Entrando a la Rambla de Benito |
Esta mañana, 10 de abril, en Cieza realizaban la “Procesión de los estandartes” y el acto del Pregón de la Semana Santa 2011, que este año corre a cargo de Ángel Molina (el hijo del Ángel de los Isidros). Pero nosotros hemos preferido echarnos al monte. De modo que a las 8 en punto hemos partido de la Plaza de España en dos coches hasta el Santuario de la Virgen del Oro (Abarán). Allí nos esperaban tres compañeros más para iniciar la caminata. En total hemos participado doce: José Antonio, Antonio y Mª Feliz, Antonio López, Paco, Mª Dolores, María Pérez, Pilar Jordán, Joaquín, Domingo y su esposa, y quien escribe esta crónica.
Seguidamente hemos tomado un sendero a media ladera que, construido en otro tiempo a pico, bordea la raya de las fincas. A través de él, y curveando pequeños barrancos, hemos descendido hasta una vieja pista de tierra que atraviesa la Rambla de Benito. En ese punto hemos torcido a la derecha y tomado rambla arriba.
Se aprecia claramente que en época de lluvias por allí ha de correr un buen torrente de agua. La gran cárcava ha sido formada a lo largo de los años por las correntías pluviales, ya que su lecho y paredes están compuestos por un tipo de roca no demasiado dura, que se quiebra y se desmorona con los agentes meteorológicos y la erosión del agua (aquí y allá se observan desprendimientos de rocas sueltas de sus laterales).
Caminamos por el hondo, por donde entre baladres, juncos, albardín y algunos tarales, corre un reguerillo de agua. Desde el principio, los que encabezan el grupo ponen ritmo de liebre y, a veces, la fila india se desgrana por el final. Desde el principio causan sorpresa los vestigios humanos que vamos viendo a nuestro paso. Primero, a la derecha (margen izquierdo de la rambla, pues andamos curso arriba), aparecen las ruinas de una casa, adosada a la inmensa pared rocosa a varios metros de altura sobre el nivel actual de las aguas. Me acerco, trepo por un ribazo y compruebo de cerca las formas de la construcción, junto a una palmera y un algarrobero; también quedan restos de una balsita que llenaban con agua de la rambla, tomándola por un canalito cientos de metros más arriba. En la fachada se lee todavía “Villa Salmerón”, pintado con almagra. Cuando alcanzo el grupo, Mª Dolores dice que allí vivía un barbero, el cual arreglaba a los hombres que bajaban del Campo de Ricote hacia Abarán por la ruta de la Rambla de Benito.
Continuamos viendo ruinas de casas a ambos lados de nuestro camino y bancalitos con viejos olivos que llevan décadas sin ser cuidados. Nos llaman la atención, a Paco y a mí, los restos de una rara construcción en el mismo lecho de la rambla; comprobamos la existencia de una plataforma con muros de piedra y, arriba, un pozo rectangular de unos 7 u 8 metros de profundidad y cuyas paredes están perfectamente revestidas de piedra seca. Luego tengo ocasión de hablar con un lugareño y me confirma lo que ya recelaba yo: “eso era una aceña”, dice él; en realidad se trataba de un “arte” o “rueda catalina” (una especie de noria con los cangilones sobre cadenas) para extraer, mediante la fuerza de una bestia que giraba con los ojos tapados, el agua del subsuelo de la rambla.
Como en el grupo nos acompañaban dos médicos: Joaquín y Domingo, y un enfermero: Antonio López, Mª Feliz no tuvo ningún problema cuando dio un resbalón y se hizo unos pequeños raspados en una rodilla y un codo; nada que no pudiera solucionarse con un lavado y unas tiritas que alguien llevaba en su mochila.
Luego todo es bajar hasta el final |
Una vez arriba, me paro a preguntar a un hombre sobre el Molino de Charrara, convertido ahora en hospedería rural, cuya construcción se halla colgada sobre el margen derecho de la rambla. El hombre me dice que era un molino de los llamados “de cubo” y que tomaba el agua de una presa que había poco más arriba. Este molino, en los tiempos del hambre, cuando había que llevar a moler el trigo de matute para no ser pillado por Fiscalía de Tasas, quitó el hambre a muchos labradores de Ricote y aun de Cieza.
Después tengo que picar el paso para reunirme con los compañeros que han tomado una carreterilla asfaltada, ya en pleno Campo de Ricote, atravesando bancales de almendros muy bien cultivados (abundan las variedades marcona y desmayo). Luego, dejando a la derecha el camino que lleva a la “Casa de Oración”, donde dicen que habitan un fraile y una monja haciendo vida contemplativa, tomamos la pista forestal engravada que asciende hacia la solana de la Sierra del Oro. Vemos a un pastor con su rebaño, y le oímos hablar en el esperanto común del hombre y las ovejas, mientras que a derecha e izquierda vamos dejando atrás campos de almendros, dobladas sus ramas de frutos.
Ya en pleno monte, la pista se empina y asciende hasta la cota de seiscientos y pico metros de altitud (nos cruzamos con ciclistas que bajan de la sierra). En nuestro recorrido, aprovechamos las sombras de los pinos para tomar algún respiro pues el sol aprieta y la subida es agotadora. Vamos en dirección al Mirador de la Cruz (Abarán), pero no llegamos hasta allí, sino que poco antes tomamos una senda a la derecha, descuidada y pedregosa. Entonces todo es bajar, hasta el Santuario donde tenemos los coches, y lo que es mejor, donde en el maletero del mío se halla el tesoro de dos neveritas repletas de hielo y de quintos de cerveza.
©Joaquín Gómez Carrillo
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