Hubo un tiempo, ya lejano, en que las economías nacionales se planificaban de forma centralizada. Ahí estaban los famosos “planes quinquenales” de la URSS de Stalin; o ahí estaban los llamados “polos de desarrollo”, como el de Bilbao, y los “planes de desarrollo”, como el de Badajoz, de la España de Franco, mediante los cuales, bien se apostaba fuerte por determinados sectores industriales, bien se fomentaba la agricultura haciendo pantanos, canales y regadíos a todo trapo.
Lo que no debemos perder de vista es que la agricultura atomiza y redistribuye mucho más la riqueza que otros sectores. Entonces, cuando el gobierno de los tecnócratas y el anhelado “despegue” económico, el Estado, cuyos gobernantes denostaban tanto las economías del otro lado del “telón de acero”, continuaba y continuó manteniendo nacionalizados o bajo su estricto control importantes medios de producción y transporte. Después, paulatinamente, la economía nacional se ha ido liberalizando y, salvo en el cooperativismo, afortunadamente bastante difundido en la agricultura, ha ido pareciéndose cada vez más al capitalismo moderno de USA. (Eso sin pasar por alto el intento frustrado de incautar fincas a los señoritos latifundistas en Andalucía o Extremadura, o la rocambolesca expropiación de Rumasa en 1983, por un gobierno que en principio intentó parecer lo que después no fue).
Ahora, con entidades supranacionales marcando el ritmo del desarrollo e influyendo en la redistribución de la renta, hemos desembarcado en el siglo XXI atraídos por el dorado de la especulación urbanística. De pronto descubrimos que importa más invertir en bienes revalorizables por la propia inercia del mercado que en medios de producción; tiene más futuro poseer terrenos en lugares estratégicos, susceptibles de recalificaciones negociadas, aunque éstos se mantengan baldíos; o adquirir construcciones, aunque no se les saque renta alguna de forma inmediata, que arriesgar en empresas donde el crecimiento venga participado por la mano de obra y el beneficio se redistribuya en salarios. (El máximo exponente de la economía huera e insolidaria, fue el invento del negocio piramidal: se obtenía la ganancia, no vendiendo productos, sino reclutando vendedores).
Pero en este ciclo de bonanza económica en que estamos, se está imponiendo un nuevo concepto de desarrollo económico: el de los campos de golf. No importa que nunca haya sido éste el deporte nacional, ni que en Cieza, por ejemplo, no exista ni un 1% de aficionados que lo practiquen (¿340 personas…?; qué va, ¡ni tres!). Ahora el desarrollo de un municipio, de una provincia o de una comunidad autónoma se va a medir por el número de campos de golf. De hecho ya se oyen lamentos de que Murcia va de farolillo rojo con 4 ó 5 tristes campos, mientras que Málaga encabeza el ranking con más de 70. De forma que hay que improvisar sobre la marcha un nuevo índice de desarrollo (¿sostenible? Eso ya lo veremos). Debemos pasar por alto los de “camas de hospital o médicos por habites”, “televisores por hogar”, “móviles por zagal”, “ordenadores por aula” (según prometer hasta el meter del gobierno gobernante iba a ser uno por cada dos alumnos), etc. El nuevo indicador para saber si hemos salido de pobres va a ser el de “campos de golf por habitantes”.
Hombre, ya sé; la teoría dice que cuanto mayor participación tenga en el PIB el sector servicios, más desarrollada se considera una economía. Vale. ¿Pero qué es más beneficioso socialmente, un premio gordo o una pedrea? Lo que no debemos perder de vista es que la agricultura atomiza y redistribuye mucho más la riqueza que otros sectores. ¿Calculan ustedes cuántas miles de personas comen anualmente de ese mar de árboles que son nuestras tierras de cultivo? ¡Ay, si hubiera más agua!
Pero en fin, si estas macro urbanizaciones en torno a los “grines”, donde supuestamente van a venir los ingleses ricos a dejarse las pelotas en los hoyos, son capaces de repartir renta continuada año tras año, no a los constructores y especuladores urbanísticos, pues éstos obtienen los beneficios en forma de premios gordos, sino a otros miles de asalariados del pueblo que con su trabajo se han de ganar el pan de cada día, bienvenidas sean.
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