Los elegidos

Son seres humanos con origen de laboratorio, que han pasado un proceso de selección genética y unos rigurosos controles científicos de calidad, los cuales vienen a este mundo con una misión noble: curar o salvar la vida a un hermano mayor que ha nacido, genéticamente hablando, por las reglas del azar, o si se quiere, por la leyes de Méndel. Éstos, los elegidos, aunque sea mala comparación, han de superar una especie de “oposiciones”, en este caso a la vida: pues varios son los aspirantes a nacer, pero sólo uno reúne los requisitos.

Ya sé que es un tema delicado, éste de los bebés medicamento, y muchos de ustedes tendrán opinión formada al respecto: unos pensarán que se trata de una actuación en contra de la ética médica y contraria a la aplicación de la ciencia al servicio de la vida humana (porque la ciencia también puede estar al servicio de intereses diversos); y otros de ustedes opinarán justamente lo contrario: que es un logro de la ciencia y un avance médico importante para la curación de graves enfermedades genéticas.

No es mi propósito aquí el criticar a unos para dar la razón a otros, pero, como no me negarán ustedes que se trata de un tema de gran calado ético, moral y científico, tampoco está demás el plantear unas reflexiones sobre el fondo del asunto.

Para empezar, y respetando todas las opiniones y creencias, les espeto el primer interrogante: ¿Cuándo creen ustedes que a un ser vivo de la especie humana se le debe considerar así: “ser”, “vivo” y “humano”? ¿Cuándo? Porque unos dicen que en el momento mismo de la fecundación ya es un individuo único e irrepetible; otros en cambio, que hasta las 16 ó más semanas de gestación no es prácticamente nada y que muy pronto, con las leyes que se están preparando, se le va a poder dar matarile al feto sin problemas; y luego hay una gran mayoría que no sabría responder o que no se lo plantea ni se para a pensar. No obstante, la respuesta a esa pregunta es crucial para tener conciencia de lo que está pasando y de las puertas de la caja de Pandora que quizá se puedan abrir en el futuro.

Vamos a ver, si partimos de que los embriones humanos no son nada, es decir, que todavía no son seres vivos humanos (aunque esto parezca una contradicción semántica), ¿qué problema hay en extender esas “selecciones científicas” a otros aspectos o intereses?, por ejemplo al sexo (muy importante para familias con muchas hijas o muchos varones y deseen cambiar), o a que nazcan libres de otras enfermedades o defectos hereditarios aunque sean leves (tendencia a desarrolla caries, a padecer acné juvenil, sufrir calvicie, tener orejas de soplillo…), y, en un futuro, a que sean altos, guapos, inteligentes, etc. Ningún problema, ¿verdad? Sólo basta con que el gobierno de turno autorice dicho manipulado in vitro y santas pascuas.

Pero si, por el contrario, tenemos claro que un embrión de nuestra especie es un ser vivo humano, los planteamientos cambian sustancialmente. Si concluimos que todo ser humano, en su primigenio estado embrionario (por ejemplo, la mismísima ministra Bibiana cuando era sólo un embrioncillo), ya debe ser protegido y considerado un individuo con toda su carga genética que le llevará a ser feto, bebé y persona con derechos constitucionales, entonces, ustedes comprenderán que la visión sobre el traer a la vida bebés medicamento, a base de escoger uno entre no se sabe cuántos embriones, puede ser otra.

¿Han leído ustedes la novela futurista “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley? En ella, lejos de cualquier prejuicio ético, los seres humanos son seleccionados científicamente y reproducidos en factorías de acuerdo con un interés de estado: el funcionamiento de una sociedad perfecta. Bueno, se trata de una ficción. Pero se supone que aquel “mundo” de la mente de Huxley había empezado por poco muchos años atrás. Y lo que es terrible: en el libro, detrás de la propaganda social sobre las bondades de la “reproducción” de personas oficialmente felices, se ocultaba una realidad distinta.

Ya les dije al principio que es un tema delicado, pues, desde el punto de vista de la familia afectada, entran en juego los sentimientos. Y la alegría de sanar o salvar a un hijo emerge sobre una realidad que no hay porqué sacar en la tele. Los médicos no suelen explicar cuántos embriones han tenido que desechar hasta dar con el bueno. Y los padres no tienen que pensar cuántos “hermanitos” (enfermos o sanos incompatibles) han sido eliminados en el laboratorio hasta hallar el hermanito perfecto.

Finalmente, ni de los unos ni de los otros; ni de los que piensan de una forma o de los que piensan de otra, podemos afirmar que estén en posesión de la verdad. Pero aún así les propongo a ustedes una reflexión. Pues si pensamos, existimos. Lo dijo el sabio.

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