Tres embajadoras de Cieza |
En la iconografía tradicional se suele representar a Santa Ana acompañada de la Virgen María niña (recuerden que esta Santa era la abuela materna de Jesús). Y cuando el otro día le pregunté a Don Antonio, el párroco de Altea la Vella, que a qué santo estaba encomendada la bonita iglesia del pueblo, él me dijo: “A Santa Ana”, y me mostró la imagen en su hornacina de la fachada principal.
Altea la Vella (Alicante), a poco más de dos kilómetros de la costa, es un pueblecito minúsculo, encaramado a una colina y rodeado de huertas plenas de verdor, donde se cultivan naranjos, nísperos, algarrobos y otros árboles frutales. De casas pintadas de blanco y callecicas estrechas que no conocen la línea recta y se apiñan como un panal en torno a su parroquia, Altea la Vella se encuentra bajo la protección de la Sierra de Bernia, majestuosa, en cuyas crestas peladas de riscos se enreda el manto de la niebla que sube del Mediterráneo.
El domingo había amanecido cubierto de nubes grises, y, aunque el cielo se pintaba revuelto, casi amenazador, la temperatura agradable y la luz difusa de otoño invitaban a viajar y descubrir paisajes nuevos. (Ya desde la autovía, y a lo largo de varios kilómetros, fuimos contemplando a nuestra mano izquierda la presencia altiva del Puig Campana, envuelto en el velo blanco de las nubes que se agarran a su cima).
Mari y yo llegamos temprano al lugar de la cita, pues Altea la Vella no tiene pérdida en la carretera de Callosa de Ensarriá. Allí, en la raya misma con los limoneros, en una plaza anchurosa frente al Colegio Público de la pedanía, ya estaban dispuestas las mesas, largas y cubiertas con manteles de papel, con sus hileras de sillas y sus cartelitos en letra impresa indicando los diferentes sitios donde se habían de sentar los grupos según su procedencia: de Albacete, de Cox, de Ciudad Real, de Elche, etc. Pues éstos son encuentros muy animados, donde se reúnen cientos de mujeres venidas de diferentes pueblos con un motivo común: el arte de realizar encaje de bolillos. (Si modelar el barro, escribir versos o pintar un cuadro, son trabajos artísticos, no lo es menos tejer filigranas de gran belleza con multitud de hilos y un especial saber).
Al poco comenzaron a llegar los diferentes autobuses, que se detenían lo justo para que bajasen las “bolilleras” con sus bártulos (algunos hombres se veían también, aplicados más tarde en la labor de repiquetear con habilidad los bolillos; sin duda hay que desarrollar un esquema mental muy complejo para elaborar la urdimbre del encaje sólo clavando alfileres y haciendo los movimientos precisos y los cruces adecuados con los hilos). (Ver reportaje fotográfico del encuentro)
Loli Camacho, la profesora. |
El cartel que había sobre la mesa reservada ponía: “La Perla del Segura. Cieza”, aunque algunas abaraneras, que aprenden y practican el arte de los bolillos en Universidad Popular de Cieza, donde Loli Camacho enseña con maestría los secretos de esta afición, y las cuales viajan luego bajo pabellón ciezano a los diferentes encuentros que se realizan a lo largo del curso, también formaban parte del nutrido grupo.
Es un orgullo, pensé, el llevar el nombre de Cieza a otros lugares. A mí, particularmente, siempre que voy por ahí fuera, me gusta presumir de ciezanía y proclamar lo que somos y lo que tenemos. Pero estas mujeres, además, con su buen hacer, con su alegría y con su admirable actividad, ponen a donde quiera van una nota especial de nuestro pueblo.
Allí la organización fue perfecta: almuerzo, comida, reparto de premios... Hay muchos ayuntamientos que han comprendido la importancia de estos encuentros de bolilleras, que aportan cultura, conocimiento y riqueza (en torno a la actividad de hacer encajes se mueve todo un mercado, cuyos puestos se suelen colocar en los aledaños de las mesas de trabajo), y que con ellos se difunde el nombre de la localidad, el recuerdo del buen trato recibido y las ganas de volver a visitar el sitio. La Concejal de la Mujer del Ayuntamiento de Altea así lo entendió, y así, sin lugar a dudas, pasará dicha convocatoria a formar parte de los éxitos políticos en su haber.
A lo largo de la mañana, en que el tiempo acompañó con la temperatura ideal para estar a gusto, las laboriosas mujeres (y algún hombre no menos afanado), se aplicaron a la tarea de “darle” a los bolillos, además de charlar y cambiar impresiones de la manera más pacífica y hacendosa. De las embajadoras de Cieza (alrededor de cuarenta mujeres, de aquí y del hermano pueblo de Abarán) puedo citar algunas que me vienen a la cabeza, como Maruja Toledo, Gracia, Maruja Balsalobre, Ana Salmerón, Maruja Bermejo, Rosita, Visi, Joaquina..., y la decana del grupo: Dolores Lucas, la madre de Loli Camacho, la profesora; ah, y mi querida esposa Mari Egea.
Yo, en tanto, me limité a tomar unas cuantas fotografías y a darme un garbeo turístico. Y cuando el cura nos enseñaba la iglesia y vi que había una tumba frente al altar, donde ponía el nombre del pueblo en castellano: “Altea la Vieja”, dije: “¡Hombre!, qué curioso”. Y el párroco entonces me confesó: “no, si yo digo la misa en español, porque vienen extranjeros, y si no, aquí no se entera nadie.” “Salvo Dios”, le corregí con acierto.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 19/11/2011 en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
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(Ver artículos anteriores de "El Pico de la Atalaya")
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