Si los andaluces fueran gallegos, se podría decir con propiedad que les importa un carallo su nuevo estatuto de autonomía; o si los andaluces fueran murcianos, podríamos hablar también de que les importa un pi…miento el referéndum sobre la reforma de su estatuto de autonomía; es más, si los andaluces fuesen jardineros (noble y antiguo oficio, ya patente en los tiempos bíblicos de la pecadora Babilonia) y se dedicaran al cultivo de las mejores rosas de Al-Andalus, podríamos decir sin temor a equivocarnos que en más de un sesenta y tres por ciento les importa un capullo la reforma legal de su estatuto de autonomía.
Ahora, desde otro punto de vista, digo yo que a lo mejor se podía haber esperado este hombre de Dios, ¡con tanta sesera que tiene! (hablo del virrey de San Telmo), al 27 de mayo. Total faltan tres mesecillos de nada, y sólo se hubiese tratado de añadir una urnica en cada mesa electoral; teniendo en cuenta además que en Andalucía sólo tocan las municipales; pues eso, que hubiese matado dos pájaros de un tiro, ¡y con la participación asegurada, quillo! Porque digo yo que encima se hubieran ahorrado un montón de millones. Ay, pero cuando se manejan caudales públicos, qué poco se tiene en cuenta el criterio económico. Desde luego, si más de uno tuviera que rascarse la cartera cada vez que gasta, malgasta, dispone a su antojo y despilfarra el dinero de todos los contribuyentes, otro gallo nos cantaría.
¿Cuánto creen ustedes que cuesta un proceso electoral, o un referéndum, que para el caso da lo mismo? Inimaginable. Empezando por los sueldos de los miembros de cada mesa electoral: unas ocho mil y pico pelas cada uno –el presidente y los dos vocales–, más un representante de la Administración por mesa, el cual por no hacer casi nada (cuatro llamadas a través del móvil) cobra unas dieciséis mil y pico; luego lo que devengan los coordinadores y otros funcionarios que están por encima, de los cuales no digo ya lo poquito que hacen ni lo mucho que cobran; y terminando con lo que supone la instalación de los colegios electorales y la puesta en escena de todo lo necesario, hasta la última lista, el último sobre y la última papeleta. Aparte, no hablemos de las cantidades que devengan también del erario público los partidos concurrentes, que tampoco son moco de pavo.
Desgraciadamente y en demasiados casos en este país, se ve que la clase política va por un lado y el pueblo llano va por otro. Y todo para nada, o para bien poco en este caso. Pues objetivamente y con sentido común, ¿no debería establecerse un quórum de participación para consultas populares de este calado? ¿O es que la aprobación de una ley orgánica que va a determinar las competencias para una administración autonómica como la andaluza es peccata minuta, mero trámite, que con poco más de un tercio de participación salimos para España, ozú, lerele?
Hombre de Dios, haber tenido usted cabeza (estoy seguro que la tiene) y haber escarmentado a tiempo en ídem ajena. Con el precedente de los catalanes, que a pesar de su catalanismo acérrimo (yo he visto catalanes en los tiempos de la dictadura del general Franco con la Señera cosida a los calzoncillos) no fueron a votar ni la mitad, dándole la espalda en más de un cincuenta por ciento a los organizadores ¿qué esperaba usted de los andaluces, que en general no son nada andalucistas, como a veces, y al contrario del dicho, ni siquiera el Papa es papista? Pues eso, que desgraciadamente y en demasiados casos en este país, se ve que la clase política va por un lado y el pueblo llano va por otro.
Está claro que ellos, los vividores de lo público, que se reenganchan continuamente al amparo de unas listas cerradas como las lentejas, no pertenecen ni de lejos al club de los “mileuristas”, ni mucho menos al de los “submileuristas”, que en España, mal que nos pese, todavía son legión.
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