INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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11/3/07

El Instituto Laboral

Iglesia de San Juan  Bosco, anexa al Instituto Diego Tortosa
 
Por el sesenta y ocho sería (año mítico del mayo francés, en que los jóvenes parisinos ponían contra las cuerdas a De Gaulle arrancando los adoquines de los Campos Elíseos porque bajo ellos «estaba la playa»), cuando empiezo yo a datar mis recuerdos más queridos del Instituto Laboral. 
 
Estos días atrás se ha celebrado la «reinauguración» del remozado Salón de Actos del Instituto, ahora «Diego Tortosa», y, en la actual tendencia a ponerle nombre a las cosas —quizá para no olvidarlas, como hacía José Arcadio Buendía en «Cien años de soledad»—, lo han bautizado como «Auditorio Lolita Marín Ordóñez» (profesora estimada en este centro y querida en Cieza). Pero la verdad es que ha cambiado muy poco, como todo lo que está bien hecho y es realmente duradero, casi eterno a la luz de nuestro concepto efímero de la existencia; de modo que quienes atesoren en su memoria la imagen neblinosa de entonces no les costará mucho adaptarla a la realidad nueva de ahora. 
 
Al principio el Instituto (por su «unicidad», como el Ser en la filosofía que más tarde nos explicaría Aurelio Guirao con unción, no le hacía falta nombre propio) era un edificio inmenso que habían dejado a medio construir los Salesianos (la iglesia de San Juan Bosco, dedicada al patrón y fundador de dicha ordene religiosa, iba a ser la capilla del centro educativo: un colegio de «Artes y Oficios»). No llegó a ser la pretendida escuela de curas, pero se quedó en «Instituto Laboral». Por eso, al final de un pasillo amplio, largo y diáfano, en forma de ele, donde podíamos echar carreras a hurtadillas de los profesores, estaban los Talleres (territorio de Don Silvestre y Don Emilio) y el Salón de Actos. Este era, en nuestro recuerdo, sencillo y perfectamente diseñado a tono con la sobriedad del conjunto. Entonces no tenía el pegao postizo del escenario, excesivamente alto, sino un estrado noble de madera y sobre el cual una mesa larga, donde se sentaba el director, Don Jesús Pinilla, con otros profesores en el acto de entrega de dipolomas por las matrículas de honor a los estudiantes.
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Todos los lunes por la mañana, el Señor Mendoza mandaba formar frente a la puerta para subir bandera. El pueblo de Cieza, al menos de la Gran Vía para allá, como Macondo en la fantasía de García Márquez, era un conjunto de urbanismo vasto e inacabado: las calles de tierra, formándose tremendos barrizales cuando llovía; los solarones desangelados, tomados por los hilaores u otras industrias al aire libre; los ganados de cabras lecheras, arrastrando la ubres plenas; el matadero de los Hoyeros, con su corrales hediondos dando a la avenida Juan XXIII y los gruñidos apurados de los marranos antes de entrar a la «guillotina»; y la Casetica del Salva, junto al atrio de San Juan Bosco, donde vendía pipas, jínjoles y celtas.
 
En el sesenta y ocho, como ya he dicho, era director del Instituto Laboral Don Jesús Pinilla, y jefe de estudios el Señor Mendoza. La mitad de los patios, que ocupaban varias tahúllas, estaban todavía sin desbastar y se notaban aún los hoyos de haber arrancado tiempo atrás las oliveras. La entrada de la verja, junto a la casa de Susarte (bedel uniformado con librea), no coincidía frente a la puerta principal del edificio como ahora, y delante de ésta última había una fuentecilla redonda con peces de colores, rodeada de dieciséis parterres cuadrados y ajardinados, que cuidaba con esmero el padre de Pepe el conserje. Ya en el interior, en el pasillo de la izquierda estaba la cantina del Mocho; más adentro el Laboratorio, donde Doña Alicia se movía entre matraces y mecheros bunsen; y casi al final, el aula de Dibujo (nadie en el mundo como Don Antonio Fernández explicando la «perspectiva caballera»).
 
Todos los lunes por la mañana, el Señor Mendoza, goce de Dios, que era profesor de FEM (Formación del Espíritu Nacional), mandaba formar frente a la puerta y, cantando la canción del Frente de Juventudes «Si madrugan los arqueros», había que subir bandera. Y todos los sábados al medio día (los sábados eran entonces lectivos y todo dios trabajaba), de nuevo el jefe de estudios indicaba a Susarte el bedel que tocara su silbato para formar («¡cubrirse, ar!; ¡firmes, ar!; ¡descanso, ar!»), y se bajaba bandera cantando a coro la misma canción. 
 
En el Salón de Actos, donde Don Antonio Salas, que se acababa de cambiar la sotana por un traje gris con alzacuello y estrenar un seiscientos, nos llevaba una vez a la semana y nos leía el libro «Boliche, Curruquete y Don Tilín», había una pequeña cabina con su proyector para echar cine (no sé si Don Isidoro se encargaba del asunto); en el recuerdo: «Tiempos modernos», de Charlot, mientras nos guiscábamos unos a otros y nos poníamos motes, con el gozo que da la vida en la primera adolescencia.
©Joaquín Gómez Carrillo
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2 comentarios:

  1. Estudié durante dos años (1966 y 1967) en ese Instituto y se me agolpan los recuerdos de entonces.
    Gracias por mantener vivo el recuerdo.

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"