Hay algo de lo que estoy tentado hablarles, aun reconociendo que es cosa delicada, pues toca en lo más sensible de miles, qué digo miles, de millones de personas en este país. Del tema que quiero mentarles, muy someramente, es de los médicos; nada más y nada menos que de los profesionales de la medicina. No me negarán que es harto delicado el asunto. Y vaya por delante que para mí una bata blanca con fonendo al cuello, como si fuera dios; y mucho más cuando uno tiene que ponerse en manos de, o ha de confiar la salud de un ser querido en manos de (ya me entienden). Aunque yo ya lo tengo dicho, si me pasa algo que me lleven al Hospital Central, de telecinco, que ahí sí que saben de medicina. ¡Pos no sabe na el Vilches ese…! Aunque el tío tiene una mala leche que se la pisa. Y además, la serie, y lo digo en serio, imparte cierta moral, cosa de agradecer en estos tiempos en que la única regla es la del todo vale; aunque respecto a la “inversión” de valores que pretende con las dos fulanas esas y el supuesto amor hermoso, limpio, perfecto, normal, verdadero, de pareja lésbica, incluso platónico (ahí no se atreve el director a mostrar una camada entre ambas), como es natural, yo paso.
Pero ciñámonos al asunto. Pocos colectivos de profesionales son en nuestra sociedad tan respetados, tan admirados (con excepciones) y, llegado el caso, tan sufridamente soportados (con excepciones también) por los pacientes: “cuando el médico yerra, lo tapa la tierra”. Y es que los médicos manejan, dirigen y tratan con material humano (también los maestros de escuela desarrollan su labor con material humano, oiga, ¡y del más valioso! Ya, pero ese es otro tema).
Los médicos pueden hacer lo que les dé la gana (en el buen sentido) con la mayoría de los pacientes: “tómese esto”, y tú vas y te lo tomas; “hágase tal prueba”, y tú, sin rechistar, vas y te la haces; “vuelva tal día”, y tú vuelves; “vaya y opérese”, y tú, como un corderico, vas y te operas; “firme aquí esta hoja”, donde pone la tira de cosas malas que te pueden pasar en la intervención, y tú, qué vas a hacer, pues sin leerla siquiera, como un cheque en blanco, vas y la firmas. Los médicos, además del poder de prescripción, gozan de un poder real sobre las personas que para sí quisieran tener los políticos (a mí, un decir, si una bata blanca con fonendo al cuello me dice: “vota a fulano”, yo, por éstas, que le voto a pies juntillas).
¿Dónde está el problema entonces?, dirán algunos de ustedes. El problema, aparte de en los individuos, pues nadie es perfecto, radica también en el sistema y en cómo aceptamos su funcionamiento. Primero: debemos desechar el concepto que tenemos de “médico de paga” o “clínica de paga” como servicio de superior calidad o atención. Oiga, no. ¡Todos los médicos y demás personal de la Seguridad Social son de paga!, ¿o es que no cobran suculentos sueldos del erario público por hacer bien su trabajo? La Seguridad Social no es una institución benéfica, donde los profesionales atiendan por altruismo a los enfermos. No, no; en eso estamos muy equivocados: La Seguridad Social no nos sale gratis; no es un servicio que graciosamente nos regale “papá-Estado”; no nos atienden allí por nuestra bella cara; sino que nos cuesta un riñón mantenerla a trabajadores y empresarios de este país (nada menos que el 29 % de la base de cotización salarial de todo trabajador o funcionario, va para “pagar” el sistema). De modo que si estamos pagando, ¡y bien pagada!, una sanidad pública, en nuestro derecho estamos de exigir atención de calidad.
Segundo: del erróneo concepto que tenemos sobre la Seguridad Social se nutren y hacen su agosto multitud de consultas y clínicas privadas. Lo sangrante del asunto (y nunca mejor dicho) es que la mayoría de estas clínicas o consultas las regentan, las asisten y las “explotan” los mismos profesionales que ejercen en la Seguridad Social. Y no quiero decir que “desvíen clientela” a sus negocios privados, no, dios me libre de hacerlo, pero como la cosa funciona como funciona… Pues si uno va con una ciática (un suponer) y le dan cita con el traumatólogo a dos meses vista, porque este médico (un suponer), que a lo mejor es un estupendo profesional, no puede ver tanto enfermo en las horas para las que está contratado en la Seguridad Social; ¿qué va a hacer entonces el enfermo, si no puede esperar tanto tiempo con la tortura de su dolor? Irse “de paga”, a la consulta privada que tiene el mismo médico (allí no hay problema de cita), el cual le atenderá como dios manda y le cobrará religiosamente, y le prescribirá el mismo tratamiento que si le hubiese visto en la Seguridad Social, pues la honradez y la buena fe se suponen.
Y no les cuento cuando la enfermedad se agrava; las citas con los especialistas son espaciadas, las citas para las pruebas (que esa es otra), son más espaciadas todavía, e intuyes que tras el tardío diagnóstico (perfectamente pueden pasar 12 meses para obtener un diagnóstico de una hernia discal, por ejemplo) vendrá, en caso de necesitar cirugía, la pesada lista de espera. Entonces, si puedes gastarte las perras, tienes que irte a la privada, donde están los mismos médicos, que te hacen todas las pruebas en un pispás y te operan de lo que sea pasado mañana. No digo más.
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