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De ladrillo rojo, La Torre de Cieza |
La televisión, que nos mete en casa la cultura, la información, el arte, el entretenimiento y aun a veces la insulsez, la tontuna y hasta la inmoralidad, también nos muestra de vez en cuando el horror en primera plana. Entonces, sentados en nuestra sala de estar, en nuestro sofá o nuestro sillón, mientras cenamos o tomamos un aperitivo, incluso mientras intentamos leer un libro sin mucho éxito, podemos levantar la vista hacia la tele y, estos días, contemplar esas imágenes del Japón que nos llenan de espanto y nos ponen el corazón en un puño.
La fuerza de la naturaleza es terrible. Esto es algo que hemos dicho muchas veces, pero que en la mayoría de los casos nos resulta imposible tener conciencia plena de la magnitud de la frase. ¿Ustedes se imaginan lo que tenemos debajo de nuestros pies, la energía que este planeta llamado Tierra contiene en su interior? Miren, en el universo todo es energía; un descomunal derroche de energía; la vida misma lo es (nosotros, al igual que el resto de los animales, somos pequeñas unidades de energía, ¡maravillosamente autosuficientes!, que trabajan, sueñan, aman, sufren, añoran, brillan en algún momento, y, como las estrellas mismas, un día se apagan).
¿Pero qué pasa cuando ese inconmensurable poder energético se desmadra un poquito en nuestra bola terráquea? Un leve roce entre las placas continentales que flotan sobre la mermelada de roca fundida del interior, un escape de lava incandescente por las fisuras y conductos volcánicos de las montañas, unas diferencias de presión y temperatura atmosféricas que originan tormentas y huracanes, los devastadores diluvios (tan en la memoria de antiguas culturas) y el mar, sobre todo cuando los océanos se ponen bravos y el mar dice aquí estoy yo... No son más que pequeños desequilibrios de la energía a escala planetaria, pero que pueden destruirnos como a chinches, a nosotros y a todo nuestro frágil tinglado de lo que socialmente hemos llegado a ser, conquistar, construir y poseer.
Sin embargo, habiendo zonas del globo terrestre menos propensas a ser arrasadas por las fuerzas de la naturaleza, y en concreto por los terremotos, en otras podríamos decir que se vive peligrosamente. Hay países en los que uno no sabe nunca cuando se le va a venir la casa encima, como todos los que se hallan en el llamado “anillo de fuego del Pacífico”. Nadie sabe en esos lugares si el temblor de tierra que ha de venir le va a pillar a uno en mitad del sueño o a medio consumar el amor. De modo que la mejor defensa es construir los edificios y las viviendas a prueba de movimientos sísmicos. En Japón ya lo hacen; ya lo venían haciendo, y de hecho, si no hubiera sido por el devastador maremoto, consecuencia de hallarse el epicentro del terremoto bajo en el mar, apenas habría que lamentar víctimas (¡madre mía, si en España se produjera un terremoto de 9 grados en la escala de Richter, lo dejaba todo hecho polvo!).
Mas como ustedes saben, hay estos días en el Japón un problema añadido: el fantasma del desastre nuclear. El hombre cree que puede encadenar al demonio, meterlo en una jaula y aprovechar su furia en pequeñas dosis para alimentar los electrodomésticos de su casa (ver artículo "Química somos"). Eso nos creemos porque desde Descartes hacia acá, pasando por Newton y Einstein, hemos comido del árbol de la ciencia. Pero los accidentes ocurren; la naturaleza a veces se revuelve y se rebela contra el dominio humano del mundo. No sé en realidad qué fue lo que pasó en los días del Génesis, cuando un pueblo orgulloso quiso construir una torre tan alta que llegara al “cielo”, pero estoy seguro de que con Babel la humanidad recibió la primera lección por desafiar las leyes del cosmos; aunque Moisés, benévolo, nos contara que el fracaso se debió a motivos lingüísticos.
En el Japón, las centrales nucleares están construidas para aguantar terremotos por encima de 7 grados en la escala de Richter, y han soportado 9 (aunque no estaban hechas a prueba de tsunamis, es cierto). ¿Pero, aunque improbable que ocurra, aguantarían las centrales nucleares españolas un terremoto de parecidas magnitudes? Dudo de que aquí estemos preparados para algo así.
Sin embargo, recuerdo cuando a mitad de los sesenta hubo en Cieza un considerable temblor de tierra, con sus réplicas correspondientes (si no me equivoco, ocurrió el mismo año que el gravísimo accidente de las bombas atómicas de Palomares (Almería), ¡qué casualidad!) Fue a eso de la media noche, por lo que la gente, despavorida, se salía a la calle en camisón como si fuera la fin del mundo. Hacía poco que habían construido la Torre de la Plaza de España (el primero de los edificios altos que, tras la caída del Pino Gómez, iban a modificar el skyline de Cieza), por lo que muchas personas de las que en ella vivían se bajaron llenas de miedo, con mantas y colchones, a dormir en mitad de la plaza. Pero aquel fue un terremoto benigno, que no pasó más allá del susto, y de recordarnos que un poder inmenso se halla dormido bajo nuestra hermosa tierra.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Artículo publicado en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
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