En economía hay una máxima: “la moneda mala expulsa la buena”. Algo parecido ocurre también en los idiomas, al menos en el nuestro: las palabras “comodín” de la jerga callejera, las que provienen de los discursos equívocos de la política, las aplicadas erróneamente por parte de los profesionales de los medios de comunicación o las que imponen personajes famosos o grupos con poder mediático, apartan de la circulación del lenguaje las expresiones correctas.
Un ejemplo claro lo tenemos en torno del fenómeno terrorista; no solo del terrorismo vasco, afortunadamente en tregua de sus malditas armas de fuego, sino del que en general amedrenta sociedades y países del mundo entero.
Demasiadas veces ocurre que su acción, la de esta plaga sanguinaria, es multidireccional: no sólo arrasan con el derecho a vivir en paz de las personas de bien, o logran que crezca la cizaña de la división entre las fuerzas políticas (caso patente, y patético, de España, donde éstas, en lugar de mantenerse unidas ante un enemigo público común, andan constantemente en el tócame roque de la discordia), sino que también contaminan la lengua con su odiosa terminología: zulo, comando, ejecución, inmolarse, lucha armada, impuesto revolucionario, presos políticos, conflicto vasco, movimiento de liberación, kale borroka, etc.)
Cómo tendremos ya el coco de comido en relación con esa tenebrosidad que es el terrorismo, que incluso muchas de las víctimas, las cuales han sufrido en sus carnes el oprobio y la maldad de esta gentuza, en sus declaraciones públicas llaman “señores” a los componentes de esas bandas criminales; cuando hablando con propiedad, éstos sólo se merecen términos como “de malhechores para arriba”; o, siendo muy benévolos en la dialéctica: “individuos” y basta.
Quién, a estas alturas, libra la batalla de dejar claro que no hay presos políticos en España, que sólo son delincuentes del crimen organizado; que no son comandos, sino grupos de matones; que no ejecutan: asesinan; que no se inmolan: se suicidan; que no ejercen ninguna lucha armada, sino el terrorismo cobarde; que ni la extorsión es impuesto ni el terrorismo es revolución; y, sobre todo, que no hay “conflicto vasco”, sino grave problema terrorista con apoyo o la aquiescencia del nacionalismo excluyente, cuyos fines son los mismos.
Otra cosa, hablando de delincuentes, ¿cómo es que ya no distinguimos entre “gi”, de gitano, y “gui”, de guitarra? Me explico: si el tipo ese que sale en la tele con pinta de chulo de barrio, que cuando abre la boca le conceden más tiempo en el telediario que a un ministro, se llama “Otegi”, pues hay que pronunciarlo con “gi” de gilip... ¡Ah!, que no, que esa “g” es una velar sonora, como la de “guillotina” (marchando una de Revolución Francesa, ¡Allons, enfants de la Patrie...!), pues entonces escriba usted “Otegui” y en paz. Diga, por ejemplo: “El dirigente de la izquierda moderada, Pachi López, se entrevista con el delincuente de la izquierda aberchale (léase Herri Batasuna burlando jueces y magistrados), Arnaldo Otegui, con el fin de ver por dónde le van a meter mano al llamado “proceso de paz” (léase tragar carros y carretas para que no sigan montándonos el pollo estos genares que viven de la industria del miedo).” Por cierto, ¿saben ustedes la de millones que dejará de recaudar Herri Batasuna el día en que se acabe el miedo en el País Vasco, y cualquier ciudadano corriente pueda ser libre de mandar a tomar por el saco al niñato que intente venderle papeletas de las diversas facciones del entramado ultranacionalista? Hasta ahora nadie puede decir ni pío, sino comprar y callar.
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