Paseo de Cieza, un museo permanente |
Ya sé que no les estoy descubriendo nada nuevo, pues hoy en día no es infrecuente el observar tales comportamientos en la calle u otros espacios públicos, en lugares y locales de ocio, en ámbitos deportivos, en algunos medios de comunicación, etc.; incluso en los centros educativos, lo cual es grave y motivo serio de reflexión.
Pero las personas, salvo casos muy especiales, no suelen “parcelar” su modo de desenvolverse socialmente, es decir, que tal como actúan para unas cosas, lo hacen igualmente para otras. Aquel individuo que se despreocupa de sus obligaciones cívicas, por ejemplo, ensuciando la vía pública con papeles, envoltorios, colillas, cáscaras de pipas, etc., de la misma manera vulnera otras reglas de urbanidad (escritas o no) causando perjuicios al resto de conciudadanos; y aquel otro que desprecia la elemental cortesía en el trato personal, tampoco tiene reparo en exhibir su modo incívico cuando circula u ocupa los espacios de todos con su vehículo. Es normal, pues todo en cada persona forma parte un todo individual, así como todos formamos parte del gran todo social.
De modo que quien no es caballero, o señora, en sus relaciones diarias con los seres humanos que le rodean, tampoco lo será conduciendo un coche, una moto o cualquier otro vehículo. Y quien tiene por cosa corriente el saltarse a la torera las normas o las buenas costumbres, también lo hará yendo al volante cuando crea que no le puede pillar la autoridad (yo lo veo demasiadas veces). Pues aquel que no aprecie la libertad y el derecho del prójimo, le importará tres pitos circular molestando y aparcar en cualquier sitio estorbando, y eso cuando no poniendo en peligro la integridad de otros usuarios de la vía pública.
Ahora ya me estoy refiriendo exclusivamente al modo que tienen muchas personas de entender las reglas (o de no querer entenderlas) a la hora de circular con un automóvil por calles o carreteras. Parece como si, habiendo perdido gran parte del sentido común para otras situaciones de la vida moderna, también hubieran olvidado que, no sólo hay en vigor una extensa normativa en materia de circulación que obliga a todos a proceder de determinadas maneras, sino que además existen formas de actuar que vienen impuestas por la prudencia, la educación, el miramiento, la comprensión y, si me apuran, hasta por la sensibilidad, la inteligencia y la estima hacia nuestros semejantes. (Claro, que algunos se preguntarán que con qué se comen esas cosas...)
Les pongo un ejemplo de aquí de Cieza: Calle Santiago (la que sube del Cuartel de la Guardia Civil hacia la Gran Vía). Muchos conductores de coches tienen la desfachatez de parar en la puerta del estanco para comprar tabaco. Legalmente cometen una infracción: la de subirse a la acera, estacionando sobre ésta (digo “estacionar” porque la mayoría de las veces superan el tiempo máximo que el Código de Circulación determina como “detención” o “parada”, que igualmente no estaría justificada de ninguna manera en este “vicioso” caso). Pero además, éticamente, el fulano o la fulana del ejemplo (que son muchos al cabo del día) provoca un perjuicio, no sólo a los viandantes de dicha acera, que pueden ser discapacitados, personas mayores, alguien con una silleta de bebé o llevando un carrito de la compra, sino que también causa un problema al resto de vehículos, que ante el semáforo ya no pueden colocarse en ambos carriles para formar dos colas, lo cual hace que el tráfico se colapse más de lo habitual en ese punto: una falta de miramiento y de respeto hacia los demás digna de reproche.
Y como el anterior ejemplo hay a montones: los que estacionan el coche junto al disco de “prohibido detenerse”, en la puerta del Instituto, para entrar al videoclub; los que se suben a las aceras en cualquier lugar, no sólo para comprar tabaco, sino para tomar copas, charlar o lo que les dé la gana; y los que dejan el auto en doble fila en donde se les antoje y el que venga detrás que arree. Y no les quiero decir de los que estacionan en las plazas para minusválidos por todo el morro; ¡menudo perjuicio ocasionan a las personas con dificultades de movilidad, que tienen que irse a aparcar al quinto pino!
Claro, luego van y se quejan de las multas, que últimamente son abundantes y de respetable cuantía, porque muchos y hasta reiterativos son los infractores. Y a lo mejor ocurre también que, por caprichos del azar, le cae la sanción al que infringe por primera vez, y sin embargo el más menda y el peor educado se escapa. Pero así es la vida.
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©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 07/05/ 2011 en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
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(Ver artículos anteriores de "El Pico de la Atalaya").
Enhorabuena por el blog. Y gracias por el enlace.
ResponderEliminarSaludos.
De nada. Lo mismo te digo por el tuyo.
ResponderEliminar¿Lo de "enamorado de la otra Cieza", no será de la de Cantabria...?