Como la noche se pintaba televisiva, me aprovisioné de un librucho que había por allí encima, que resultó ser de Borges. Y después del minidebate que montaron los genares estos del Informal para ver si “votaban a favor de manifestarse en contra del trasvase del Ebro, en contra de manifestarse a favor, a favor de no manifestarse en contra, en contra de no manifestarse a favor, a favor de manifestarse a favor o en contra de manifestarse en contra”, no hubo más remedio que resignarse (después de la cena no suelo apartarme de la reunión familiar, aunque sea la televisión la que lleve la voz cantante) y poner “la uno” y aguantar la sesión de los chicos esos que cantan, que no lo hacen mal por cierto, y que la gente cree que todo ha surgido así como muy natural, muy ganado a pulso por el trabajo duro (¡tomen nota estudiantes!, llegaron a decir) y por la valía de cada uno, que han sido seleccionados muy democráticamente por los esforzados y costosos votos del pueblo (que hasta en estos asuntos no deja de ser soberano), pero que uno, mirando más allá de la forma de programa creativo (por lo de creación de ídolos con los que sustentar a la juventud), mezcla un poco también de “gran hermano” (con perdón de Orwell) y cuidado esmero en la imagen, ve claramente que el “triunfo de la operación” ha sido minuciosamente elaborado por los directores de marketing del “ente”, y que les ha salido bien –¡chapeau! para Televisión Española.
De modo que, como les decía, releyendo sin mucha concentración el Aleph del autor argentino (es difícil el jodío este de Borges), veía claramente venir el asunto de la elección de nuestro representante eurovisivo. Como en casa, aparte de quien suscribe, no hay más que mujeres, la opinión general (o el deseo) era que saldría el de los ricitos (“es que es perfecto”, decían). Bueno, pensaba yo, aquí no hay cabos sueltos, saldrá quien hayan decidido hace días en los despachos. Un pastel de esta envergadura no lo van a dejar en manos de fans y de “móviladictos”. Aquí no van a valer campañas de alcaldes ni subvenciones municipales para llamadas. Y seguía yo, sin mucho éxito, intentando entrar en lo intrincado del cuento borgiano. Pero hay un momento en que el narrador, desbordado por la angustia de la ausencia, revela su identidad, cuando dice ante el retrato de ella: “...Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges.” Pues en ese punto vi la cosa tan clara que dije: ¿pero no os dais cuenta de quién es la estrella?, que cayó a mis chicas como un jarro de agua fría.
No me extraña que televisiones de otros países estén ya copiando la idea. Bajar a un chico de los andamios y auparlo a la gloria de los escenarios no es moco de pavo, y si encima intervienen famosos, hay encuentros íntimos con familiares (lagrimeo incluido) y demás parafernalia con detalles de verosimilitud, y se le presenta al espectador como un producto impecablemente acabado, el éxito es seguro. Pero lo de la chica esa de “Graná” riza el rizo, aparte de la buena voz, que la tiene y eso es innato, hay que reconocerlo, ¿ustedes se dieron cuenta como llegó? Y ahora sin embargo posee hasta glamour, ¡qué transformación, leche!
Y ya, cuando el narrador del cuento, apostado en la oscuridad del sótano, descubrió por fin el Aleph, el punto donde cabía el universo completo en todas sus dimensiones, incluida la temporal, y, cual Dios, pudo verlo todo desde todas partes, dije, oyéndola cantar en inglés con acento alpujarreño, ¡esta es la Rosa de España!, el diamante en bruto que hallaron en los castings para ganancia del tallador. Toda la “operación triunfo” gira en torno a ella y para ella. Y si no al tiempo.
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