Melocotoneros en flor |
Cual la juventud, y si me apuran, la vida, la belleza de los árboles encendidos de flores constituye la esencia de lo efímero en este mundo ¿Que de qué iba el asunto? Bueno, de cosas bastante fuertes relacionadas con algunas imágenes desabridas e impertinentes de la televisión: de los gestos histriónicos de un Fidel Castro acartonado, que ya no le sale ni la voz del cuerpo; de la violencia de destrucción masiva en raciones de setenta muertos diarios en Iraq; del patetismo de un Sadam con la soga al cuello (patetismo en él y en sus verdugos, pues nada más abominable que la pena de muerte); o de la imagen funesta de un sanguinario terrorista de la ETA que no quiere catar bocado y se está quedando como los perros del Tío Alegría. (¿Saben lo que les digo?, que por mí, si no quiere comer, que no coma: más ligero está).
Pero no; pensándolo mejor, ustedes no se merecen semejante tabarra; así que he querido hablarles de otra cosa más agradable: De la floración en nuestro término municipal. ¿Habrá algo más hermoso que cuando los árboles rompen a florecer y se ponen encendidos de color…?
Pues resulta que anteayer (les escribo casi siempre en miércoles) he ido con mi padre a llevar oliva a la almazara de otro pueblo (¡con las almazaras que ha habido en Cieza y no queda ni una…!) y he visto los campos a trechos ya florecidos. Son los melocotonares tempranos; de esas variedades cuya fruta tanto dicen que les gusta a los alemanes, de esos melocotones que aquí no los queremos porque no saben a nada, pero que ellos los pagan a ojo de la cara y se los comen como si fuera gloria bendita. Estos melocotoneros, cual heraldos de la primavera, son los que empiezan a poner la nota de color en los bancales; después seguirán otros y otro más; cada variedad de un tono distinto; desde las clases que se recolectan en mayo, hasta las que se cogen luego en agosto y setiembre. Todo un arco iris de flores, una lujuria cromática en tonos rosa que engalana a miles de árboles.
Ah, ¿de la almazara de ese otro pueblo…? Nada. Yo, de zagalico, he llevado oliva con mi padre a la Almazara de los Mateos y ni punto de comparación; ésta se hallaba situada debajo del Casino y dando a los Ejíos de Hontana, en lo que ahora es la planta “cero” del Museo de Siyâsa; si van ustedes por allí, comprobarán arrinconados algunos de sus elementos: las muelas cónicas de piedra del molino, un carrito de prensar con unos cuantos cofines de esparto, el soporte de la prensa hidráulica patas arriba, y no sé si también una zafra vieja de hojalata. Ahora, en cambio, en las almazaras modernas no se ve nada: una cinta transportadora mete la aceituna por un lado, y por otro sale el aceite a través de una máquina embotelladora.
Pero en fin, como les contaba antes, de vuelta a Cieza con los bidones del maravilloso aceite extraído de la bendita oliva, que mi padre aún cosecha con esfuerzo octogenario, el sol se escabullía despacio a través de los riscos el Almorchón, mientras que, agarrados a las hileras interminables de árboles con sus perigallos de madera, se veían acá y allá grupos de jornaleros trabajando; mujeres y hombres que se encontraban haciendo el “clareo” en flor por los parajes de la Macetúa, la Carrichosa, las Cañás, el Moresno, Fomento, el Cabezo Redondo... ¡Qué estupenda distribución de la renta se realiza a través de la agricultura ciezana! ¡Cuánta mano de obra humilde y necesitada se beneficia de la riqueza de nuestros campos y arboledas! No les quepa duda que el sector agrícola, el cual debemos seguir apoyando y fortaleciendo en nuestro pueblo, funciona para miles de jornaleros como una especie de “pedrea” cierta en premios de trabajo para todos.
A propósito de la floración, ¿saben ustedes quién debe ir ya por ahí estos días corriendo como un loco para pillar los frutales en flor? Fernando Galindo, el que sabe captar como nadie en sus fotografías el alma noble de los paisajes de Cieza. Y no me extraña que tenga que darse prisa, pues, cual la juventud, y si me apuran, la vida, la belleza de los árboles encendidos de flores constituye la esencia de lo efímero en este mundo.
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