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Llegando a Cieza |
Manuel Toharia, un divulgador científico de aquí te espero, que además es el director del Museo de las Ciencias de Valencia y sabe el tío de cualquier cosa que se le pregunte, dijo el otro día que sólo existen dos circunstancias en la vida en las que importa mucho la velocidad: una es la de sanar cuando se está enfermo y otra la de morir cuando se está muy enfermo. Para el resto de casos, dijo este ilustre comunicador, es mejor la lentitud. ¡Hombre!, Don Manuel, yo, particularmente, creo que hay otros momentos en que también es deseable la velocidad, como por ejemplo, cuando viene un toro corriendo detrás, o cuando te deben dinero y necesitas cobrar cuanto antes; ahí la rapidez crucial.
Les vengo a referir lo anterior porque como ahora estos muchachos del Gobierno nos han rebajado la velocidad de circulación por las autovías, pues habrá que hacer de la necesidad virtud y tomarlo por el lado bueno. Qué le vamos a hacer... Nos bajan los salarios y reducen nuestra capacidad adquisitiva; a causa de su maravillosa gestión baja el crecimiento económico del país y cae en picado la iniciativa empresarial por falta de financiación y perspectivas económicas, quedando así por los suelos la creación de empleo. Y cuando pensábamos que, incluso con la gasolina por las nubes, podíamos pisarle a nuestro cochecico hasta los 120 km/h. bajando La Losilla (pues en cuesta abajo no gasta casi nada), ahora van y nos rebajan también la velocidad máxima en aras de un supuesto ahorro energético, que en teoría no digo que no, pero en la práctica está por ver. (En fin, que cuando el diablo no tiene nada mejor que hacer, con el rabo mata moscas, decía mi abuela).
Pero miren lo que les digo, a lo mejor se vivía con más sosiego cuando íbamos a paso de burra. Para qué correr tanto, si al final vamos a llegar todos al mismo sitio...
Yo me acuerdo, no hace tantos años, que el viaje a Murcia duraba una hora y no lo echábamos al ver. Entonces la carretera general estaba flanqueada por dos hileras de pinos, que en verano daban sombra al caminante, mientras que, paralela, la línea del teléfono y el telégrafo, a base de postes de madera y un enjambre de cables, comunicaba todos los pueblos de Madrid a Cartagena; por ella, ¡oh maravillas de la técnica!, viajaban las conferencias y los telegramas, eso sí, a la velocidad de la luz, o casi.
Entonces no teníamos tantos coches como ahora, que en cada casa hay varios y no caben ya en las calles ni en los aparcamientos, y tenemos que dejarlos donde pillamos y la policía nos cruje con multas de 200 euros; de modo que por aquel tiempo (les hablo de los setenta, tampoco hay que remontarse demasiado) viajábamos en los autobuses de Ríos y Pastor. ¿Se acuerdan cuando éstos tenían la parada en la puerta de Correos y la venta de billetes junto al Bar Los Pepes? Luego se modernizaron un poco y se pasaron a detrás de la Cárcel, mientras que la parada era en la Carreterica de Posete. Fue cuando los abuelos principiantes de hoy éramos jóvenes estudiantes ayer (en Murcia, la Normal de Magisterio estaba en mitad de unos descampados).
Pero todavía en aquel tiempo la velocidad no era un icono, un valor, algo a conseguir en nuestras vidas. Así que madrugábamos mucho los lunes para sacar el billete del coche de línea. “No me lo des del que se echa por Abarán”, le advertíamos al hombre de la taquilla, pero que si quieres a Ros, Catalina. Vendían más billetes que asientos. Tú te subías al que te indicaban de forma imperativa, pero allí, con todo dios fumando, no quedaba lugar donde sentarse. Mas en seguida el conductor abría el maletero y empezaba a sacar banquetas plegables. “¡Toma tú, toma tú...!” Allí nadie se quedaba en tierra. El autobús hasta los topes, con todo el pasillo lleno de banquetas, y además se echaba por Abarán y entraba a La Era.
Carretera de Cieza a Mula |
Mas como queríamos llegar antes a todos sitios, hubieron de hacer autovías (verdaderas cicatrices en los paisajes de España). Y entonces los viajes quedaron deshumanizados; ya se podía ir hasta Madrid sin sacarle la 5ª al coche en todo el trayecto, cosa que antes, por la nacional 301 íbamos cruzando los pueblos y parando, sin prisa: de Albacete comprábamos una navajica, de Mota del cuervo un queso, de Las Pedroñeras una rastra de ajos, y en Aranjuez comíamos fresas con nata y tomábamos café en La Rana Verde, junto a los Jardines del Príncipe.
Ahora, como ustedes saben, estos muchachos del Gobierno han dicho que tienen un plan de ahorro energético, y que en rebajar la velocidad 10 kilómetros a la hora está la solución. Yo más bien creo que no son tan tontos como parecen y no dan puntadas si hilo. ¿O quizá sí, y estarán confundiendo la velocidad con el tocino...?
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©Joaquín Gómez Carrillo
(Artículo publicado en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
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(Ver artículos anteriores de "El Pico de la Atalaya").
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