No sé si ustedes se han dado cuenta de cómo está cambiando el paisaje humano por las calles de Cieza; yo supongo que como en la mayoría de pueblos de nuestra Región, y de las demás regiones mediterráneas, cuales son Andalucía, Valencia y Cataluña. Es una simple observación que les quería hacer: si se fijan, cada día que pasa aumenta la población islámica estable, sobre todo la de raza árabe procedente en su mayoría del vecino reino de Marruecos.
Antes, los hombres venían por oleadas en la época de la fruta, buscando ganarse su pedacico de pan, y luego, como las golondrinas, se marchaban no se sabía dónde. Pero ahora no; ahora, como las cigüeñas últimamente con el cambio climático, se quedan con nosotros todas las estaciones del año, trayéndose también a sus mujeres y a sus hijos. Y eso se nota sobre todo por las chilabas; pues los hombres, aunque no parecen integrarse mucho en nuestra sociedad ni cogerle demasiado aprecio a nuestra cultura de base cristiana, suelen vestir a la occidental; pero las mujeres en cambio, más conservadoras en sus costumbres y en los preceptos del Profeta, permanecen con sus atuendos tradicionales de pies a cabeza.
Y esa, estimados lectores, tiremos para arriba o tiremos para abajo, es la Cieza del futuro, a la cual tenemos que ir acostumbrándonos: una sociedad mixta compuesta de personas de distintas razas, religiones, lenguas, costumbres e idiosincrasia, y cuya segunda lengua (no oficial, de momento) es el árabe. Antes (ustedes se acordarán), en el pueblo nos conocíamos todos y por la pinta o por el mote familiar podíamos sacar a cualquiera. Pero ahora, con tanta gente venida de fuera, Cieza se está convirtiendo en una ciudad cosmopolita, donde a diario se ve a personas de otros países y continentes y donde se oye hablar en otros idiomas jamás escuchados por aquí.
¿Y todo esto que les cuento, es bueno o es malo?, se preguntarán algunos de ustedes. Pues ni bueno ni malo, pienso yo; todo está en el respeto y en la tolerancia que nos tengamos los unos a los otros. Una cosa está clara: si debemos convivir juntos, mejor es que nos comprendamos y nos respetemos cuanto antes; si tenemos que compartir consultas de médicos, paritorios en la Arrixaca y habitaciones de hospitales, mejor es que seamos todos cuidadosos en mantener reglas de urbanidad, de higiene y de buen comportamiento; si tenemos que habitar en las mismas comunidades de vecinos, trabajar en las mismas empresas y juntos hacer colas en el INEM o en la Seguridad Social, mejor es que seamos discretos y amables por ambas partes; y si nuestros hijos y los suyos han de ir a los mismos colegios y a las mismas aulas, es mejor que las criaturas tomen conciencia desde pequeñicos de que todos somos iguales en la diferencia.
Aunque también les voy a decir que no es fácil. Hay que ser conscientes de que las cosas no se improvisan de la noche a la mañana. ¿Han intentados ustedes alguna vez mezclar aceite con agua? Pues eso. Y si no, que digan los maestros lo que pasa en los colegios: los niños son un reflejo de los mayores, y, sobre todo los que están en minoría étnica, tienden normalmente a relacionarse entre sí más que con el resto del alumnado. De manera que sería toda una labor pedagógica el inculcar la igualdad desde la escuela, para que de mayores, dioses aparte, las personas lleguemos a vernos unas a otras en lo que de seres humanos nos une, por encima de los pequeños rasgos físicos, costumbres o creencias que nos diferencian.
Pero, desde luego, lo que no es aconsejable es darnos la espalda y permanecer como si nada en Cieza hubiera cambiado: nosotros, ensimismados en nuestros ombligos, manteniendo el recelo hacia ellos, hacia los moros; y ellos, con sus chilabas, de espaldas a esta cultura que les acoge, les otorga derechos de ciudadanía, les da de comer y, si aceptan, les hará el día de mañana hombres y mujeres, si no mejores, al menos más libres.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario