Ídolo de la Serreta |
La boca natural de la cueva, por donde parece ser que accedían a ella no se sabe cómo sus moradores primitivos, se abre a la pared izquierda del Cañón (decenas de metros más abajo se oye el rumor de las aguas del río Segura); pero actualmente sólo se puede entrar en la gruta a través de una chimenea natural, esto es descendiendo por una angosta sima, cuya entrada uno no se imagina que existe mientras se va acercando al sitio.
Cuando ya hemos dejado atrás un mar de melocotoneros y otros frutales, donde se pierde la vista contemplando la riqueza agrícola de nuestros campos, y nos aproximamos al lugar por un camino de firme algo deteriorado y flanqueado de grandes retamas, sólo divisamos un entorno semiárido de monte bajo en el que, castigados por las impiedades del clima, predominan la atocha y el romero, salpicados aquí y allá por acebuches y matas de ruda. Entonces, quien no conoce el Cañón de Almadenes, no adivina qué se va a encontrar al final del trayecto. Pues llega un momento, después de dejar los vehículos y caminar un corto trecho, en que el abismo profundo se abre a nuestros pies. El río, a lo largo de millones de años ha ido lamiendo y disolviendo la roca caliza hasta partir la montaña con un tajo bestial, por cuyo fondo, en algunos sitios a más de cien metros de profundidad, discurre una parte de las aguas del Segura (la otra parte circula a través de un túnel hecho a pico y barreno en los tiempos del Rey Alfonso XIII con el fin de impulsar las turbinas de la Central Hidroeléctrica de Almadenes).
La Sima-Cueva de la Serreta, actualmente muy bien acondicionada para poder visitarla el público, tiene su puerta de acceso a ras del suelo sólo a unos metros del borde del Cañón. Cuando entramos por ella, una imposible escalera metálica de caracol nos permite descender a través de la angostura de la roca y nos conduce con total seguridad hasta el interior de la caverna (no sé si admirar por igual la importancia de los vestigios arqueológicos allí existentes, y el bien hacer de todas las personas que han intervenido en el acondicionamiento más reciente de la cueva).
Una vez dentro y con la vista acostumbrada a la penumbra —aunque existe una tenue iluminación artificial inteligentemente distribuida que procede de unas placas solares—, el guía (la cueva sólo es visitable en grupos organizados por la Oficina Municipal de Turismo) nos irá descubriendo los rasgos arqueológicos importantes que allí se hallan. Luego descendemos más peldaños, caminamos por pasarelas y ocupamos plataformas perfectamente seguras, desde las cuales se pueden observar los paneles pictóricos rupestres o los restos de una construcción romana, además de la maravilla natural que es el propio cañón, con sus paredes pobladas de la más variada flora, que se engarza milagrosamente en las hendijas de la piedra.
Pero hay un instante mágico en que, pulsando el interruptor camuflado en el pasamanos de una barandilla, se ilumina algo que, cual un enigma de Leonardo Davinci, lleva allí miles de años esperando ser descifrado: el Ídolo de la Serreta
©Joaquín Gómez Carrillo
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