Cuco, el perro de mi amigo Paco Rodríguez |
Es una buena noticia para todos el que las autoridades locales se dispongan de una vez a tomar cartas en el asunto de los perros. Nunca es tarde si la dicha es buena; pues los animales, pienso yo, hay que tenerlos bien tenidos y llevarlos por la vía pública bien llevados, ¿no les parece a ustedes?
Ahora, aparte de inscribirlos en un censo municipal donde quede reflejada la población canina de Cieza, se les va a exigir a los dueños de todos los perros que les pongan a éstos un “microchip” bajo la piel; como si fuera un código de barras, ¡vamos!, para que en cualquier momento, y mediante un aparato que quizá lleven los agentes del orden por la calle, se pueda verificar la identificación del chucho/a y acceder a su historial perruno; ¡cosas de las nuevas tecnologías! Antes, hace bastantes años, cuando los canes pagaban un impuesto anual, en el Ayuntamiento, al hacer efectivo dicho tributo, se le entregaba al dueño una medalla parecida a las de los chorizos, que el animal debía de exhibir en todo momento para evitar que lo cogiesen los “Tíos del lazo” y le dieran matarile. (Me acuerdo de que mi padre tenía un perrico, muy ladrador, que de viejo que era el animalico, llevaba al cuello más medallas que un general chusquero).
Además del mentado artilugio electrónico, también se va a exigir a partir de ya a los poseedores de perros potencialmente peligrosos el estricto cumplimiento de la normativa vigente al respecto: una ley del año 1999, ¡pásmense ustedes!, que estamos ya en el 2011, ¡y aún tocando el tambor...! De manera que todas aquellas personas que posean bichos con más boca que cuerpo, pertenecientes a razas de esas cuya naturaleza agresiva hace que un animal, de forma imprevisible y cuando menos te lo esperes, pueda atacar a cualquier persona (ya ven ustedes los telenoticieros, cómo a las tres menos dos mueren niños y aun personas mayores por la agresión de estas fieras), deben de sacarse un carné –sus dueños, digo–, contratar un seguro y obtener un certificado de aptitud psíquica y física expedido por facultativo autorizado; pues lógicamente no va a poder salir a la calle una persona que sea tan poca cosa como María Sarmiento llevando un perrazo con la fuerza de un león, ni tampoco se permitirá que un tipo desequilibrado y tarumba se pasee por ahí con un animal potencialmente peligroso (tengan en cuenta que los perros, a fuerza de convivir con los humanos desde la noche de los tiempos, poseen un sexto sentido, mediante el cual detectan el temperamento de sus dueños; de manera que son capaces de adoptar el comportamiento de éstos, o sea, que si una persona es pacífica y amable, su perro será manso y cariñoso; pero si el fulano es violento y malasombra, el perro tendrá un carácter hosco y agresivo.
Miren, yo no veo mal que se tomen las cautelas pertinentes y se exija el cumplimiento de todas las medidas legales, pues ya se sabe que más vale prevenir que curar. Y ya me imagino que muchos de los afectados dirán que su perro es tan bueno como un cordero, que es incapaz de hacer nada a nadie, y que es hasta tonto y se asusta de la gente. ¡Ya!, pero si les cuento a ustedes en donde me mordió a mí un pastor alemán “que no hacía nada”... La mujer, recuerdo que me dijo: “¡no tengas miedo, nene, que el perro no hace na!” ¡Joel, no hace na...! Luego, claro, fueron los lamentos, la correspondiente denuncia en la Guardia Civil, las visitas del veterinario al bicho, la cuarentena del animal y el gran disgusto, tanto para aquella pobre familia, de la que yo no acepté ni una peseta, como para un servidor de ustedes, que se llevó la peor parte, ¡y gracias!
Pero a estas alturas estarán ustedes pensando que todavía no he hablado aquí del problema de las cacas perrunas por la calle. Bueno, es que hay ciertas maneras de actuar que no haría falta establecerlas en las ordenanzas municipales; solamente con que todos fuéramos una miajica más educados y tuviésemos un poquico más de miramiento hacia el prójimo, otro gallo nos cantara.
Les voy a contar un hecho ejemplar: Hace tiempo, cuando mi trabajo y oficio eran otros, a mí me dio por levantarme muy temprano, a veces tan oscuro como la boca de un lobo, e irme a correr a la orilla del río; y me acuerdo que casi siempre, al regreso por la Vereda del Fatego (aún no existía el Puente del Argaz y teníamos que cruzar por el de Alambre), me encontraba con Rafael el Practicante, que el hombre salía con su hermoso perro, amarrado mediante una cuerda corta, para que hiciera sus necesidades fuera del pueblo. ¡Eso es lo que hay que hacer!, y no el permitir que vayan poniendo perdidos los quicios de los portales. ¡Pero qué es eso de dejar que los perros meen y caguen por las aceras, por mitad de la calle o por plazas y paseos! ¡No, hombre!; quien tenga chucho, que lo enseñe a hacerlo dentro de su casa o que lo saque bien sujetico al campo. Sí, ya sé que ciertas cosas son un problema, como todo en la vida, pero eso va en el mismo paquete del capricho de tener mascota perruna en el medio urbano. Los demás no tenemos culpa de ello.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Artículo publicado en el semanario de papel "El Mirador de Cieza")
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Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre; no sé si para algunos será verdad. Pero lo que si sé es que son muy fieles y buenos compañeros de viaje. Y no siempre los tratamos como se merece. Además creo que es una auténtica barbaridad tener un perro grande en un piso de 80 m. cuadrados, o tenerlo encerrado casi todo el día... Bueno, hay muchas barbaridades; por lo que siguen siendo necesarias leyes.
ResponderEliminarPor cierto, me encantan tus entradas. Primero las leo en el Mirador y luego las repaso en el blog. OK VENCINO
Como sabes, estimado Conrado, yo me he criado en el campo y en mi casa siempre hemos tenido perros; es cierto que con otros fines distintos a los que se tienen ahora, pero sé lo que es la "amistad" fiel de un perro, sé lo que es el cariño y el gozo con que tienen estos animales y sé, por desgracia, lo que es el sufrimiento cuando se pierden. En el Madroñal se nos murieron varios perros por culpa del veneno que la Sociedad de Cazadores ponía en el campo para el exterminio de los depredadores; y, una perra pastora que yo había criado, un día vino a morirse a mis pies. Llegó corriendo hacia mí, se levantó y me abrazó con sus patas delanteras por mi cintura, entonces, sintiendo yo en mi cuerpo sus espasmos de dolor, cayo muerta.
ResponderEliminar...
Tú sí que haces una actividad blogera encomiable, de Cieza para el Mundo.
Saludos.