Aquí había una gran fábrica |
Pues es que había pensado escribir esta semana un artículo sobre la mujer trabajadora con motivo de la proximidad del 8 de marzo, fecha que ya se ha quedado tan solo en “el día mundial de la mujer”, bien sea trabajadora por cuenta ajena, bien en régimen de trabajo autónomo, bien se ocupe de las labores domésticas, que es donde más carga de trabajo y mareos tiene siempre el ama de casa, ya que pocos hombres compartimos al cincuenta por ciento las tareas del hogar y el cuidado de los hijos, por lo que la mayoría de mujeres que ejercen su derecho al trabajo, siguen soportando además casi todo el peso y las responsabilidades del hogar, antes de salir de casa y cuando vuelven tras su jornada.
Pero resulta que hoy en día casi todo está tocado por la política, y, como de eso ya tenemos bastante con la tabarra de la tele, pues en lugar de hacer un panegírico del 8 de mazo como efeméride de aquellas mujeres trabajadoras que lucharon hasta la muerte en 1909 para que se escucharan su voz y sus reivindicaciones (sepan que existe una confusión histórica en cuanto a fechas, sucesos, número de víctimas y finalidad de la huelga o manifestaciones de aquellas trabajadoras neoyorquinas a causa de su manoseo político durante todo un siglo), les voy a hablar mejor de las mujeres ciezanas “doblemente trabajadoras”: me refiero a aquellas que tenían que acudir a la fábrica para cumplir con su jornada y además sacar adelante a su familia. (Como comprenderán, lo he puesto en pasado porque ahora en Cieza ya casi no quedan fábricas, y mucho menos de la importancia de algunas de entonces, como Manufacturas Mecánicas de Esparto o Géneros de Punto, donde trabajaban infinidad de mujeres).
Lo cierto es que la mujer trabajadora, en diversas ocasiones a lo largo de la historia, ha luchado por sus derechos laborales o sociales lo mismo que el hombre; ¿por qué iba a ser menos? Mas aún hoy en día, la mujer debe seguir reivindicando, en pie de igualdad con el hombre, sus derechos como persona, pues la mujer y el hombre, en todas las razas, pueblos y culturas, ambos con igual capacidad, son iguales en sus diferencias.
Hubo atropellos y matanzas de mujeres por exigir sus derechos (casi siempre se cita aquel incendio homicida de una fábrica textil en Nueva York con ciento y pico de trabajadoras dentro, las cuales perecieron porque se habían atrevido a pedir condiciones laborales dignas). Pero también ha habido matanzas de hombres por lo mismo; entre las muchas, me viene a la cabeza la de Santa María de Iquique en el Chile de 1907, donde alrededor de tres mil mineros indefensos fueron masacrados porque se resistían a continuar aceptando el abuso de los patronos; aunque aquella terrible efeméride no diera origen a un supuesto “día del hombre trabajador”. No interesaba políticamente.
Pero a diferencia de hoy en día, que una chica puede ser lo que ella quiera (tengo tres hijas y nada les han regalado en sus carreras y sus profesiones por ser mujeres, ¿por qué iban ellas a aceptar una pretendida “inferioridad” por razón de sexo derivada de discriminaciones positivas hacia la mujer?), no debemos ignorar que en tiempos ya pasados la cosa era distinta. Y las faenas de la casa (normalmente vetadas al hombre, salvo que éste se dejara tildar de tener poca hombría) eran más penosas que ahora, pues aún no había venido a nosotros el reino de los electrodomésticos, y en la Cieza de la primera mitad del siglo XX, las mujeres aún tenían que desplazarse a lavar, bien a la orilla del río, bien a la Fuente del Ojo, por ejemplo. Pero entonces muchas de ellas trabajaban en las fábricas de la espartería (la del Gallego, la del Nene Torres, la del Precioso, etc.) y, tras su agotadora jornada en el puesto de trabajo, se veían obligadas a cargar con el lío de ropa y el barreño para efectuar el lavote.
Luego, cuando fue quedando atrás la vida del esparto, aún se mantenían en activo las fábricas de conservas, donde miles de trabajadoras ciezanas ganaban un pedacico de pan y cubrían sus necesidades familiares. Entre las fábricas que el viento se llevó, estaban las de Los Guiraos (en el Camino de Madrid y en la Estación), La Ciezana (en la Carretera de Abarán), la de Los Martinejos (frente al demolido Cine Capitol para la construcción de otro nuevo), y otras industrias más, como la Cooperativa de Nuestra Señora de Lourdes (en Barratera) o la fábrica de los ajos (en el Maripinar). Durante años infinidad de trabajadoras ciezanas acudieron a estas industrias y trabajaron casi siempre bajo la ley del embudo, lo mismo que los hombres; hablo por experiencia.
Y aún luego, cuando las cosas cambiaron y muchas de ellas quisieron hacer valer sus derechos ante el empresario arregostado, tuvieron que sufrir largo peregrinaje por los locales de los sindicatos (entonces aún éstos defendían a los trabajadores con espíritu de lucha obrera) y por la Magistratura de Trabajo o los Juzgados de lo Social de Murcia. Entre otras, mi madre, por ejemplo; o mi mujer, sin ir más lejos: mujeres todas trabajadoras de Cieza.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Artículo publicado en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
No hay comentarios:
Publicar un comentario