante que, aun en invierno, parece ahogar el exiguo sendero, junto al cual oímos en todo momento el son del agua del río entre los peñones.

De vez en cuando nos paramos y miramos las paredes de roca que se elevan más de cien metros sobre nuestras cabezas e intentamos comprender el trabajo paciente de millones de años, durante los cuales el Segura ha ido lamiendo la roca viva para forjar esta maravilla de la naturaleza que es el Cañón de Almadenes. ¡Ojala no vengan a estropear su encanto gentes de toda índole que por allí pululan!

Poco más abajo lo abrupto del terreno nos echa fuera y, para continuar por la margen derecha del río, hemos de sortear un antiguo puente metálico fabricado con raíles y comenzar a trepar por unas angostas escaleras hechas con cal. “¡Las escaleras del cielo!”, exclamo yo, acordándome de un libro de Javier Reverte –“El río de la luz”– en el que relata las vicisitudes de miles de aventureros cuando la fiebre del oro en Alaska, y porque éstas parecen no tener fin. En cada tramo nos detenemos a tomar aire y mirar con algo de vértigo la profundidad que va quedando bajo nuestros pies; y ya, con el último esfuerzo, ganamos la cumbre: un mirador perfecto para poder contemplar la magnitud y la nobleza del paraje: a poco más de tiro de piedra, la cumbre enhiesta del Almorchón, y, allá a lo lejos, entre la bruma suave, la Atalaya. A partir de ahí, todo es barranquear y atravesar atochares en los que el esparto se pudre sin que nadie lo recolecte. (¡Pobres esparteros de los tiempos míseros!, cuando con sus haces a la espalda quizá tuviesen que descender la peligrosa escalinata para pasar el río por la presa o caminar a cruzamonte hasta Los Losares o hasta donde hubiera decidido el patrón situar la “romana” ese día).

Al final, contemplando la estampa majestuosa de la salida del Cañón y de la central hidroeléctrica que inaugurara Alfonso XIII en el año 1925 para la Sociedad Riegos de Levante, nos sentamos a tomar un piscolabis de urgencia cerca de nuestros coches, y del inoportuno sofá de escay rojo. En definitiva, paz, amistad y buena armonía en el grupo de senderismo Los Quintos para acabar el año 2012.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 05/01/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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LOS DIEZ ARTÍCULOS MÁS LEÍDOS EN LOS ÚLTIMOS TREINTA DÍAS

Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"