INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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29/10/11

La otra Plaza de España

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Actual Plaza de España en Cieza
A principios de 1977 estaban acabando de hacer el Colegio Juan Ramón Jiménez, en mitad de las oliveras, y yo estuve colocando la instalación de sonido (en el presente curso ha ingresado en él mi nieta Paula con dos añicos de edad). Por entonces Juan Sánchez, que dirigía la escuela San Juan Bautista, situada en la esquina de la calle Buen Suceso con la Pérez Cervera (ahora hay una librería), promovió la construcción del mencionado centro educativo, obra del famoso arquitecto ciezano José María Torres Nadal.

Les digo esto porque a partir de esas fechas, yo entré a trabajar en la tienda de Ortuño, en plena Plaza de España, y allí permanecí la friolera de 15 años; con que fíjense ustedes si no llegué a conocer bien el paisaje y el paisanaje del centro del pueblo.

La Plaza de España conservaba entonces la construcción original, muy parecida a la de ahora, con la salvedad de que en torno a la explanada central había escaleras en todos los desniveles. Y en su centro, donde ahora se yergue ese obelisco bífido que la gente llama “el Pírulí”, se hallaba la “Tortada”, una especie de auditorio cubierto donde tocaba la banda de música en días señalados. Bajo la Tortada, que ya se había convertido en un signo de identidad para los ciezanos, estaba el bar Oasis, al que los chitos, sedientos de jugar a la pelota, entraban a pedir un vaso de agua.

A lo largo de toda la fachada principal del Mercado de Abastos estaba la Parada de los taxis. Entre los más de veintitantos taxistas, se encontraban los hermanos Camacho: Damían, Pedro y Juan; Espinosa, Peñataro, Joaquín Salmerón, el Chapa, el Cutillas, Paco del Estanco, Ginés, el Cabecicas... Éstos, que mataban el rato con sus bromas y ocurrencias, a veces entraban a la tienda de Ortuño para ir al servicio o para echar una parrafada, por lo que con los años trabamos una buena amistad.

Eran tiempos, aquellos de finales de los setenta, en los que a veces se cambiaban muchas cosas para que en esencia todo quedara igual.

Cuando me hallaba colocando el hilo musical del Colegio del Parque, se llevaron a cabo las primeras elecciones municipales democráticas (en día laborable), y Juan Antonio Martínez-Real, el primer alcalde de la democracia actual, entró por allí a ver cómo iban las votaciones; junto a él iba Ramón Ortiz, que salió elegido de concejal.

“Mira Ramón –le diría yo unos días después–, cómo están los jardines del centro del pueblo: descuidados y hechos polvo.”

“No te preocupes, Joaquín –me respondió el muchacho–, que en cuanto entremos lo arreglamos todo”.

Efectivamente, nada más tomar posesión se fueron los concejales –y no es broma lo que les digo– a arreglar con sus propias manos los jardines de Paseo de los Mártires (éste aún tenía nombre propio). Pero a los cuatro días, que si quieres a Ros, Catalina: el estar los jardines pisoteados y las calles sucias siempre ha sido un mal endémico de este pueblo (aunque ahora, los parterres del Paseo, con las verjicas esas de hierro que les pusieron, parece que los respetan algo).

Como José Antonio Ortuño era un hombre culto y conversador, por la tienda pasaban a diario muchas personas, no sólo en el papel de clientes, sino en el de amigos que hablaban sobre lo humano y lo divino. Y aunque no diré nombres, los había de todas las opiniones dentro del abanico ideológico del momento: desde quien tenía un póster de la Pasionaria en el comedor de su casa, hasta quien había enmarcado el testamento de Franco. (La tarde que los civilones de Tejero tomaron el Congreso, pasó uno por allí y dijo eufórico: “¡me voy ahora mismo a Madrid!”

Cuando puse la megafonía en la Plaza de Abastos, ésta todavía se hallaba sin reformar, y Pepe del Kiosco, mi tío-primo, me dijo que colocara los equipos de amplificación dentro de su comercio: el “Kiosco”, que estaba en el centro del edificio. Luego, cada vez que iba a trastearlos me abría una puertecica bajo el mostrador y me decía: “Pasa por aquí, sobrino”; y yo tenía que entrar casi a gatas.

En los bajos de la Torre de la Plaza de España estaba la agencia de Transportes Ciezanos, cuyos socios eran Balsalobre y Saorín. Y cuando tomó auge la televisión en color, pongamos el año 1978, con los mundiales de la Argentina y el pive Maradona, que se vendían televisores por un tubo, yo iba por allí casi todos los días a recoger los Werner; entonces veía siempre trajinando a Ignacio Balsalobre, hombre amable y trabajador que había sido también concejal del Ayuntamiento unos años atrás.

En la esquina de la calle Buen Suceso con la Gregorio Ruiz, frente a la Casetica de Carmelo, estaba la Imprenta Ortega (desde afuera se oía el ruido constante de las linotipias haciendo los prospectos del cine, los carteles de toros y mil encargos más). De los Ortegas de la imprenta, recuerdo más a Pepe, con su guardapolvos azul, encajando los tipos.

En el piso que había sobre la Imprenta Ortega (ahora hay en el lugar un bloque de cuatro plantas, pero antes era sólo el bajo, primero y terraza), había vivido Blas Piñar cuando fue notario de Cieza. Y por el tiempo que les digo, que aún estaba caliente la cosa de la dictadura, lo invitaron a venir al pueblo a visitar la que había sido su vivienda, convertida en sede de Fuerza Nueva. De modo que, a las tres menos dos, sacaban por las ventanas los altavoces y nos daban el tabarrazo con canciones al más puro estilo ultra.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 29/10/2011 en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
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(Ver artículos anteriores de "El Pico de la Atalaya")

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"