Estoy mirando el almanaque..., y veo que cae la primera luna llena de la primavera en jueves, lo mismo que cuando Jesucristo celebró la Cena Pascual con sus apóstoles. De modo que este año los Testigos de Jehová harán el memorial de la cena (es su única celebración anual en torno al pan y el vino, aunque no aceptan la transubstanciación) el Jueves Santo. Los Testigos de Jehová, que dicen ser los verdaderos cristianos, en este acto no catan “el cuerpo y la sangre de Cristo”: se los pasan del uno al otro, y sólo los que van a ir al Cielo –ciento cuarenta y cuatro mil: doce mil por cada una de las doce tribus de Israel– tienen derecho a participar de la “comunión”, pero el cupo debe de estar ya completo hace tiempo, así que el resto sólo puede aspirar a una “vida eterna” en la Tierra tras “la fin del mundo” y “la resurrección de los muertos”.
Bueno, yo, por lo que miraba el jueves o los jueves del almanaque, era para hacerme una idea de la cantidad de tiempo de ocio que se nos vendría encima a los trabajadores en caso de aceptar la patronal el planteamiento de los sindicatos: que trabajemos cuatro días y descansemos tres... ¡Ni jartos de vino! Pero a qué estamos jugando. ¿Nos referimos al mismo país o es que no nos enteramos de la película? ¿Esto qué es, una huida hacia a delante? Flato, les va a dar a los empresarios de tanto reírse, vamos. Pero si, en muchos casos, aún está por cumplirse la jornada de cuarenta horas, y en la mayoría la de treinta y cinco..., ¿cómo van estos señores de los despachos sindicales y piden que se reduzca la semana laboral a cuatro días?
Miren, en este país, a pesar de que se ha avanzado mucho en el cumplimiento de la normativa laboral, gracias la negociación colectiva, gracias a las sucesivas resoluciones administrativas y judiciales y gracias al cambio de mentalidad y modernización de parte del tejido empresarial, todavía, desgraciadamente, por un lado está el mundillo del derecho del trabajo (universidad, colegios profesionales, abogados y graduados sociales que manejan las normas, sindicatos y organismos oficiales, incluida la Inspección de Trabajo y Seguridad Social) y por el otro, separada y desengranada del anterior, está la cruda realidad del mundo empresarial.
Como sería demasiado minucioso ir citando artículos del Estatuto de los Trabajadores que se vulneran olímpicamente en una gran mayoría de empresas, les comentaré, así a voleo, algunos incumplimientos más habituales: salarios por debajo del convenio aplicable, horas extras obligadas y sobrepasando el máximo anual permitido y pagadas como ordinarias, no respetar los treinta días de vacaciones, no respetar las doce horas de descanso entre jornada y jornada, no respetar los tiempos de descanso en jornadas continuadas, menores realizando horas extraordinarias y horas nocturnas, incumplimiento general en materia de seguridad y salud laboral, contratos en fraude de ley, cotización muy por debajo del tiempo real trabajado en contrataciones a tiempo parcial, discriminación por razón de sexo, trabajadores sin dar de alta, etc. Y, sobre todo, una coacción tácita y, a veces, explícita (“esto son lentejas...”), que obliga al trabajador a pasar por todas. Bueno, para qué contarles. A todo esto, los inspectores dicen que si no denuncia el trabajador, no hay nada que hacer (para ese viaje no necesito alforjas), y, además, se cabrean malamente cuando alguna vez les he dicho que el día antes de visitar ellos un centro de trabajo, el empresario ya lo sabía. A todo esto, ¿por qué les mareaba yo con lo del plenilunio en Jueves Santo y con lo de la cifra de los elegidos? Pues eso.
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